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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A UN GRUPO DE PEREGRINOS DE PADUA

 Viernes 3 de marzo de 2000
 

 

Amadísimos hermanos y hermanas de la diócesis de Padua:

1. Os saludo con cordialidad y me alegra daros la bienvenida. ¡Bienvenidos a Roma y bienvenidos a San Pedro! El tiempo providencial del jubileo os ha guiado como peregrinos a la ciudad de Roma, para confirmar vuestra fe en Cristo y reafirmar vuestro compromiso de vivir según el espíritu del Evangelio. Vuestra presencia tan numerosa testimonia los estrechos e ininterrumpidos vínculos de comunión y afecto que unen a vuestra Iglesia con el Sucesor de Pedro. En efecto, según una piadosa tradición, san Prosdócimo, primer obispo de Padua, fue enviado por el apóstol san Pedro a anunciar la buena nueva en tierras euganeas. Desde entonces, vuestra Iglesia no ha olvidado jamás su vinculación originaria con la Sede apostólica.

Mi pensamiento se dirige, ante todo, al querido y celoso monseñor Antonio Mattiazzo, que ocupa la cátedra desde la que enseñaron con gran sabiduría tantos ilustres predecesores suyos. Al agradecerle los sentimientos que ha expresado también en vuestro nombre, quiero saludaros a todos vosotros, fieles de una Iglesia rica en santos y mártires, en tradiciones antiguas y nobles, en vocaciones sacerdotales y religiosas, así como en generosas instituciones. Saludo a los sacerdotes, a los jóvenes del seminario mayor, que están aquí encabezados por su rector y sus profesores, y a los peregrinos brasileños, juntamente con el presbítero paduano fidei donum que trabaja en su diócesis de Itaguaí.

Asimismo, me complace dirigir un saludo fraterno al arzobispo ortodoxo de Kherson, Ionafhan, secretario del Santo Sínodo de la Iglesia ortodoxa ucraniana, y al representante de la metropolía rumana de Craiova, que participan en este encuentro.

2. Estamos viviendo el año del gran jubileo, que ofrece a los fieles la posibilidad de sacar copiosamente del tesoro de gracia y misericordia que Dios ha confiado a la Iglesia. A cuantos anhelan una valiente renovación interior, el Señor les pide que se acerquen a él con confianza: "Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba  el  que crea en mí:  (...) de su seno correrán ríos de agua viva" (Jn 7, 37-38). A cada uno pide un cambio de mentalidad y de estilo de vida, para "seguir al Cordero a dondequiera que vaya" (Ap 14, 4) y afrontar así las realidades diarias según la lógica del Evangelio.

Seguir a Cristo con amor generoso exige un intenso y constante crecimiento interior. Para este fin, es preciso cultivar con asiduidad la oración, participar con la mayor frecuencia posible en la Eucaristía y en el sacramento de la penitencia, y practicar las virtudes evangélicas, en primer lugar la caridad.

La gran tradición de santidad de la Iglesia de Padua cuenta con numerosos ejemplos de testigos de la fe que han transmitido al pueblo de Dios el sentido vivo de una relación personal con Cristo y con su Cuerpo, que es la Iglesia. ¡Cómo no recordar a santa Justina, san Daniel, san Máximo, san Bellino y san Fidencio, los beatos Eustaquio y Giordano Forzatè, o la espléndida figura de san Gregorio Barbarigo, sólo por citar algunos! Entre éstos, deseo destacar a san Antonio de Padua y a san Leopoldo Mandic, que, aunque no nacieron en vuestra tierra, predicaron en ella la palabra de Dios y administraron la misericordia divina en el sacramento de la reconciliación, con gran celo y tangibles frutos apostólicos. Éstas son las glorias de vuestra diócesis. Ojalá que sus ejemplos y enseñanzas os infundan continuamente el entusiasmo y la valentía para adheriros de modo más orgánico y perfecto a Cristo. Así, estaréis preparados para afrontar con confianza y esperanza las dificultades de nuestro tiempo y los desafíos de la nueva evangelización.

3. Evangelizar, amadísimos hermanos y hermanas, es la misión de todo bautizado. Cualquiera que sea su estado de vida, está llamado a dar testimonio de Cristo y del Evangelio. Formulo votos para que vuestra peregrinación dé los frutos anhelados de renovación religiosa y pastoral. Quiera Dios que vuestra visita a las tumbas de los Apóstoles refuerce vuestra determinación de evitar el pecado, convertiros al bien y seguir al Señor.

A María, en su Asunción a los cielos, a la que está dedicada la catedral de vuestra diócesis, le encomiendo las intenciones que os animan en vuestra peregrinación jubilar. Le imploro para vosotros la gracia de ser misioneros auténticos del amor insondable de Dios, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad (cf. 1 Tm 2, 4).

Que os protejan san Pedro y san Pablo, columnas de la Iglesia, y vuestros santos patronos. El Papa ruega por vosotros y os imparte, así como a vuestros seres queridos y a todos los fieles de la diócesis de Padua, una especial bendición apostólica.

 



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