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PALABRAS DEL PAPA AL INICIO DE LA MISA
CONCELEBRADA CON LOS OBISPOS ITALIANOS


Martes 18 de mayo de 1999

 

Amadísimos hermanos, presidentes de las Conferencias episcopales regionales italianas, me alegra celebrar hoy con vosotros la santa misa, y mi pensamiento se extiende con afecto a todos los prelados italianos, con quienes tendré la alegría de reunirme, Dios mediante, pasado mañana, durante la asamblea general de la Conferencia episcopal.

Esta mañana deseo orar con vosotros por Italia, que está viviendo actualmente una etapa importante de su camino. Encomiendo al Señor su pueblo, sus esperanzas y sus expectativas, sus problemas y sus preocupaciones, su presente y su futuro.

Depositemos sobre el altar del Señor de modo especial los proyectos y las iniciativas pastorales, invocando la gracia divina para toda la comunidad eclesial nacional. Pidamos al Señor que haga fructificar los esfuerzos que realizan los creyentes para testimoniar el Evangelio. Invoquemos al Espíritu Santo para que, durante esta novena de Pentecostés, derrame sobre Italia, encaminada hacia el tercer milenio, su luz y su fuerza.

Encomendemos todas nuestras intenciones a la protección maternal de María santísima, tan venerada en todas las regiones italianas, y a la intercesión de san Francisco de Asís, de santa Catalina de Siena y de los santos protectores de cada Iglesia.

En la primera lectura oiremos algunas palabras del apóstol san Pablo, que nos invitan a reflexionar en nuestro ministerio de pastores al servicio del pueblo cristiano: «Pero yo no considero mi vida digna de estima, con tal que termine mi carrera y cumpla el ministerio que he recibido del Señor Jesús, de dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios» (Hch 20, 24). Y también: «No me acobardé de anunciaros todo el designio de Dios» (Hch 20, 27).

 



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