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DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II
A LOS DIRIGENTES Y SOCIOS DEL CÍRCULO DE SAN PEDRO

Lunes 5 de junio de 2000

 

Amadísimos socios del Círculo de San Pedro: 

1. Me alegra acogeros también este año, y os saludo con afecto. Dirijo un cordial saludo a vuestro asistente espiritual, el arzobispo monseñor Ettore Cunial, y a vuestro presidente, el marqués Marcello Sacchetti, a quien agradezco las corteses palabras que me ha dirigido en vuestro nombre. Este encuentro constituye, como siempre, una ocasión propicia para renovar mi sincero aprecio por el empeño que cada uno de vosotros pone en el fiel servicio a la Iglesia y al Papa y en iniciativas concretas de caridad para con el prójimo. Gracias por vuestro constante testimonio de amor a la Sede apostólica y de actividad caritativa solidaria con respecto a los hermanos más necesitados de nuestra ciudad.

2. En efecto, vuestra benemérita Asociación va penetrando cada vez más en el corazón de Roma, impulsada por el deseo de responder a las urgencias de los más pobres y olvidados. Entre las diferentes intervenciones de solidaridad realizadas en favor de quienes sufren por la falta de lo necesario, reviste singular significado la nueva iniciativa que, con ocasión del gran jubileo, habéis emprendido, garantizando diariamente una acción de voluntariado en los comedores establecidos junto a las basílicas patriarcales. Os expreso una vez más a todos mi felicitación por haber aceptado generosamente la invitación a colaborar en el proyecto denominado "La caridad del Papa para el jubileo".

Os agradezco, asimismo, todo lo que hacéis en las parroquias, en los hospitales y en los centros de acogida, acompañando continuamente a los que sufren en el cuerpo y en el espíritu, para llevarles la consoladora certeza de que Cristo es el Salvador de todos.

El óbolo de San Pedro que, como cada año, me entregáis personalmente, constituye un ulterior signo de vuestra participación silenciosa, pero concreta, en la solicitud de la Sede apostólica, llamada a intervenir de modo cada vez más decidido para responder a las crecientes peticiones de las poblaciones más indigentes en muchas partes del mundo. Vuestra loable disponibilidad para recaudar fondos con vistas a la caridad del Papa representa un signo muy apreciado de comunión con el ministerio universal del Sucesor de Pedro. Continuad por este camino, conscientes de que prestáis un servicio útil a Cristo y a su Iglesia.

3. Amadísimos socios, ya se acerca la solemnidad de Pentecostés. Os invito a impetrar de Dios el don de su Espíritu, que es fuego vivo de caridad y fuente de luz y de fuerza interior. Dejad que el Espíritu Santo guíe todas vuestras iniciativas y anime todos vuestros esfuerzos. En la oración asidua encontraréis la energía indispensable para hacer eficaz vuestro apostolado, de modo que los hombres que os encuentren vean un reflejo del amor de Dios y se abran a la novedad del Evangelio.

No os detengáis ante las dificultades. Antes bien, seguid saliendo al encuentro de vuestros hermanos más necesitados, manifestándoles el amor del Padre celestial. El divino Maestro nos asegura: «Os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25, 40).

Que María, modelo incomparable y perfecto de la vida y de la misión de la Iglesia, Madre que engendra a los cristianos y los lleva a la perfección de la caridad (cf. Lumen gentium, 63-65), os proteja y acompañe siempre.

Por mi parte, os aseguro mi recuerdo en la oración, y os imparto de corazón a vosotros, y a vuestras familias, una especial bendición.

 



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