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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL EMBAJADOR DE LA REPÚBLICA DE BOLIVIA ANTE LA SANTA SEDE*

Jueves8 de junio de 2000

 

Señor Embajador:

1. Me complace recibirle en este solemne acto en el que me presenta las Cartas Credenciales que lo acreditan como Embajador extraordinario y plenipotenciario de la República de Bolivia ante la Santa Sede. Al darle mi cordial bienvenida, quiero agradecerle sus amables palabras, así como el atento saludo que el Señor Presidente, General Hugo Banzer, ha querido hacerme llegar por su medio, a lo cual correspondo rogando a Usted que tenga a bien trasmitirle mis mejores votos de paz y bienestar para todo el pueblo boliviano

2. Su presencia aquí hoy, y Usted mismo ha aludido a ello en sus palabras, trae a mi recuerdo la visita pastoral que realicé a su País en 1988. En aquella ocasión pude admirar las preclaras dotes del pueblo boliviano, conformado por una múltiple realidad cultural y étnica, fruto del encuentro entre las culturas autóctonas, como las aymaras, quechuas y otras, y las que llegaron ahí en el curso de los siglos, lo cual "es riqueza en la variedad, partiendo del mutuo respeto y diálogo integrador" (Discurso en el aeropuerto de "El Alto" 9.05.1988, 3). Es de desear que los bolivianos conserven siempre los genuinos valores que forman su rico patrimonio espiritual, con los cuales el País podrá avanzar hacia metas mejores, más justas y solidarias, fiel a sus raíces cristianas y humanistas que han configurado su historia, y que ha de seguir edificándose y caminando hacia el futuro sobre las bases religiosas y éticas que elevan y reconocen a la persona en su dignidad irrenunciable e inviolable.

3. También se ha referido Usted a los cambios de estructuras que se llevan a cabo en Bolivia para hacer frente a la crisis que aflige a gran parte de la población, tratando de aliviar con ello la situación en que viven las regiones más pobres. Me complace saber que éste sea uno de los objetivos de su Gobierno, esperando que prosiga en esa ineludible tarea con decisión y firme empeño. En efecto, la pobreza material no puede considerarse nunca como un mal endémico, sino como la carencia de los bienes esenciales para el desarrollo de la persona, como resultado de diversas circunstancias. A este respecto, la Iglesia siente como propia la difícil situación que atraviesan tantos hermanos sumidos en las redes de la pobreza, a veces extrema, y reafirma siempre, por exigencia evangélica, su compromiso con los pobres como expresión del amor misericordioso que Jesucristo les manifestó. Por eso, la Iglesia misma, con su doctrina y las obras asistenciales, apoya a quienes trabajan seriamente para que la promoción humana sea un compromiso eficazmente asumido también por las instituciones sociales, en orden a paliar las precarias situaciones en las que se encuentran tantas personas y familias, especialmente los indígenas.

A este respecto, hace unas semanas, los Obispos en Bolivia han entregado al Señor Presidente de la República, como fruto de una seria reflexión el documento "Conclusiones Foro Jubileo 2000", iniciativa de la Conferencia Episcopal Boliviana encaminada a discutir el delicado problema de la pobreza estructural del País y para permitir a los ciudadanos de diversos estratos sociales y de diferentes tendencias políticas el poder expresarse sobre cómo utilizar los fondos liberados por la condonación de la deuda externa.

La lacra moral y social de la pobreza requiere ciertamente soluciones de carácter técnico y político, haciendo que las actividades económicas y los beneficios que legítimamente generan reviertan también en el bien común. En el Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de 1993 escribí a este respecto: "Un Estado ―cualquiera que sea su organización política y su sistema económico― es por sí mismo frágil e inestable si no dedica una continua atención a sus miembros más débiles y no hace todo lo posible para satisfacer al menos sus exigencias primarias" (n. 3). Sin embargo, no hay que olvidar que todas estas medidas serían insuficientes si no están animadas por los valores éticos y espirituales auténticos. Por ello, la erradicación de la pobreza es también un compromiso moral en el que la justicia y la solidaridad cristiana juegan un papel imprescindible.

4. La Iglesia en su País, bajo la guía solícita y prudente de los Obispos, trabaja con generosidad y entusiasmo en el cumplimiento de su misión, favoreciendo así que los valores morales y la concepción cristiana de la vida, tan arraigada allí, continúen inspirando la vida de los ciudadanos y para que cuantos de una u otra forma desempeñan responsabilidades de diverso grado, tengan en cuenta dichos valores para construir día a día una Patria cada vez mejor y mas próspera y en la que cada cual vea plenamente respetados sus derechos inalienables.

Así mismo la Iglesia ejerce la misión que le fue encomendada por su divino Fundador en diversos campos como son, entre otros, la defensa de la vida y de la institución familiar, la promoción de la justicia y la atención a los más necesitados. Al mismo tiempo, trata de promover, basándose en su Doctrina Social, la pacífica y ordenada convivencia entre los ciudadanos y entre las Naciones. La misma Iglesia, que nunca pretende imponer criterios concretos para el gobierno del pueblo, tiene, sin embargo, el deber ineludible de iluminar desde la fe el desarrollo de la realidad social en la que está inmersa. En este sentido, como Usted mismo ha señalado, la Conferencia Episcopal de Bolivia, ha trabajado y seguirá trabajando para difundir su mensaje de apremiante llamado a la solidaridad y al compromiso en beneficio de todos sin excluir a ninguno, sobre todo porque hay situaciones que requieren una apremiante solución. A este respecto recientemente la Conferencia Episcopal Boliviana ha publicado una carta pastoral con el título "Tierra, Madre Fecunda para todos", en los que ofrecen una reflexión para reenfocar la reforma agraria, tan necesaria para paliar la dramática situación por la que atraviesan los indígenas y campesinos.

5. Señor Embajador, al final de este encuentro quiero formularle mis más cordiales votos por el desempeño de su misión ante esta Sede Apostólica, siempre deseosa de mantener y consolidar cada vez más las buenas relaciones ya existentes con la República de Bolivia y de ayudar a superar con buena voluntad las dificultades que pudieran aparecer entre la Iglesia y el Estado en su País. Le aseguro mi plegaria al Todopoderoso para que, por intercesión de Nuestra Señora de Copacabana, asista siempre con sus dones a Usted y a su distinguida familia, a sus colaboradores, a los Gobernantes y ciudadanos de su noble País, al que recuerdo con gran afecto y sobre el cual invoco copiosas bendiciones del Altísimo.


*Insegnamenti di Giovanni Paolo II, vol. XXIII, 1 p.1038-1041.

L'Osservatore Romano 9.6.2000 p.5.

L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, n 23, p. 8 (p.296).

 



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