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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS PARTICIPANTES EN LA PEREGRINACIÓN NACIONAL DE GUATEMALA

Domingo 7 de octubre de 2000

 

Queridos hijos e hijas guatemaltecos:

1. Es para mí un motivo de alegría encontrarme con Ustedes, que se han reunido en Roma para celebrar el Gran Jubileo y compartir así, como hermanos en la fe, esta profunda experiencia de reconciliación con Dios y con los hermanos. Con el significativo gesto de entrar por la Puerta Santa, la Iglesia invita a sus fieles a dejar atrás toda huella de pecado, gustar de la infinita misericordia de Dios y, alentados así por su gracia, volver los ojos hacia Cristo, el único Salvador del género humano. Por eso el Jubileo refuerza y da nuevo impulso a nuestra esperanza, al liberarnos del peso de las esclavitudes pasadas y permitirnos levantar la vista hacia lo alto, donde, como en el cielo estrellado indicado a Abraham, se manifiesta la grandeza inconmensurable de las promesas divinas y el auténtico futuro de la humanidad liberada.

2. Ustedes han querido vivir esta experiencia en sus corazones, como hijos de la Iglesia, y también como comunidad nacional que desea caminar solidariamente junto con todo el pueblo de Guatemala. Por eso doy una cordial bienvenida a Mons. Víctor Hugo Martínez Contreras, Arzobispo de Los Altos-Quetzaltenango-Totonicapán y Presidente de la Conferencia Episcopal de Guatemala, así como a los demás Obispos y a las numerosas personas que han hecho su peregrinación jubilar a Roma, para estar cercanos a las tumbas de los Apóstoles Pedro y Pablo. Les invito a inspirarse en el ejemplo de estos grandes testigos del Evangelio, fieles hasta derramar su sangre por él, para abordar con renovada energía las tareas de la nueva evangelización en su País.

Deseo saludar cordialmente también al Señor Embajador ante la Santa Sede, que tanto se ha prodigado en hacer posible esta peregrinación nacional, así como a los demás representantes de Guatemala presentes en Roma y a los guatemaltecos residentes en Italia que han querido celebrar junto con sus conciudadanos los ritos jubilares. Les exhorto a que aprovechen el legítimo sentimiento patrio para promover el compromiso común de construir un futuro mejor para todo el pueblo, libre de tensiones internas y discriminaciones, solidario en las necesidades de cada persona o grupo, fuerte ante las adversidades y creador de nuevos espacios para la civilización del amor. Esto será un precioso fruto jubilar, pues abrirá las puertas a nuevas esperanzas de transformar el mundo y hacer posible, con la gracia y el poder de Dios, que “las espadas se cambien por arados y al ruido de las armas le sigan los cantos de paz”, como dice la Oración del Jubileo.

3. Que Dios bendiga abundantemente su empeño por ser fieles a Dios y a la Iglesia, y que la Virgen María, Nuestra Señora de la Asunción, custodie en ustedes con maternal premura las gracias y los buenos propósitos de esta peregrinación. A ella invoco de corazón para que les proteja y acompañe, a la vez que les imparto complacido la Bendición Apostólica.

 



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