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MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS ALUMNOS Y PROFESORES PARTICIPANTES
EN UN CURSO DE ASTROFÍSICA

 

A los participantes en el
VIII curso de astrofísica del
Observatorio astronómico vaticano

El VIII curso de astrofísica organizado por el Observatorio astronómico vaticano es el último de la serie de cursos que se han realizado en los últimos quince años, frecuentados por más de doscientos jóvenes alumnos y sus profesores, procedentes de todos los continentes. Han venido de más de cincuenta naciones, muchas en vías de desarrollo. Desde el comienzo, los cursos han procurado compartir los resultados más recientes de la investigación astrofísica con jóvenes alumnos, en una fase importante de su formación profesional. También han tenido como fin contribuir al progreso de los países en vías de desarrollo, introduciendo a algunos de sus jóvenes de más talento en lo mejor de la práctica y la teoría científicas actuales en esta área.

El centro de los cursos es el intercambio de conocimiento profesional y de experiencia personal entre los profesores y los alumnos. Vuestras relaciones personales y profesionales, que incluyen diferencias políticas, culturales y religiosas, constituyen uno de los frutos más preciados del curso, y ruego al Señor que estos vínculos se afiancen con los años.

En el curso de este año habéis estudiado el estado final de las estrellas cuando agotan sus fuentes normales de energía. Esto lleva a examinar algunas de las características más importantes del universo e inevitablemente dirige nuestro pensamiento hacia nuestro destino en el universo. El deseo de comprender la creación y nuestro lugar en ella de acuerdo con los estrictos cánones de la ciencia es una de las aspiraciones humanas más nobles. Espero que el curso os impulse a proseguir el conocimiento científico, para que este mundo inquieto y en constante transformación se beneficie de vuestro esfuerzo por comprender sus misterios.

Podría parecer que el estudio de la índole astrofísica de los residuos estelares puede contribuir poco a mejorar la humanidad. Sin embargo, los que examinan atentamente la realidad, como los científicos, los artistas, los filósofos o los teólogos, y los que luchan por mejorar las condiciones económicas, sociales y políticas de los pueblos del mundo también llegan a la conclusión de que todo lo que es verdadero, bueno y hermoso tiene su última y única fuente en Aquel en quien "vivimos, nos movemos y existimos" (Hch 17, 28).

Vuestra investigación astrofísica no es un lujo ajeno a las preocupaciones diarias de la gente e irrelevante para la construcción de un mundo más humano. Lo que hacéis como científicos es importante para todos nosotros, especialmente cuando vuestra visión de la realidad, fundada empíricamente, lleva a un conocimiento de la persona humana como elemento integral en el universo creado, es decir, cuando lleva a la sabiduría, que es el centro de todo humanismo auténtico.

Pero nuestra concepción de nosotros mismos y del universo sólo alcanza un punto de verdadera sabiduría si estamos abiertos a los numerosos caminos por los que la mente humana llega al conocimiento:  la ciencia, el arte, la filosofía y la teología. Vuestra investigación científica será más creativa y benéfica para la sociedad en la medida en que ayude a unificar el conocimiento que deriva de esas diferentes fuentes, y lleve a un diálogo fecundo con quienes trabajan en otros campos de estudio. Espero que los cursos de astrofísica organizados por el Observatorio astronómico vaticano den una valiosa contribución a esta visión unificadora del conocimiento.

En esta ocasión también deseo dar las gracias a los que estáis ayudado a sostener la obra del Observatorio vaticano. Gracias a vuestro interés por el Observatorio, sois compañeros de camino de estos jóvenes alumnos que tratan de comprender el universo, que está revelándose lentamente en toda su amplitud y misterio. La ciencia ha sido indudablemente uno de los faros que guían a la humanidad en su peregrinación a lo largo del tiempo; pero, al tratar de integrar nuestro conocimiento científico con todo lo que sabemos como seres humanos, sentimos que somos guiados hacia otras realidades aún más misteriosas y que nuestra pasión por conocer es incompleta si no enciende en nosotros el deseo de dar y recibir amor.

Al saludaros hoy, me vienen a la memoria las palabras del Salmo:  "¡Señor, Dios nuestro, qué admirable es tu nombre en toda la tierra! Cuando contemplo el cielo,  obra de tus manos, la luna y las estrellas que has creado, ¿qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano, para darle poder?" (Sal 8, 2. 4-5). Agradeciéndoos sinceramente vuestra contribución a nuestro conocimiento del  cosmos y del Amor que le da vida, invoco  sobre  todos vosotros las abundantes bendiciones de Dios, cuyo nombre es admirable en todo el universo.

Vaticano, 2 de julio de 2001

JUAN PABLO II



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