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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL CAPÍTULO GENERAL DE LA ORDEN
DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD (PADRE TRINITARIOS)


Viernes 15 de junio de 2001

 

Amadísimos hermanos de la Orden de la Santísima Trinidad: 

1. Me alegra encontrarme con vosotros con ocasión del capítulo general de vuestro instituto. Se trata de un acontecimiento de gracia que constituye una fuerte llamada a volver a las raíces y a profundizar en vuestro carisma específico, procurando discernir los modos más idóneos para vivirlo en la actual situación sociocultural.

Saludo al ministro general, padre José Hernández Sánchez, que ha sido confirmado en el cargo, y a su consejo, así como a los delegados para la asamblea capitular. Extiendo mi saludo cordial a todos los Trinitarios, que realizan su generoso apostolado en diversas naciones. Durante estos días de intensos trabajos en la asamblea estáis reflexionando sobre el tema:  "Vivir lo que somos". Fieles al carisma trinitario-redentor, queréis mantener viva y operante la enseñanza de vuestra Regla, de cuya aprobación recordasteis hace tres años el VIII centenario. En aquella circunstancia también yo quise unirme a vuestra alegría común, enviándoos un mensaje en el que, entre otras cosas, recordaba que vuestro carisma es «extraordinariamente actual en el marco social multicultural de hoy, marcado por tensiones y desafíos a veces incluso dramáticos. Compromete a los Trinitarios a descubrir, con valentía y audacia misionera, caminos siempre nuevos de evangelización y de promoción humana» (Mensaje a los miembros de la Orden de la Santísima Trinidad con ocasión del VIII centenario de la aprobación de su Regla, 7 de junio de 1998, n. 2:  L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 19 de junio de 1998, p. 10).

2. Vuestra espiritualidad, que obtiene su vigor del misterio de la Trinidad y de la Redención, no ha dejado de impulsaros al servicio de los prisioneros y de los pobres, en vuestra larga historia, jalonada por numerosos ejemplos de santidad. Entre los miembros de vuestra Orden hay valientes testigos de Cristo, algunos de los cuales confirmaron su fidelidad al Evangelio con el martirio. Vuestra espiritualidad os sitúa en el centro mismo del mensaje cristiano:  el amor de Dios Padre que abraza a todos los hombres mediante la redención de Cristo, en el don permanente del Espíritu Santo.

Amadísimos hermanos, aprovechad este incalculable patrimonio espiritual. Que  resuenen en vuestro corazón las palabras  de  Cristo:   "Duc  in altum" (Lc 5, 4). Quise recordarlas en la reciente carta apostólica Novo millennio ineunte, para que sirvieran de exhortación e invitación a todos los bautizados, en el alba del tercer milenio. Sí, remad mar adentro; echad las redes en el nombre de Cristo. "Vivid" con pasión lo que "sois", abriéndoos con confianza al futuro. En una época marcada por una preocupante "cultura del vacío" y por existencias "sin sentido", estáis llamados a anunciar sin componendas al Dios trino, al Dios que escucha el grito de los oprimidos y de los afligidos. Ojalá que en el centro y en la raíz de vuestro compromiso apostólico esté siempre la santísima Trinidad. Que la comunión trinitaria sea para todos y cada uno fuente, modelo y fin de toda acción pastoral.

3. La Iglesia cuenta con vosotros. Trabajad en unión con Cristo, "revelador del nombre del verdadero Dios, glorificador del Padre y Redentor del hombre" (Constituciones de la Orden Trinitaria, 2). Él es el Redentor; en él podéis ser "trinitarios" y "redentores", participando de la caridad redentora que brota de su Corazón misericordioso. Vivir lo que sois os lleva a reafirmar la fidelidad al patrimonio espiritual de vuestro fundador, san Juan de Mata. Meditad a menudo en su ejemplo y su enseñanza. Estáis llamados a proseguir su misión, válida hoy, como entonces, porque tiende a anunciar y testimoniar a Cristo, muerto y resucitado por la salvación de todos los hombres.

Se abre ante vosotros una importante perspectiva misionera. No tengáis miedo de orientar todas vuestras energías hacia Cristo, al que debéis "conocer, amar e imitar, para vivir en él la vida trinitaria y transformar con él la historia" (Novo millennio ineunte, 29). La santidad es una tarea esencial de vuestra familia religiosa y de cada uno de sus miembros. Sólo si sois santos prestaréis el servicio que la Iglesia y el Papa esperan de vosotros. De modo especial, sed modelos de intensa vida trinitaria, como os lo exige vuestra identidad vocacional, pues estáis especialmente consagrados a la santísima Trinidad para la redención de los hombres; esa identidad se expresa en el antiguo lema:  Gloria tibi Trinitas et captivis libertas. Esa es vuestra misión; esa es la mejor aportación que podéis dar a la nueva evangelización, con un servicio apostólico en favor de las personas más necesitadas.

4. Se abren ante vosotros perspectivas fecundas, aunque no falten las dificultades y los obstáculos. Tened confianza en el Señor y no dudéis en aceptar los desafíos del momento histórico que estamos viviendo. Os recuerdo que todas vuestras comunidades han de esforzarse principalmente por ser un cenáculo de alabanza al Dios uno y trino y un crisol de entrega gratuita a los hermanos (cf. Mensaje a los miembros de la Orden de la Santísima Trinidad, n. 3). Al repetiros esta exhortación que os dirigí hace tres años, os invito a abrazar en la caridad a todos los hombres, sin distinción, y a buscar audazmente, con libertad profética y sabio discernimiento, caminos nuevos, para que seáis presencia viva en la Iglesia, en comunión con el Papa y en colaboración con los obispos.

Al mirar los vastos horizontes de la nueva evangelización, destaca con fuerza la urgencia de proclamar y testimoniar el mensaje evangélico a todos, indistintamente. ¡Cuántas personas esperan aún conocer a Jesús y su Evangelio! ¡Cuántas situaciones de injusticia y de malestar moral y material se producen en muchas partes del mundo! Es urgente la misión e indispensable la aportación de cada uno. Esa aportación requiere el apoyo de una oración incesante y fervorosa. Sólo así se puede ser capaz de indicar a los demás el camino para encontrar a Cristo y seguirlo fielmente. Así hicieron vuestro fundador, san Juan de Mata, y vuestro reformador, san Juan Bautista de la Concepción, tras cuyas huellas queréis caminar con fidelidad. Este es el testimonio que han dado numerosos hermanos vuestros, los cuales sirvieron a la Iglesia en los campos más diversos, a menudo en situaciones difíciles. Como ellos, sed también vosotros discípulos fieles de Cristo y obreros generosos del Evangelio, con constante confianza y renovado impulso apostólico.

La Virgen santísima, a la que en vuestra Orden veneráis con el hermoso título de Nuestra Señora de los Remedios, os proteja y os guíe por el camino que lleva a la santidad, realizando todos vuestros proyectos de bien.

Con estos deseos, os bendigo con afecto, al mismo tiempo que os aseguro mi recuerdo en la oración por cada uno de vosotros y por cuantos encontréis en vuestro ministerio apostólico diario.

 



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