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JUBILEO DE LOS NUNCIOS APOSTÓLICOS

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS REPRESENTANTES PONTIFICIOS*

Viernes 15 de septiembre de 2000

 

Amadísimos hermanos en el episcopado:

1. "Paz a vosotros" (Jn 20, 19). Os acojo con el saludo pascual de Cristo a los Apóstoles, que corresponde muy bien a vuestra actual celebración jubilar, pues tiende a la reconciliación y a la paz con Dios y con los hermanos. Esto vale para todos los fieles, pero vale de modo particular para nosotros, pastores, llamados a ser "modelo del rebaño" (1 P 5, 3).

Todos tienen necesidad de la paz. Sin embargo, de modo especial, debe ser "hombre en paz" y "hombre de paz" quien, compartiendo como vosotros la "sollicitudo omnium Ecclesiarum" propia del Obispo de Roma, cumple la misión de contribuir con todas sus energías al ministerio de comunión que Cristo confió a Pedro y a sus sucesores.

Esta delicada misión hace que os sienta particularmente cercanos incluso cuando os encontráis en vuestras sedes, esparcidas por las diversas partes del mundo. Por esta cercanía, que diariamente se alimenta y apoya en la oración, me alegra dirigiros hoy un saludo muy cordial, en el marco del gran jubileo. De la misma manera, quisiera dedicar palabras de afecto en especial a los más ancianos de entre vosotros, tanto por edad como por servicio, y que han afrontado generosamente el "pondus diei et aestus" en sedes con frecuencia difíciles por la situación sociopolítica o por la condición climática.

2. En efecto, sois representantes del Papa ante los Gobiernos nacionales o ante las instituciones supranacionales, pero, en primer lugar, sois testigos de su ministerio de unidad ante las Iglesias particulares, a cuyos pastores aseguráis la posibilidad de un contacto constante con la Sede apostólica. Otra tarea, que ha ido incrementándose durante estos años gracias al impulso del concilio ecuménico Vaticano II, es el servicio a la unidad plena de todos los cristianos, que es un anhelo del corazón de Cristo y, en consecuencia, también un deseo ardiente del Papa y del Colegio episcopal. No hay que olvidar tampoco la gran contribución que estáis llamados a dar a la búsqueda y a la consolidación de una relación armoniosa con todos los creyentes en Dios, así como de un diálogo sincero con los hombres de buena voluntad.

En este servicio seguís los pasos de muchas personalidades ilustres, algunas de las cuales brillaron por auténtica santidad de vida. Y ¡cómo no recordar, con íntima alegría, que los dos Papas que fueron propuestos recientemente como modelos de virtudes cristianas a toda la Iglesia, el beato Pío IX y el beato Juan XXIII, son, por decirlo así, vuestros "colegas" en el servicio diplomático de la Santa Sede! Ciertamente los sentís cercanos de modo especial, y esto favorece vuestra comunión espiritual con ellos y vuestro deseo de imitar su ejemplo.

3. El lema del Papa Juan XXIII ―"Oboedientia et pax"― puede ser para cada uno de vosotros un programa muy valioso. Si inspiráis en él vuestra disposición interior, tendréis indudablemente un antídoto eficaz contra el abatimiento o la tristeza que pueden embargaros cuando una iniciativa largamente preparada no surte el efecto deseado, o cuando un paso dado con las finalidades más nobles es mal interpretado, o incluso cuando surgen aspectos humanos poco gratos en las situaciones de la vida o en la misma organización de vuestro trabajo. El Señor permite muchas cosas..., y a veces nos cuesta reconocer el entramado de gracia que subyace a nuestra existencia y a los mismos acontecimientos de la historia.

Por eso, nos han de ayudar las palabras del Apóstol a los Romanos: "Sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien" (Rm 8, 28). El secreto espiritual del beato Juan XXIII consistía en su capacidad de transformar en ocasión de bien, con la fuerza interior de la oración, todas las situaciones: su jornada, sus preocupaciones, sus alegrías y sus tristezas, el paso de los años... En efecto, quien lee su Diario no puede por menos de sentir admiración por la riqueza de su vida espiritual, alimentada de diálogo constante con Dios en cada circunstancia, con fidelidad diaria al deber, incluso oscuro, monótono y pesado.

Este es un aspecto significativo de su santidad, junto con el respeto a sus colaboradores, por los cuales sentía afecto paterno-fraterno. Me refiero aquí a una dimensión característica de vuestra experiencia en las nunciaturas, donde un pequeño grupo de personas vive en estrecho contacto diario. A veces colaborar puede resultar difícil, incluso por la diferencia de edad, de nacionalidad, de formación y de mentalidad. Que el Señor os conceda formar una buena comunidad de trabajo, para el bien y la edificación de cada uno, así como del servicio que se os ha confiado.

4. Deseo poner de relieve aquí la importancia de la misión del nuncio para la Iglesia que vive en el país a donde es enviado como representante pontificio. Es un servicio importante y delicado, que debe desempeñar desde la perspectiva eclesiológica de la comunión, tan destacada por el concilio Vaticano II (cf. Christus Dominus, 9; Código de derecho canónico, c. 364). En efecto, estáis llamados a prestar un servicio de comunión. Un servicio que, por su misma naturaleza, no puede limitarse a una fría mediación burocrática, sino que debe ser una auténtica presencia pastoral. No olvidéis que el nuncio es también un pastor, y ha de actuar con el espíritu de Cristo "buen Pastor".

Además de vivir ese sentido pastoral como representante del Sucesor de Pedro, debe sentirse fraternalmente cercano a los pastores de las Iglesias particulares, compartiendo con ellos el celo apostólico mediante la oración, el testimonio y las formas de presencia y de ministerio que resulten más oportunas y útiles al pueblo de Dios, respetando la responsabilidad propia de cada obispo.

Amadísimos nuncios, vuestro ministerio, vivido de este modo, pone claramente de relieve el vínculo necesario entre las dimensiones particular y universal de la Iglesia. Al ayudar al Sucesor de Pedro a apacentar la grey de Cristo, ayudáis a las Iglesias particulares a crecer y desarrollarse. En este servicio, afrontáis a menudo problemas, dificultades y tensiones. Os agradezco de corazón la valiosísima contribución de vuestra experiencia, gracias a la cual sabéis conjugar la sensibilidad por las Iglesias y las sociedades en las que cumplís vuestra misión, con la fidelidad a las líneas que inspiran la acción de la Santa Sede, tanto en el campo eclesial como en el civil.

5. En realidad, la posibilidad de experimentar directamente en la Iglesia la diversidad legítima, respetando la unidad debida, es un don que ciertamente constituye para vosotros un motivo de enriquecimiento humano y espiritual y, en cierto modo, os recompensa por los sacrificios que afrontáis debido a los cambios de clima, de lengua, de mentalidad, de cultura y de condiciones de vida. Durante mis viajes apostólicos he tenido la oportunidad de conoceros mejor, visitándoos en vuestros respectivos lugares de trabajo. Recuerdo haber dicho una vez a uno de vosotros, en el momento de despedirme: "Hoy para usted es el día de la liberación". Con un poco de humor quise dar a entender que había comprendido lo que significa para un nuncio la preparación y la realización de una visita apostólica; era una manera de expresarle mi aprecio, que reitero aquí a cada uno de vosotros.

Estimo mucho vuestro compromiso de ser intermediarios entre la Santa Sede y los Episcopados locales, así como todo el trabajo de mediación que lleváis a cabo ante las instituciones políticas y sociales de los países en los que desempeñáis vuestra misión o en la relación con los organismos internacionales a los que sois enviados. Vuestro objetivo constante consiste en promover la paz, la paz auténtica, que únicamente existe si se apoya en las columnas de la verdad, la justicia, la libertad y la solidaridad (cf. Pacem in terris, 49-55 y 64). Sabéis bien que este compromiso se traduce concretamente en la lucha contra la pobreza y en la promoción de un desarrollo humano integral, porque sólo sobre estos presupuestos es posible fundar una paz verdadera y duradera entre los pueblos de la tierra, respetando los derechos fundamentales de la persona humana, que es imagen de Dios.

6. En vuestra acción podéis contar con el prestigio de una diplomacia que tiene una historia secular y que se ha enriquecido con la contribución de hombres insignes por su equilibrio, su sabiduría y su vivo sentido de la Iglesia. Ojalá que su ejemplo sea para cada uno de vosotros casi un paradigma que os sirva de orientación y apoyo.

Sin embargo, más allá de cualquier referencia humana, por más noble que sea, la luz verdadera os llega de Cristo y de su Evangelio. Las dotes de prudencia humana, inteligencia y sensibilidad deben conjugarse, en cada uno de vosotros, con el espíritu de las bienaventuranzas. En cierto sentido, vuestra diplomacia ha de ser la "diplomacia del Evangelio". En esta tensión espiritual reside vuestra fuerza y vuestro secreto. Por eso, vuestra fe en Cristo debe ser la llama que ilumine y caliente cada una de vuestras jornadas.

Habéis querido confirmar y fortalecer esa fe también con esta peregrinación jubilar. En algunos casos, la habéis realizado con muchos sacrificios. Al expresaros mi gratitud también por este testimonio de fe y de comunión, os aseguro mi constante recuerdo en la oración. Hoy también he celebrado la misa por todos los nuncios.

Os encomiendo a cada uno y vuestro trabajo a la protección materna de la Virgen santísima, y, rogándoos que me recordéis con frecuencia a mí y mi ministerio, sobre todo en la celebración de la santa misa, imparto con afecto a cada uno la bendición apostólica, que extiendo complacido a vuestros colaboradores y a vuestros seres queridos.


*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, n. 38, pp. 3, 6 .



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