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AUDIENCIA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A UNA PEREGRINACIÓN DEL PATRIARCADO DE ANTIOQUÍA DE LOS SIRIOS


Jueves 23 de noviembre de 2000

 

Beatitud;
queridos hermanos en el episcopado y el sacerdocio;
queridos peregrinos:

1. Me alegra acogeros y daros la bienvenida. Saludo ante todo a Su Beatitud Ignace Moussa I, patriarca de Antioquía de los sirios, a los obispos, a los sacerdotes, a los religiosos y a las religiosas, así como a todos los fieles que los acompañan.

Desde los orígenes del cristianismo, los apóstoles san Pedro y san Pablo estuvieron íntimamente unidos a Antioquía. Por otra parte, "en Antioquía fue donde, por primera vez, los discípulos recibieron el nombre de cristianos" (Hch 11, 26). ¡Cómo no recordar a san Ignacio, obispo de Antioquía, que sufrió el martirio en Roma y que, en su Carta a los Romanos, afirmó que la Iglesia de Roma presidía en la caridad! Se preocupó también de la unidad de la Iglesia, invitando a los fieles a formar un solo corazón y un solo cuerpo en torno a Cristo (cf. Carta a los Magnesios, I, VI-VII; Carta a los Efesios, IV). Me alegra, pues, acogeros mientras realizáis vuestra peregrinación jubilar.

2. La Iglesia de Antioquía venera de manera especial a su santo obispo Ignacio; por eso, todos los patriarcas llevan este nombre como primer título patriarcal, manifestando así la misma adhesión a la Sede de Pedro y deseando seguir el ejemplo de su ilustre predecesor.

Una peregrinación jubilar es una ocasión para fortalecer el amor a Cristo, el único Salvador, y a la Iglesia. Por tanto, os invito a obtener de los sacramentos, sobre todo de la penitencia y de la divina liturgia, "cumbre y fuente" de la vida cristiana (cf. Sacrosanctum Concilium, 10), la fuerza espiritual para ser siempre fieles a la enseñanza de los Apóstoles y para seguir siendo testigos de la buena nueva, mediante vuestra palabra y vuestra vida diaria conforme a Cristo. En efecto, cuando recibimos su Cuerpo, el Señor nos hace participar en la intimidad de la relación trinitaria, para que vivamos del amor que nos comunica gracias a la fuerza del Espíritu Santo.

Os encomiendo a la intercesión de la Madre de Dios, la Theotókos, a fin de que, como ella, seáis siempre dóciles a la palabra del Señor y os pongáis sin cesar en camino para servir a vuestros hermanos, puesto que servir a Dios y servir a los hombres es el único servicio de la caridad.

Cuando volváis a vuestros hogares, decid a los hermanos cristianos de vuestras diócesis que los acompaño con mi oración y los animo, sabiendo que a veces tienen que soportar duras pruebas. Que la esperanza de Cristo habite en el corazón de cada uno. Os imparto a todos una afectuosa bendición apostólica.

 



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