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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A UNA DELEGACIÓN DE LA IGLESIA
EVANGÉLICA LUTERANA DE FINLANDIA

Viernes 19 de enero de 2001

 

Excelencia;
queridos amigos de Finlandia:
 

Con particular alegría os doy la bienvenida al Vaticano inmediatamente después de la conclusión del gran jubileo del año 2000. Durante ese tiempo especial de gracia numerosas personas han vivido una profunda renovación espiritual. El Señor nos conceda comenzar este nuevo milenio con confianza firmemente enraizada en el misterio salvífico de su muerte y resurrección.

Conservo un vivo recuerdo de las grandes liturgias y los encuentros ecuménicos que hemos celebrado durante el Año santo. Entre estos, figura la solemne inauguración de la Semana de oración por la unidad de los cristianos, con la apertura de la Puerta santa en la basílica de San Pablo extramuros, donde acogí con alegría al obispo Ville Riekkinen, de Kuopio, acompañado por numerosos miembros de la delegación de la Iglesia evangélica luterana de Finlandia presentes en Roma con ocasión de la fiesta de san Enrique. También durante la conmemoración de los testigos de la fe en el Coliseo participaron distinguidos representantes venidos de todo el mundo. Esos acontecimientos han expresado nuestra fe común en Jesucristo, Señor de todos los tiempos y de todos los pueblos, "el mismo ayer, hoy y siempre" (Hb 13, 8).

Me ha agradado saber que, bajo la guía del Consejo ecuménico finlandés, los cristianos de Finlandia celebraron juntos el gran jubileo, con el tema "Milenio 2000, año de esperanza". Durante ese año, la celebración del VII centenario de la catedral de Turku, a la que asistieron muchas delegaciones ecuménicas, fue un recuerdo elocuente de nuestra historia común. El jubileo también brindó la ocasión de asegurar que las cuestiones de justicia con respecto a los pobres y los marginados sean cada vez más importantes no sólo para los cristianos de Finlandia, sino también para toda la sociedad finlandesa. En este sector los cristianos de vuestro país trabajaron juntos con eficacia.

Al entrar en el tercer milenio, somos conscientes de la necesidad de comprometernos cada vez más profundamente en la tarea de restablecer la unidad plena y visible entre todos los discípulos de nuestro Señor Jesucristo, para que la verdad salvífica del Evangelio se predique con mayor eficacia a los europeos de  hoy.  El Espíritu Santo nos guíe en la renovación de nuestra entrega a esta tarea.

Con el recuerdo feliz de mi visita a vuestro amado país hace once años, invoco sobre vosotros y sobre el pueblo de Finlandia las abundantes bendiciones de Dios todopoderoso. "A él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén" (Ap 1, 6).

 



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