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PALABRAS DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL FINAL DEL CONCIERTO OFRECIDO POR LA REPÚBLICA DE HUNGRÍA


Sábado 23 de septiembre de 2000

 

Ilustres señores y señoras: 

Al término de este extraordinario concierto, que se inscribe en el marco del gran jubileo, el corazón se siente impulsado naturalmente a la gratitud. Ante todo a Dios, primer inspirador de todo arte auténtico y, por tanto, también de la admirable Missa solemnis, del gran compositor magiar Ferenc Liszt. Pero, inmediatamente después, la gratitud se dirige a cuantos han ideado este espléndido concierto, lo han preparado, organizado y ejecutado.

Mi pensamiento se dirige, en primer lugar, al presidente de la República de Hungría, señor Ferenc Mádl, al primer ministro y a las demás autoridades del Estado, con un especial agradecimiento a cuantos han querido honrarnos hoy con su presencia. De la misma manera, doy las gracias con afecto fraterno al cardenal primado László Paskai y a monseñor István Seregély, presidente de la Conferencia episcopal húngara.

Un agradecimiento especial, junto con mi mayor aprecio por la óptima ejecución, va al maestro Domonkos Héja y a los músicos de la Orquesta sinfónica juvenil "Danubiana", así como al maestro Mátyás Antal, a los solistas y al Coro nacional de Hungría.

Es muy significativo el hecho de que, pasados mil años desde que mi predecesor Silvestre II coronara a san Esteban como primer rey de Hungría, la República de Hungría haya sentido el deseo de realizar un acto especial de homenaje al Obispo de Roma. Este gesto no sólo tiene un alto valor conmemorativo, sino que también manifiesta la conciencia del vínculo profundo que une al pueblo húngaro con la Iglesia. La historia da testimonio de los beneficios obtenidos por esta nación gracias a los fermentos cristianos que han entrado a formar parte de su cultura. Ojalá que en el nuevo milenio se produzca un ulterior desarrollo de este fecundo intercambio por el camino del auténtico progreso humano.

Dentro del espíritu del Año jubilar, me complace despedirme de vosotros, ilustres señores y señoras, con el deseo de que, en Hungría y en cada país del mundo, los corazones de todos se comprometan generosamente a servir al verdadero bien del hombre, para que reinen por doquier la paz en la justicia y la libertad en la verdad. Con estos sentimientos, invoco sobre cada uno las bendiciones de Dios.

 



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