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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LAS FRANCISCANAS MAESTRAS DE LA TERCERA
ORDEN REGULAR DE SAN FRANCISCO


 Viernes 6 de julio de 2001

 

Amadísimas hermanas: 

1. Me alegra dar mi cordial bienvenida a cada una de vosotras, que habéis venido a Roma con ocasión del XVIII capítulo general de la congregación de las religiosas Franciscanas Maestras de la Tercera Orden Regular de San Francisco. Saludo en particular a la madre María Luceta Macik, superiora general, y al consejo general.

Con esta visita al Sucesor de Pedro, tan deseada por vosotras, habéis querido testimoniar vuestra fidelidad al Vicario de Cristo y vuestro propósito de afrontar con renovado entusiasmo los desafíos apostólicos actuales. Este compromiso responde a una dimensión importante de vuestro carisma, que desde hace algunos años os ha impulsado a adquirir un mayor carácter misionero. Para llevar la buena nueva del Evangelio, habéis llegado hasta remotas regiones de África, América y Asia, incluso Kazajstán y Kirguizistán. Aprovecho esta ocasión para manifestaros mi sincera satisfacción por la generosidad con que participáis en la misión de la Iglesia al servicio de los pobres, y os animo a proseguir la obra iniciada, continuando la tradición franciscana de vivir el Evangelio sin glosa.

Con este espíritu la madre Francisca Antonia Lampel fundó vuestra familia religiosa en Graz, Austria, en 1843, y por este camino continuó la madre María Jacinta Zahalka, realizando una nueva fundación en Bohemia. Con vuestra congregación, centrada totalmente en Cristo, escuchado en el Evangelio, celebrado y adorado en la Eucaristía y servido en los más pobres, enriquecieron con una nueva rama el gran árbol plantado por el Poverello de Asís. Vuestra Regla, que se inspira en la esencialidad típica del franciscanismo, gira sobre cuatro ejes fundamentales:  la penitencia, la oración contemplativa, la pobreza y la minoridad. Se especifica, además, a través de la atención a los grandes valores de la sencillez y la fraternidad, que os disponen a ir al encuentro de todas las formas de pobreza y a construir la paz en todos los ámbitos sociales. Una frase de vuestra fundadora ilumina de forma particular vuestro estilo misionero:  "Yo estoy aquí con Dios por vosotras". Oportunamente la recordáis a menudo, para que os estimule a llevar una existencia consagrada completamente al servicio del Señor y del prójimo.

2. Ciertamente, hoy vuestro carisma específico, constituido por la misión educadora, exige creatividad y generosidad para llegar a las personas dondequiera que se encuentren y promover su desarrollo integral, educándolas cristianamente.

La gracia del gran jubileo, con la que el Señor quiso preparar a la Iglesia para afrontar los desafíos del nuevo milenio en una etapa inédita de evangelización, os impulsa también a vosotras a realizar opciones audaces con la sabiduría del escriba evangélico, que saca de sus arcas lo nuevo y lo viejo (cf. Mt 13, 52).

Esas opciones exigen ante todo una profunda adhesión a Cristo, con la convicción de que, como escribí en la carta apostólica Novo millennio ineunte, "no será una fórmula lo que nos salve, pero sí una Persona y la certeza que ella nos infunde:  Yo estoy con vosotros" (n. 29). Cristo, "al que hay que conocer, amar e imitar, para vivir en él la vida trinitaria y transformar con él la historia hasta su perfeccionamiento en la Jerusalén celeste" (ib.), debe ser el centro de todo programa, de toda estrategia pastoral y de toda actualización de la vida religiosa. Sólo con él es posible "remar mar adentro" hacia los nuevos horizontes de la historia y avanzar con esperanza, aun en medio de problemas y dificultades a veces aparentemente insuperables.

Sí, sólo con la mirada fija en Cristo podréis también hoy ser fieles a vuestra identidad espiritual. En efecto, este es el tema que queréis profundizar en vuestro capítulo general, que espero dé los deseados frutos religiosos y pastorales.

3. Al afrontar las múltiples expectativas y propuestas que caracterizan vuestra actividad diaria, tened siempre presente que cualquier opción y cualquier programa corren el riesgo de fracasar si no nacen en el marco de una búsqueda individual y comunitaria de la santidad. El anhelo de santidad, "alto grado de la vida cristiana ordinaria" (ib., 31), os ayudará a traducir en gestos coherentes vuestro compromiso en favor de la inculturación del Evangelio, así como a llevar la paz a los diversos y complejos escenarios en los que trabajáis, dominados a menudo por lógicas de violencia y muerte.

Para que podáis testimoniar, con fidelidad a vuestro carisma franciscano, el gran mandamiento del amor, viviéndolo con alegría y perseverante paciencia, es preciso que vuestras comunidades y vuestras obras sean auténticas casas y escuelas de fraternidad, donde la espiritualidad de comunión surja como estilo de vida y principio educativo fundamental. Con este fin, valorizad la aportación de todas las hermanas, también la de las ancianas, que atesoran un notable patrimonio de experiencia y madurez.

Estoy convencido de que gracias a vuestro testimonio y a vuestra oración se producirá el esperado florecimiento de vocaciones, que dará nueva savia y frutos abundantes al árbol antiguo y fecundo de vuestro instituto. No olvidéis, sobre todo, que la contemplación y la escucha de la palabra de Dios constituyen la fuerza interior de toda actividad apostólica y el corazón de una vida religiosa ferviente y equilibrada.

Que la Virgen María, como maestra de fe y esperanza, os acompañe en vuestro compromiso espiritual y misionero de cada día. A ella le encomiendo vuestra misión educativa y vuestro deseo de servir a los hermanos, así como los trabajos y los generosos propósitos del  capítulo  general que estáis celebrando.

Por intercesión de san Francisco y de santa Clara de Asís, imploro al Señor que derrame sobre la congregación los dones celestiales de paz y bien, al mismo tiempo que, de buen grado, os imparto a  vosotras,  a vuestras hermanas y a cuantos son objeto de vuestra solicitud pastoral, una especial bendición apostólica.

 



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