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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS MIEMBROS DE LA CONFERENCIA
EPISCOPAL DE TURQUÍA EN VISITA "AD LIMINA"


Lunes 19 de febrero de 2001

 

Queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio:

1. Me alegra acogeros hoy con ocasión de vuestra visita ad limina Apostolorum. Agradezco a monseñor Louis Pelâtre, vicario apostólico latino de Estambul y presidente de vuestra Conferencia episcopal, sus cordiales palabras, que presentan la situación de la Iglesia en vuestro país, manifestando vuestras preocupaciones de pastores, así como las dificultades y las esperanzas de vuestras comunidades.

Me es imposible hablar de vuestra Iglesia sin volver a las fuentes de nuestra fe, a los primeros tiempos de la evangelización realizada en Asia menor por los Apóstoles del Señor. En efecto, en vuestra tierra germinaron los primeros brotes del Evangelio:  allí creció la Iglesia, constituida y organizada en torno a obispos ilustres como san Policarpo de Esmirna y san Ignacio de Antioquía; allí se consolidó después la fe de la Iglesia durante los siete primeros concilios ecuménicos, en Nicea, Éfeso, Calcedonia y Constantinopla. ¡Cómo no recordar el trabajo de inteligencia de la fe realizado por los Padres capadocios, Basilio, Gregorio Nacianceno, Gregorio de Nisa y Juan Crisóstomo! Existen una riqueza y una herencia común a todas vuestras diócesis, independientemente de su rito, que son una invitación, incluso en las realidades modestas de hoy, a seguir los pasos de esa gran tradición de acogida y meditación de la palabra de Dios y de santificación de las personas, para la gloria de Dios y el anuncio de la salvación en Jesucristo.

2. Con mucho gusto me asocié en la oración a vuestra alegría de pastores y a la de todo el pueblo cristiano durante las recientes fiestas celebradas en Estambul en honor del beato Juan XXIII. Aprecio el gesto de las autoridades turcas que quisieron honrar así la memoria del "Papa amigo de los turcos", dando su nombre a la calle donde se encuentra la residencia histórica de la antigua Delegación apostólica en Turquía y organizando un amplio programa de manifestaciones culturales centradas en ese acontecimiento.

Esas fiestas se caracterizaron también por importantes celebraciones religiosas; a este propósito, deseo agradecer la participación fraterna de Su Santidad Bartolomé I, patriarca ecuménico de Constantinopla, de Su Beatitud Mesrob II, patriarca armenio de Estambul, y del metropolita Çeltin, vicario patriarcal de los siro-ortodoxos, de representantes de otras Iglesias y comunidades eclesiales, así como la presencia de representantes de la comunidad judía y de las autoridades musulmanas; esa participación de los diversos componentes de la sociedad turca pone de relieve el gran influjo de la personalidad del beato y el entendimiento cordial entre todos los habitantes del país, respetando las diferentes creencias y prácticas religiosas.

La comunidad católica de Turquía se alegró también por la notable participación en esas celebraciones de obispos que representaban a las Conferencias episcopales de los países de Europa, recordando así los estrechos vínculos de Turquía con Europa y el papel positivo que pueden desempeñar los católicos en el continente. Quiera Dios que el ejemplo y la oración del beato y buen Papa Juan iluminen y estimulen hoy vuestro ministerio pastoral.

3. Para cumplir su misión, la Iglesia que está en Turquía necesita fortalecer sus vínculos de comunión con la Iglesia universal:  este es el sentido profundo del itinerario que realizáis hoy con esta visita ad limina, que es también una experiencia de comunión fraterna entre vosotros, con vistas a proseguir el trabajo de colaboración en el seno de vuestra Conferencia episcopal.

Procuráis entablar y desarrollar buenas relaciones con todos los habitantes del país, prestando atención a todas las personas que encontráis. Del mismo modo, proseguís, con paciencia y determinación, el diálogo con los poderes públicos; así la Iglesia, como institución y conjunto de comunidades de fieles, encontrará cada vez más su lugar en la vida de la nación. En efecto, la libertad de religión y de culto, que es inseparable de la libertad de conciencia, es un elemento esencial para una buena convivencia a nivel local. Cada Estado, con la ayuda de todos sus habitantes, está llamado a vigilar en este campo, para consolidar las relaciones dentro del país y afianzar su lugar en el concierto de las naciones y en las relaciones multilaterales. Sabéis que la Santa Sede, por su parte, trabaja con este espíritu en favor del acercamiento entre los pueblos.

4. Desde hace dos años, vuestra Conferencia episcopal promueve un proyecto de reunión eclesial, que debería concretarse próximamente a través de encuentros tanto a nivel diocesano como nacional. Me alegro por este fruto de la concertación pastoral entre los obispos, y os animo a proseguir en esta dirección:  es una manifestación viva del affectus collegialis, revalorizado por el concilio Vaticano II, que permite compartir la misión mediante un apoyo recíproco. Ese proyecto, después del año de gracia y misericordia del gran jubileo, dará un nuevo impulso y un ardor renovado a vuestras comunidades cristianas, frecuentemente frágiles y dispersas, para que la Iglesia que está en Turquía avance en el nuevo milenio con confianza y valentía, suscitando cristianos "siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que les pida razón de su esperanza" (cf. 1 P 3, 15). Os animo encarecidamente a hacer realidad este gran proyecto, velando para que se sientan comprometidos todos los miembros de la comunidad eclesial:  los sacerdotes, los religiosos y las religiosas, y sobre todo los laicos, que deben participar de manera cada vez más activa y responsable en la vida y en la misión de la Iglesia.

5. Es importante que la Iglesia de Cristo esté verdaderamente insertada en la vida de la sociedad turca. Esto supone un trabajo de adaptación ya emprendido ampliamente en la liturgia, en la traducción de la palabra de Dios y en los instrumentos catequísticos; e implica también un esfuerzo importante, que ya estáis realizando, para que los sacerdotes, los religiosos y las religiosas que llegan a Turquía aprendan la lengua del país, su historia, sus costumbres y su cultura.

¿No convendría ir más lejos aún y trabajar, con paciencia y sin desaliento, para hacer que surjan entre los jóvenes católicos de Turquía vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada? En la sociedad actual, tan ávida de satisfacciones inmediatas, no es fácil lograr que se escuche la llamada de Cristo a dejarlo todo para seguirlo, con una entrega total, en el celibato y la castidad ofrecidos por amor a Dios y a los hermanos.

Los jóvenes, como habéis podido constatar, son generosos y aspiran a un ideal; pueden acoger esta llamada, si encuentran en su entorno testigos disponibles y atentos. Por eso, os exhorto a redoblar vuestros esfuerzos a fin de sostener la pastoral de las vocaciones, encontrando juntos los medios más adecuados para formar a los futuros sacerdotes de vuestras Iglesias, tanto en vuestro país como recurriendo a la ayuda de otras diócesis, sobre todo en Europa, a la que vuestro país está unido. Las instituciones locales para el discernimiento de las vocaciones y para una primera etapa de la formación sacerdotal podrán seguramente dar un nuevo impulso a la pastoral de las vocaciones. En todo caso, es esencial que los jóvenes que piensan en el sacerdocio puedan reunirse de manera significativa, para poner en común su búsqueda, sus aspiraciones y su descubrimiento de Cristo, con la ayuda de formadores disponibles.

Por otra parte, la vida de comunidad, en el seminario, es esencial para enseñarles a formarse humanamente y en la fe, para unificar su persona y su vida en la intimidad con Cristo, y para aprender a convertirse en pastores de la Iglesia, conscientes de que son miembros de un único presbiterio.

6. El futuro de la Iglesia y de la sociedad entera depende, en cierta manera, de los jóvenes de hoy. Conozco la atención que prestáis, junto con los adultos, a las realidades que viven. En el proyecto de reunión eclesial que preparáis, los jóvenes han de expresar sus esperanzas y sus expectativas.

Ya contribuís a la educación de la juventud turca, en la que participan las escuelas católicas, gracias a la competencia y a la dedicación de las congregaciones religiosas que las animan. Transmitid a todos el saludo y el aliento del Papa. La formación de los jóvenes cristianos también es objeto de vuestra solicitud, y me alegran los frutos de la colaboración entre comunidades de ritos diferentes, exhortando a las familias a comprometerse cada vez más, junto con sus pastores, a fin de que los jóvenes reciban la enseñanza necesaria para una vida cristiana sólida. Ojalá que todas las familias tomen mayor conciencia de la importancia de la transmisión de la fe a las generaciones más jóvenes, para lo cual es necesario que los padres, a su vez, adquieran una buena formación cristiana y eventualmente participen activamente en la catequesis.

7. El esfuerzo de profundización y renovación que queréis emprender con toda la Iglesia pasa por una verdadera formación de los laicos, puesto que frecuentemente es para ellos ocasión de un despertar profundo de su vida espiritual y del sentido de su responsabilidad eclesial.

Esta formación reviste una importancia muy grande para vuestras comunidades minoritarias:  a fin de que puedan vivir el diálogo de la vida con todos los componentes de la nación, sin complejos y sin la tentación de replegarse en sí mismas, es importante que los fieles estén bien formados, no sólo para conocer la doctrina cristiana, sino también para testimoniar, con su vida de oración, con sus compromisos y con su participación en la reflexión  sobre los problemas de la sociedad, una espiritualidad y una fe vivas.

8. Vuestros informes quinquenales señalan frecuentemente dificultades relativas al matrimonio, en una sociedad donde no se percibe bien el ideal cristiano de la fidelidad y la indisolubilidad. Corresponde a los pastores sostener a las familias cristianas en su vida diaria, dado que, "adhiriéndose con toda su vida al Evangelio y ofreciendo un ejemplo de matrimonio cristiano, dan al mundo un testimonio valiosísimo de Cristo" (Apostolicam actuositatem, 11). Los encuentros entre parejas, como se ha podido hacer en el pasado, son ocasiones valiosas de apoyo mutuo para su vida conyugal y familiar. Así, las familias podrán ser lugares de educación humana, moral y espiritual para los jóvenes.

9. Me habéis informado sobre las buenas relaciones que existen entre los hermanos cristianos de diferentes confesiones, y esto me alegra. No tengáis miedo de comprometeros decididamente en la tarea ecuménica:  profundizando cada vez más el conocimiento mutuo y aprendiendo a trabajar juntos, cuando sea posible, progresa la unidad, cuyo camino es necesariamente largo. Todos los signos ya realizados durante el Año jubilar son un aliciente para seguir avanzando por el camino común hacia la verdadera unidad.

Durante el año 2001 podremos celebrar en la misma fecha la fiesta de la resurrección del Señor. Que sea un llamamiento para que, como escribí recientemente, "se recupere plenamente el intercambio de dones que enriqueció a la Iglesia del primer milenio. El recuerdo del tiempo en que la Iglesia respiraba con "dos pulmones" ha de impulsar a los cristianos de Oriente y Occidente a caminar juntos, en la unidad de la fe y en el respeto de las legítimas diferencias, acogiéndose y apoyándose mutuamente como miembros del único Cuerpo de Cristo" (Novo millennio ineunte, 48).

10. Vivís diariamente en contacto con el islam, a través de la cultura del país y mediante los encuentros con personas. A partir de esta situación específica, habéis adquirido una tradición y una experiencia del diálogo interreligioso, y conocéis sus exigencias. Proseguid vuestros esfuerzos por crear y favorecer ocasiones de diálogo, ante todo en la vida diaria, en los diferentes ámbitos de encuentro entre los hombres que ofrece:  la escuela, la cual reúne a niños y jóvenes de todas las creencias; los compromisos de la vida profesional y social; y el servicio de la solidaridad y la ayuda mutua.

De esa forma los creyentes podrán conocerse mejor y estimarse más, con un trabajo común en favor de la justicia y de la paz, para que nazcan los gérmenes de una sociedad verdaderamente fraterna y respetuosa de las opciones personales. Pero esto también va acompañado por diálogos más institucionales, que ya existen. Compruebo con interés que ya se han entablado relaciones fructuosas entre la Universidad estatal de Ankara y la Pontificia Universidad Gregoriana, o que se han producido formas de colaboración en la preparación de las fiestas en honor del Papa Juan XXIII.

Ahora que Turquía se prepara para establecer nuevos vínculos con Europa, la vocación de la comunidad católica del país aparece con mayor claridad. El testimonio de la buena nueva de Jesús Salvador permite el encuentro de los hombres y las culturas, y muestra que pueden construirse nuevos puentes, por encima de las hostilidades del pasado y de las desavenencias o malentendidos que puedan surgir. Esta voluntad de acogida y reconciliación se llama diálogo (cf. Gaudium et spes, 92). Hoy adopta, más que nunca, la forma del diálogo entre las culturas, que es una exigencia para todas las naciones. Las diferentes religiones pueden y deben dar una contribución decisiva en este sentido. La apertura recíproca de quienes pertenecen a diversas religiones puede producir grandes beneficios para servir a la causa de la paz y del bien común de la humanidad (cf. Mensaje para la Jornada mundial de la paz, 8 de diciembre de 2000, n. 16).

11. Vuestra misión requeriría muchos medios apostólicos, en personas y en bienes materiales; conozco la pobreza de vuestras diócesis y la escasez de sacerdotes que os afecta a todos. En esta situación, quisiera invitaros ante todo a encontrar fuerza espiritual y aliento en la meditación de las cartas de san Pablo, que conoció dificultades muy parecidas a las vuestras y recorrió muchas veces vuestros caminos para sostener a las comunidades que visitaba. Ojalá que también a vosotros os proporcione un nuevo impulso la llamada que dirigí a toda la Iglesia al final del gran jubileo del año 2000 y que constituye un programa para los años futuros. Antes que nada debemos trabajar con mayor confianza en una pastoral que ponga la oración, personal y comunitaria, en el puesto que merece. Esto «significa respetar un principio esencial de la visión cristiana de la vida:  la primacía de la gracia. Hay una tentación que se cierne siempre sobre todo camino espiritual y sobre la acción pastoral misma:  pensar que los resultados dependen de nuestra capacidad de hacer y programar. (...) Hagamos, pues, la experiencia de los discípulos en el episodio evangélico de la pesca milagrosa:  "Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada" (Lc 5, 5). Este es el momento de la fe, de la oración, del diálogo con Dios, para abrir el corazón a la acción de la gracia y permitir a la palabra de Cristo que pase por nosotros con toda su fuerza:  Duc in altum! En aquella ocasión, fue Pedro quien habló con fe:  "En tu palabra, echaré las redes" (Lc 5, 5)» (Novo millennio ineunte, 38).

Queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio, permitidme expresaros una vez más toda mi confianza con las palabras del Señor: Duc in altum! Rema mar adentro, sigue avanzando, para construir una Iglesia viva, abierta y confiada en su futuro, aguardando con esperanza la abundante mies que el Señor nos dará.

Transmitid mi gratitud y mi saludo afectuoso a los sacerdotes, a los religiosos y a las religiosas, tan entregados al trabajo apostólico, y a los laicos de vuestras comunidades, principalmente a los jóvenes. El futuro de la Iglesia en Turquía depende en gran medida de la fidelidad de su testimonio diario:  que sepan cuánto los anima y cuenta con ellos la Iglesia. Los encomiendo a todos ellos, así como a vosotros y vuestro trabajo común, a la protección de la Virgen María, la bienaventurada Madre de Dios y nuestra Madre.

Os imparto de todo corazón la bendición apostólica.

 



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