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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS PARTICIPANTES EN EL XXIX CAPÍTULO GENERAL
DE LOS MISIONEROS DE NUESTRA SEÑORA DE LA SALETTE


Jueves 4 de mayo de 2000

 

Queridos Misioneros de Nuestra Señora de La Salette: 

Me alegra acogeros en este momento en que estáis celebrando vuestro XXIX capítulo general. Junto con vuestro superior general y su consejo, a los que saludo cordialmente, representáis a todos vuestros hermanos esparcidos en numerosos países del mundo. En nombre de la Iglesia, os agradezco profundamente los esfuerzos que habéis realizado durante estos últimos años para extender vuestro campo de apostolado, sobre todo en la India y en los países del Este europeo, pensando también en estableceros próximamente en Indonesia y en Birmania. ¡Que el Señor bendiga con abundancia vuestros generosos compromisos apostólicos y os conceda perseverar con la audacia y el entusiasmo de las generaciones de misioneros que os han precedido!

Habéis elegido como tema de vuestras reuniones capitulares:  "Juntos construimos el futuro". Deseáis construir juntos el futuro de vuestro instituto con la ayuda de Dios, dando nuevo vigor al carisma saletino que os une, mediante una fidelidad creativa a vuestra vocación, y subrayando, en particular, el lugar esencial de la misión, de la vida comunitaria y de la interdependencia en la comunión.

A la luz del mensaje de Nuestra Señora de La Salette, atribuís un lugar importante al ministerio de la reconciliación. Este Año jubilar es una ocasión privilegiada para redescubrir la plenitud de la misericordia de Dios, que quiere reconciliar al hombre con él y con sus hermanos. En efecto, "por ser una comunidad reconciliada y reconciliadora, la Iglesia no puede olvidar que en el origen mismo de su don y de su misión reconciliadora se halla la iniciativa llena de amor compasivo y misericordioso del Dios que es amor y que por amor ha creado a los hombres; los ha creado para que vivan en amistad con él y en mutua comunión" (Reconciliatio et paenitentia, 10). Con este espíritu, deseo vivamente que vuestro capítulo estimule a los miembros de vuestro instituto a adquirir una conciencia renovada de su participación en la misión reconciliadora de la Iglesia, que es el corazón de su vocación misionera, ayudando sin cesar a los fieles a acoger el perdón divino, para ser sus testigos en todas las naciones.

Como escribí con ocasión del 150° aniversario de la aparición de la Virgen, "La Salette es un mensaje de esperanza, puesto  que  nuestra  esperanza  se apoya en la intercesión de la Madre de los hombres" (Carta a monseñor Louis Dufaux, obispo  de  Grenoble, 6 de mayo de 1996:  L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 7 de junio de 1996, p. 10). ¡Que el anuncio de esta esperanza esté siempre en el centro de vuestro encuentro con los hombres y las mujeres de hoy! Gracias a ella, nuestros contemporáneos pueden estar seguros de que las rupturas no son irremediables, y que es siempre posible convertirse de sus infidelidades a fin de construir una humanidad reconciliada y seguir al Señor, puesto que ninguno está demasiado lejos para Dios.

Queridos Misioneros de Nuestra Señora de La Salette, no tengáis miedo de testimoniar que Cristo vino a compartir nuestra humanidad para que participáramos en su divinidad. Proclamad con audacia la palabra de Dios, que es una fuerza transformadora de los corazones, las sociedades y las culturas. Bajo la mirada de María, presencia materna en medio del pueblo de Dios, invitad sin cesar a la conversión, a la comunión y a la solidaridad. No dudéis en anunciar a vuestros hermanos que Dios camina con los hombres, los llama a una vida nueva y los anima para guiarlos a la verdadera libertad. La calidad de vuestra vida espiritual y de vuestra vida comunitaria será una expresión particularmente elocuente de la autenticidad y fecundidad de vuestro anuncio del mensaje evangélico.

Esto exige del misionero que acepte vivir en un estado permanente de conversión. El verdadero misionero es aquel que acepta comprometerse decididamente en los caminos de la santidad. "El misionero, si no es contemplativo, no puede anunciar a Cristo de modo creíble. El misionero es un testigo de la experiencia de Dios y debe poder decir como los Apóstoles:  "Lo que contemplamos... acerca de la Palabra de vida..., os lo anunciamos" (1 Jn 1, 1-3)" (Redemptoris missio, 91). Después del entusiasmo del primer encuentro con Cristo en los caminos de la misión, es necesario sostener valientemente los esfuerzos de cada día con una intensa vida de oración, penitencia y entrega de sí. Al participar en la misión de Cristo con su palabra y con el testimonio de toda su existencia, los misioneros impulsarán a los hombres a abrirse a la buena nueva, que ellos tienen la misión de anunciar a todos (cf. Decreto de aprobación de las Constituciones, 6 de junio de 1985). De este modo, podrán "construir juntos el futuro" y vivir valientemente la incógnita del mañana, seguros de la presencia de Cristo, que los acompaña en cada instante de su vida en sus encuentros con los hombres y los pueblos.

Encomiendo a los miembros de la congregación de los Misioneros de Nuestra Señora de La Salette a la intercesión de la Virgen María, Nuestra Señora reconciliadora, y de corazón imparto a todos mi afectuosa bendición apostólica, que extiendo de buen grado a las personas que se benefician de su ministerio y a todas las que comparten la espiritualidad saletina.

 



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