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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS PROFESORES Y ALUMNOS DE LA
LIBRE UNIVERSIDAD MARÍA SANTÍSIMA ASUNTA (LUMSA) DE ROMA


Aula Pablo VI
Viernes, 29 de octubre de 1999

 

Señores cardenales;
venerables hermanos en el episcopado;
ilustres profesores;
queridos hermanos y hermanas:

1. Me alegra reunirme con vosotros con motivo de la feliz conmemoración del sexagésimo aniversario de la fundación de la Universidad «María Santísima Asunta». Gracias por vuestra Jubilosa acogida. Gracias por esta nueva muestra de afecto y fidelidad al Sucesor de Pedro.

Saludo con cordial estima al rector magnífico, profesor Giuseppe Dalla Torre, y le agradezco las amables palabras que ha querido dirigirme en nombre de los participantes. Dirijo un afectuoso saludo a los señores cardenales y a los obispos presentes, cuya participación en este acto testimonia el papel relevante que han desempeñado el Vicariato de Roma y las Congregaciones para la educación católica y para los institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica en la fundación y en la vida de este ateneo.

Mi saludo deferente va a las autoridades académicas y ministeriales, a los ilustres profesores, a los miembros del consejo de administración, a la asociación «Luigia Tincani», al personal técnico, a las familias y a los amigos de esta prestigiosa institución. Por último, dirijo mi cordial saludo a cada uno de vosotros, amadísimos alumnos y alumnas, que constituís el centro de la actividad académica; saludo, asimismo, al grupo de doctorados, que han perfeccionado en ella su formación profesional y espiritual.

2. La celebración de este sexagésimo aniversario nos invita a dirigir la mirada al pasado, para reencontrar las raíces de vuestro ateneo y redescubrir los ideales que iluminaron sus comienzos.

Vuestra universidad nació del corazón y de la inteligencia de la sierva de Dios Luigia Tincani, que, con genial y profética intuición, quiso abrir a la mujer consagrada y laica el camino de la investigación y de la enseñanza. Durante su experiencia de alumna universitaria y de profesora se había dado cuenta de que «no existe sufrimiento mayor que el anhelo insatisfecho de conocer, ni pobreza más penosa que la del espíritu; no existe alegría mayor que la posesión de la verdad, camino privilegiado para actuar la plenitud del amor» (cf. Luigia Tincani, Una vida al servicio de la verdad y del amor).

Impulsada por esta convicción, presentó su proyecto a la autoridad de la Iglesia, que lo aceptó y, en las personas de mis venerados predecesores Pío XII y Pablo VI, lo bendijo, sosteniendo con gran solicitud su progresiva realización.

3. El camino de la LUMSA durante estos sesenta años se ha caracterizado por un estilo de «caridad cultural» inteligente y valiente, que siempre ha tratado de responder a las expectativas más exigentes de los jóvenes con medios y modalidades adecuados. Hoy vuestro ateneo, con su identidad específica de universidad católica, constituye una presencia prestigiosa y cualificada en el mundo académico italiano, así como también en el europeo y mundial. Ya en su lema «In fide et humanitate» expresa las grandes intuiciones pedagógicas que están en su origen y siguen motivando su compromiso académico. En efecto, la Universidad no puede tener como único objetivo el saber. Posee una vocación fundamentalmente educativa que, a través de la investigación desinteresada de la verdad, tiende a la formación armoniosa de la personalidad y se realiza en el respeto del orden que preside la organización intrínseca de los conocimientos. La realización de esa «obra educativa» exige que la universidad sea una verdadera comunidad, donde los profesores y los alumnos puedan entablar eficaces y cualificadas relaciones interpersonales. Conozco el compromiso de este ateneo en la promoción de dichos objetivos educativos, y, a la vez que os felicito por los satisfactorios resultados logrados, os invito a continuar por el camino emprendido, convirtiéndolo en una característica peculiar de vuestro ateneo.

 4. En la encíclica Fides et ratio (cf. n.81) recordé que el fenómeno de la fragmentación del saber lleva a una «crisis del sentido», que induce a muchos a preguntarse «si todavía tiene sentido plantearse la cuestión del sentido». Esto constituye uno de los aspectos más problemáticos de la cultura contemporánea. La respuesta a esta grave crisis, fuente de escepticismo estéril y devastador, consiste en promover una cultura filosófica, que «encuentre de nuevo su dimensión sapiencial de búsqueda del sentido último y global de la vida», en armonía con la palabra de Dios.

Espero que vuestro ateneo, fiel a su inspiración originaria, sepa aceptar ese desafío en el ámbito de la investigación, de la enseñanza, del aprendizaje y del estilo de convivencia, para formar mujeres y hombres coherentes con la verdad de su misión. A vosotros, ilustres profesores, corresponde de modo particular esta tarea.

En esta solemne circunstancia, deseo releer con vosotros las palabras llenas de sabiduría de la sierva de Dios Luigia Tincani: «Tened pasión por vuestro ministerio educativo. La misión intelectual participa un poco del sacerdocio, si cada estudio y cada clase son investigación, conquista y transmisión de la verdad, y se omne verum a quocumque dicatur a Spiritu Sancto est. Practicad el arte de la vida: ante todo, haced que os quieran» (cf. Luigia Tincani, Una vida al servicio de la verdad y del amor).

5. Y ahora me dirijo a vosotros, amadísimos alumnos de la universidad «María Santísima Asunta», la Iglesia necesita vuestra juventud comprometida en la verdad, la caridad y la paz. En el umbral del nuevo milenio, os pide que seáis obreros íntegros en la empresa de construir «una humanidad bella, pura y santa, agradable a Dios, que los hombres ansían y necesitan sobre todo hoy» (Juan Pablo II, Discurso a las Misioneras de la Escuela, 5 de enero de 1989, n. 4: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 19 de febrero de 1989, p. 11).

Ojalá que vuestra participación activa en la Jornada mundial de la juventud, que tendrá lugar en Roma del 15 al 20 del próximo mes de agosto, y en las grandes citas del Año santo, constituya para cada uno de vosotros una ocasión propicia para compartir este anhelo con los jóvenes de todo el mundo y testimoniar la humanidad nueva que el Señor quiere realizar también gracias a vuestro generoso compromiso. Que en el camino hacia la sabiduría, último y auténtico fin de todo saber verdadero, os acompañe y os proteja Aquella que, engendrando la Verdad y conservándola en su corazón, la compartió para siempre con toda la humanidad (cf. Fides et ratio, 106).

Con estos deseos, imparto a todos los presentes y a toda la comunidad académica de la LUMSA mi especial bendición apostólica.

 



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