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DISCURSO DEL SANTO JUAN PABLO II
A LOS OBISPOS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE LETONIA
EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"

Castelgandolfo
Sábado 18 de septiembre de 1999

Amadísimos hermanos en el episcopado: 

1. Me alegra volver a veros, con ocasión de esta visita ad limina, que nos brinda la oportunidad de vivir un momento de intensa fraternidad, mediante el fecundo intercambio que debe caracterizar las relaciones entre los pastores de las Iglesias particulares y el Sucesor de Pedro, Pastor de la Iglesia universal.

Doy las gracias a monseñor Jlnis Pujats, arzobispo de Riga, que se ha hecho intérprete de vuestros sentimientos de comunión. Por medio de vosotros saludo a toda la comunidad letona, con la que hace seis años tuve la alegría de encontrarme personalmente. ¿Cómo olvidar la acogida cordial que me dispensó? Me complace recordar, sobre todo, la celebración en el santuario de Aglona, corazón mariano de Letonia, donde presentamos a la santísima Virgen las lágrimas del pasado y las esperanzas del futuro. Fue la hora exaltante del Magníficat, después de muchos años de prueba.

Memorable fue también el clima ecuménico que distinguió mi viaje. El hecho de haber podido orar con vosotros, y con nuestros hermanos luteranos y ortodoxos, me permitió dirigir la mirada, con un deseo especialmente intenso, al día en que la oración común, por don del Espíritu Santo, pueda elevarse en la comunión plena. Vosotros, queridos hermanos, pastores de una comunidad católica que es minoría entre los demás hermanos cristianos, estáis llamados a promover con particular celo el camino del ecumenismo, que ya caracteriza irreversiblemente a los discípulos de Cristo, en sintonía con su oración sacerdotal:  "Que todos sean uno" (Jn 17, 11. 21).

2. Junto con los hermanos cristianos de las diversas confesiones, habéis sufrido durante muchos años la dureza de un régimen que quería construir una ciudad terrena sin la luz de la fe. Las secuelas de la propaganda atea se perciben todavía hoy en las generaciones que tuvieron que absorberla en gran medida. Por otra parte, los más jóvenes no son mucho más afortunados, dado que, con la llegada de la libertad, sienten también la influencia del modelo cultural dominante en muchas partes del mundo, donde la indiferencia y el relativismo religioso van unidos a menudo con comportamientos de masa totalmente incompatibles con el evangelio de Cristo. Eso afecta a la familia, que pierde cada vez más el valor de la unidad y la estabilidad; asimismo, se menoscaba el valor de la vida humana, blanco de múltiples agresiones, a veces incluso legalizadas.

Frente a problemas tan graves, hay que volver a proponer con fuerza el auténtico humanismo, basado en la ley moral universal e iluminado por el mensaje evangélico. Pero sabemos que esto significa ir "contra corriente". ¿Cómo hacerse escuchar?, ¿cómo hablar a las conciencias, cuando todo parece ir en otra dirección? Por eso, es necesario que la Iglesia actúe con entusiasmo y fervor, permitiendo que el Espíritu Santo se derrame sobre ella como en el primer Pentecostés.

3. Para este nuevo impulso pastoral también es de gran utilidad la reestructuración de la comunidad católica, con la constitución de las recientes diócesis. Gracias a esa estructuración más diversificada y más ajustada al territorio, la Iglesia letona puede aumentar su capacidad de presencia y de acción. Como subrayó el concilio Vaticano II, las diócesis no son simples circunscripciones administrativas, sino verdaderas Iglesias:  "En ellas y a partir de ellas existe la Iglesia católica, una y única" (Lumen gentium, 23).

El sentido de la Iglesia particular se comprende en el marco de lo que explicó el Concilio sobre el "misterio" de la Iglesia, enraizado en la Trinidad misma. Es un misterio que, a la vez que se expresa plenamente en la unidad de la Iglesia universal, se manifiesta también en cada una de las Iglesias, donde los fieles se reúnen en torno a la palabra de Dios, en la celebración de la Eucaristía, bajo la guía del obispo. No hay oposición, sino más bien "interioridad mutua", entre el aspecto universal de esta comunión y la vocación propia de cada Iglesia particular (cf. Communionis notio, 28 de mayo de 1992, n. 8:  AAS 85 [1993] 842).

Se trata de una síntesis que explica el ministerio del obispo, quien, por una parte, con su inserción en el Colegio episcopal, participa en la dimensión universal de la comunión y del servicio pastoral, y, por otra, concreta su triple oficio (munus) de maestro, santificador y guía (cf. Lumen gentium, 25-27) en el ámbito de la porción del pueblo de Dios que se le ha encomendado. Asimismo, desde el Concilio se reafirmó y enriqueció de modo particular con nuevos instrumentos la dimensión colegial.

En este sentido, desempeña un papel muy importante la Conferencia episcopal, que ayuda a las Iglesias de un mismo territorio a sintonizar constantemente su acción pastoral. Podéis comprobar su utilidad gracias a la experiencia, aunque sea reciente, de vuestra Conferencia. Por otra parte, hay que recordar que la Conferencia no sustituye el ministerio propio de cada pastor, que sigue siendo responsable, directa y personalmente, de toda la pastoral de su territorio (cf. Carta  apostólica sobre la naturaleza teológica y jurídica de las Conferencias episcopales, 21 de mayo de 1998, n. 20: AAS 90, 1998).

4. Vuestra Iglesia, queridos hermanos, está viviendo un momento de transformación. Durante los decenios de dominación del comunismo, habéis recibido el don de la fidelidad y del martirio, que sigue siendo una gran semilla de esperanza para vuestro futuro. Pero vosotros mismos me habéis hecho notar algunos de los signos negativos que aquel largo período ha dejado en la comunidad eclesial. Muchos católicos ya no frecuentan regularmente la eucaristía dominical y los sacramentos. Algunos ni siquiera bautizan a sus hijos o aplazan el bautismo. Mientras tanto, aumenta la difusión de las sectas. Se trata de señales preocupantes.

Por eso, es preciso que la nueva evangelización sea un imperativo prioritario. Hay que presentar a Cristo a la sociedad letona, y especialmente a las nuevas generaciones, de modo que todos puedan acogerlo como el Salvador, el que tiene palabras de vida eterna (cf. Jn 6, 68), el que es "gozo de todos los corazones y plenitud de sus aspiraciones" (Gaudium et spes, 45). Así pues, me alegra el esmero que ponéis en valorar y desarrollar la catequesis, sirviéndoos del Instituto catequístico de Riga y de sus ramas interdiocesanas. Tenéis como objetivo que la fe de todo bautizado se convierta en una verdadera opción, sostenida por una catequesis que no sólo lleve al conocimiento de la verdad, sino también a la experiencia del misterio y a la coherencia de vida.

Vosotros, queridos hermanos en el episcopado, sois "los primeros responsables de la catequesis, los catequistas por excelencia" (Catechesi tradendae, 63). Seguid esforzándoos para que la palabra de Cristo llegue en abundancia a las personas, a las familias y a todos los componentes de la sociedad.

5. La acogida de la palabra de Dios impulsa, a su vez, a vivir con mayor conciencia la liturgia, "fuente y cumbre" de la vida eclesial (cf. Sacrosanctum Concilium, 10). Debemos considerar un gran don de Dios a la Iglesia de nuestro tiempo la renovación litúrgica realizada por el Concilio, ayudando a nuestros fieles a vivirlo plenamente. En este sentido, tiene particular significado el redescubrimiento de la celebración del domingo, el día del Señor, al que el año pasado dediqué la carta apostólica Dies Domini.

Es preciso promover con gran empeño la práctica del precepto dominical, aun considerando con comprensión pastoral las dificultades que a menudo afrontan los fieles de un territorio determinado. Sobre todo, es necesario ayudarles a captar el significado de ese día, que es la síntesis del misterio cristiano. En efecto, es la conmemoración semanal del día de la resurrección de Cristo, día en que toda la creación, redimida por él, en cierto modo "renace" a una vida nueva, en espera de su venida gloriosa al final de los tiempos. Por tanto, es por excelencia el "día de la fe":  un día irrenunciable (cf. Dies Domini, 29-30).

6. Al mismo tiempo, y de modo muy especial, es el dies Ecclesiae. Por este motivo, es necesario que la celebración dominical de la Eucaristía se haga de modo que exprese plenamente el sentido de la Iglesia. En la "mesa de la Palabra", Dios llama a su pueblo a un perenne diálogo de amor. En el banquete eucarístico Cristo plasma a este pueblo como su "cuerpo" y su "esposa", transformándose en pan de vida y en vínculo de unidad. La Eucaristía dominical es de verdad un momento privilegiado para que los fieles perciban que son "iglesia" y crezcan en la comunión.

Además, por su misma naturaleza, la escucha de la Palabra y la comunión con el cuerpo de Cristo impulsan a los creyentes a convertirse en "evangelizadores y testigos" (ib., 45) en la vida diaria. De la misa a la misión:  es el movimiento natural de toda comunidad cristiana, particularmente necesario en la actual fase histórica de la Iglesia letona, frente al desafío de la nueva evangelización.

7. Todo esto sólo podrá realizarse en la medida en que cada bautizado tome conciencia de su vocación. A este propósito, es decisiva la promoción del laicado.

En efecto, un determinado modo de entender la comunidad cristiana había relegado a menudo a los laicos a una situación de pasividad. Por lo demás, la confianza en una mayor responsabilización del laicado en vuestro país puede verse frenada por los dolorosos recuerdos del pasado régimen, que utilizaba a algunos colaboradores para sus vejaciones a la Iglesia. Sin embargo, es preciso mirar con confianza al futuro. Según la línea trazada por el Concilio, los fieles laicos, sin sustituir jamás a los pastores, están llamados a un verdadero "apostolado" que, en las condiciones actuales, debe ser "mucho más intenso y amplio" (Apostolicam actuositatem, 1).

Pueden llegar más fácilmente a esta certeza también con la ayuda de las asociaciones y los movimientos eclesiales aprobados por la Iglesia, con tal de que actúen en plena sintonía con los obispos y con la pastoral diocesana. Más allá de esta tarea, por decirlo así, "interna", la vocación laical se expresa, sobre todo, en la relación entre la Iglesia y el mundo. "Corresponden, propia aunque no exclusivamente, a los laicos las tareas y actividades seculares" (Gaudium et spes, 43). Especialmente mediante el testimonio diario de los seglares el Evangelio puede convertirse en levadura de todos los aspectos de la vida:  la familia, la cultura, el arte, la economía e incluso el compromiso político. "El cristiano que descuida sus deberes temporales, descuida sus deberes con el prójimo, e incluso con Dios" (ib.).

8. Por último, queridos hermanos en el episcopado, es evidente que el secreto del impulso y de la renovación de la Iglesia letona reside, en gran parte, en las personas que por una especial vocación se han consagrado a la causa del reino de Dios. Pienso en los religiosos y las religiosas, esperando que su presencia en vuestras comunidades sea cada vez más cualificada y viva.

Pero mi pensamiento va, sobre todo, al ministerio de los sacerdotes. En vuestras comunidades se advierte la urgencia de que aumente su número, para cubrir las necesidades de las diversas parroquias. Ciertamente, esta necesidad puede atenuarse con la colaboración de los laicos y también con la promoción del diaconado permanente. Pero el sacerdote es insustituible, ya que a él corresponde actuar "in persona Christi" en la administración de los sacramentos, y desempeñar, en dócil colaboración con el obispo, el ministerio de heraldo de la Palabra y guía de la comunidad. El pueblo de Dios tiene derecho a su servicio de pastor y padre.

De aquí la urgencia de una activa pastoral vocacional que, basándose en la oración dirigida al "Dueño de la mies para que envíe obreros a su mies" (Mt 9, 38), se ocupe a la vez de sensibilizar a las familias y a toda la comunidad cristiana, a fin de que a los muchachos y a los jóvenes se les ayude a responder a una posible llamada de Dios. Asimismo, conocemos bien la importancia que tiene la formación que se ha de impartir a cuantos se preparan para cumplir una misión tan relevante en la comunidad. En efecto, se requiere una sólida formación teológica y eclesial, atenta al equilibrio humano y afectivo, enraizada en una profunda espiritualidad, caracterizada por una apertura cordial y, al mismo tiempo, vigilante ante la realidad del mundo en que vivimos. De la formación de vuestros presbíteros depende, en gran parte, el futuro de la Iglesia letona.

9. Gracias, queridos hermanos en el episcopado, por la alegría que me habéis dado con vuestra presencia. Deseo manifestaros una vez más toda mi estima por cuanto hacéis y seguiréis haciendo en bien del pueblo de Dios, aun en medio de las numerosas dificultades que debéis afrontar. En las inevitables horas oscuras jamás olvidemos que no estamos solos:  nuestros esfuerzos están sostenidos  por la  gracia,  y  en  ella  confiamos.

Por eso, ¡ánimo!:  "Caritas Christi urget nos" (2 Co 5, 14). Avancemos, como el Apóstol, con la fuerza de este amor que nos envuelve y acompaña. Nos estimule también la expectativa del inminente gran jubileo, que nos llama a todos a un compromiso especial de conversión.
Invocando a la Madre celestial para que os obtenga fuerza, perseverancia y eficacia en vuestro trabajo apostólico, os imparto de corazón mi bendición a vosotros y a los fieles encomendados a vuestro cuidado pastoral.

 



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