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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL PERSONAL DE LA COMISARÍA DE POLICÍA
QUE SE HALLA JUNTO AL VATICANO

Viernes, 14 de enero de 2000

 

Señor director;
señores funcionarios y agentes de la Comisaría de policía:

1. También este año tengo la alegría de reunirme con vosotros y expresaros mi gratitud por el servicio que prestáis a la Sede apostólica y a mi persona. Os dirijo a todos mi más cordial saludo. En particular, expreso mi agradecimiento al doctor Carlo Fellicò por las amables palabras que ha querido dirigirme también en vuestro nombre, haciéndose intérprete de los sentimientos comunes.

A cada uno de los que formáis parte de la Comisaría de policía junto al Vaticano os renuevo mi estima y mi aprecio por la cualificada labor que realizáis con gran sentido de responsabilidad. Gracias por la presencia vigilante y, al mismo tiempo, discreta e inteligente, con la que acompañáis al Papa durante sus visitas y sus viajes a diversas localidades de Italia.

Este encuentro es más significativo aún porque se sitúa en el marco del gran jubileo del año 2000, acontecimiento de singular importancia espiritual, en cuyos primeros días ya han afluido a Roma multitudes de peregrinos procedentes de todas las partes del mundo. También vosotros, dirigentes, funcionarios y fuerzas de seguridad, estáis llamados a realizar un esfuerzo mayor para que las celebraciones y los acontecimientos relacionados con el jubileo se desarrollen de modo regular y provechoso. El orden exterior, por el que veláis con gran esmero, favorecerá sin duda el interior, impregnado de serenidad y paz.

2. Acabamos de terminar el tiempo navideño. En cada Navidad, nuestra memoria va a Belén, al lugar y a la familia que se transformaron en el hogar donde vivió el Hijo eterno de Dios. Con particular emoción, este año la Navidad nos ha hecho recordar aquel momento extraordinario en el que se realizó el misterio de la encarnación. Nos hemos encontrado espiritualmente con Cristo, nacido por nosotros en la Nochebuena, y hemos acogido su renovada invitación a convertirnos al amor y al perdón.

Ojalá que esta experiencia espiritual nos acompañe durante todo el Año santo. Que el gran jubileo sea un tiempo fuerte del espíritu, un tiempo de reconciliación con Dios y con nuestros hermanos. Desde esta perspectiva, deseo que cada  uno de vosotros viva del mejor modo posible los próximos meses, acogiendo los dones de gracia que os ofrece este acontecimiento de salvación. Os deseo que experimentéis dentro de vosotros la paz que los ángeles anunciaron en Belén a los hombres de buena voluntad.

Expreso un deseo especial a vuestras familias: que el Año santo 2000 sea para ellas, como para todas las familias del mundo, una ocasión de gracia y redención. Que todos los corazones se abran con confianza a Cristo, único Redentor del hombre.

3. Amadísimos hermanos y hermanas, que el Señor os proteja en la labor que realizáis en colaboración con las demás fuerzas de seguridad. Os asista María santísima, Madre de Jesús y nuestra. Ella, que conoce las situaciones peligrosas de vuestro servicio, esté junto a vosotros en los momentos de dificultad, obtenga la bendición divina sobre vuestros ideales, vuestras aspiraciones y vuestros proyectos, y os ayude con su ejemplo a caminar siguiendo los pasos de su Hijo Jesús.

Por mi parte, os aseguro mi constante recuerdo en la oración y, al mismo tiempo que os deseo a vosotros y a vuestras familias un feliz año 2000, os imparto con afecto una especial bendición apostólica.

 



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