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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE BANGLADESH
EN VISITA "AD LIMINA"


Martes 15 de mayo de 2001

 

Queridos hermanos en el episcopado: 

1. "Gracia a vosotros y paz de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo" (Flp 1, 2). Con el recuerdo aún vivo de mi reciente visita tras las huellas de san Pablo, os saludo a vosotros, obispos de Bangladesh, con ocasión de vuestra visita ad limina Apostolorum, con estas palabras del Apóstol de los gentiles. Vuestra presencia es para nosotros una ocasión de dar gracias a Dios todopoderoso por los dones y las bendiciones que ha derramado sobre la Iglesia en vuestro país desde que los primeros misioneros predicaron el Evangelio y, en particular, desde que la Iglesia llegó a su madurez con la creación de la diócesis de Dacca en 1886.

Aunque la comunidad católica en Bangladesh es pequeña, el entusiasmo y el fervor con que sus miembros se prepararon para la celebración del gran jubileo del año 2000 es un testimonio elocuente y convincente de su vitalidad y su vigor. Aprovecho esta oportunidad para agradeceros todo lo que hicisteis durante los tres años de preparación inmediata para el gran jubileo, con el fin de asegurar que pudiera ser verdaderamente ocasión para una renovación de fe y compromiso de vida cristiana. Saludo asimismo a los católicos de vuestro país, y pido a Dios que crezcan en "sabiduría e inteligencia espiritual, para que viváis de una manera digna del Señor, agradándole en todo, fructificando en toda obra buena y creciendo en el conocimiento de Dios" (Col 1, 9-10).

2. Durante vuestra visita a las tumbas de los apóstoles san Pedro y san Pablo tenéis la oportunidad de orar y reflexionar, a la luz de su ejemplo, sobre vuestro ministerio como obispos y sucesores de los Apóstoles. El ministerio del obispo, tal como lo quiso Cristo, es esencial para la vida y la misión de la Iglesia. Dado que "cada uno de los obispos, por su parte, es el principio y fundamento visible de unidad en sus Iglesias particulares" (Lumen gentium, 23), el obispo tiene la tarea de salvaguardar y promover la unidad y la comunión entre todo el pueblo de Dios en la Iglesia particular confiada a su cuidado. Sirve a los fieles de su diócesis predicando la palabra de Dios, santificándolos con la celebración de los sacramentos, gobernándolos según el ejemplo del divino Maestro, y alentándolos en su vida de fe, a menudo en circunstancias difíciles. También ha de custodiar los vínculos de la fe y la comunión jerárquica con el Sucesor de Pedro, y, como miembro del Colegio episcopal, participa de la solicitud por todas las Iglesias (cf. Christus Dominus, 3).

Es evidente que las responsabilidades y las obligaciones del obispo son arduas, pero sirve a su pueblo con alegría y confianza, consciente de que el Señor que lo ha llamado a desempeñar su misión no permitirá que le falten ni su apoyo ni sus gracias, tan necesarios. Incluso en medio de dificultades aparentemente insuperables, podemos obtener gran fuerza de la contemplación de la vida y del ministerio de san Pablo, que, "abrumado por una gran tribulación", hasta el punto de que "ya no esperaba salir con vida", comprendió que no debía confiar en sí mismo, sino en Dios:  "En él  tenemos  puesta  la  esperanza de que nos seguirá librando" (cf. 2 Co 1, 8-10). Por tanto, es esencial que los obispos dediquen tiempo a orar, para llevar una profunda vida espiritual, caracterizada por la intimidad con Cristo. Imitando a la Virgen María, deben meditar atentamente la palabra de Dios en su corazón (cf. Lc 2, 19. 51).

Esto debe valer también para vuestros sacerdotes. Los padres sinodales, en la Asamblea especial para Asia del Sínodo de los obispos, destacaron esta necesidad:  "Los habitantes de Asia deben poder ver a los miembros del clero no sólo como agentes de la caridad o administradores de la institución, sino como hombres que tengan su mente y su corazón sintonizados con las profundidades del Espíritu. (...) Los miembros del clero, con su vida de oración, con su servicio celoso y con su estilo ejemplar de vida, dan un gran testimonio del Evangelio en las comunidades que apacientan en nombre de Cristo" (Ecclesia in Asia, 43).

3. Los sacerdotes son vuestros "colaboradores y consejeros necesarios" (Presbyterorum ordinis, 7), y deseo expresarles mi gratitud y mi aliento. Su fidelidad y su compromiso diario son en verdad valiosos a los ojos del Señor. Como obispos, sois conscientes de la importancia de prestar atención a vuestros sacerdotes, especialmente apoyándolos y animándolos en su ministerio. Los sacerdotes deberían poder acudir siempre a su obispo como a un padre amoroso, confiando encontrar en él acogida y comprensión.

Me alegro con vosotros de que siga aumentando el número de vocaciones en Bangladesh. Es necesario asegurarse siempre de que quienes desean ingresar en el seminario posean un elevado carácter moral y motivaciones sanas, auténtica piedad y suficiente aptitud. Los programas de los seminarios deberían tender a formar sacerdotes según el corazón de Cristo, que sean hombres de oración y estén bien preparados intelectualmente, para que sean capaces de responder a las necesidades pastorales y a los desafíos de nuestro tiempo. Os invito en particular a prestar especial atención a la formación de los profesores de vuestros seminarios. Además de los requisitos intelectuales y pastorales, los profesores de los seminarios deben ser ejemplos auténticos y convincentes de vida sacerdotal, capaces de fomentar el progreso de los seminaristas en las virtudes sacerdotales.

En la medida en que ofrezcáis a vuestros sacerdotes oportunidades para una formación permanente que les ayude a madurar en Cristo, permitiréis a cada uno de ellos "custodiar con amor vigilante el "misterio" del que es portador para el bien de la Iglesia y de la humanidad" (Pastores dabo vobis, 72). Con esta intención, os animo a emprender iniciativas para ayudar a los sacerdotes a desarrollar su vida espiritual y adquirir mayor familiaridad con los progresos positivos en el campo de la teología, de los estudios bíblicos, de la doctrina moral y de la actividad pastoral. Deberían ser cada vez más conscientes de que su sacerdocio es un don recibido de Dios, una vocación especial que consiste en configurarse únicamente con Cristo, sumo sacerdote, maestro, santificador y pastor de su pueblo. Toda la vida del sacerdote debería transformarse, de manera que llegue a ser verdaderamente un signo atractivo y convincente del amor y de la presencia salvífica de Dios.

4. Los hombres y las mujeres consagrados también necesitan vuestro apoyo y vuestra comprensión. La Iglesia en Blangadesh ha sido bendecida con gran número de religiosos y religiosas, que destacan por el compromiso y la generosidad con que se dedican a un amplio campo de actividades apostólicas.

Trabajan en los campos de la educación, la asistencia sanitaria y en diversos apostolados sociales. Debemos manifestarles gratitud por todo lo que hacen para difundir la fe con el ejemplo de su vida y su enseñanza. Sobre todo, han aceptado la invitación de Cristo a dejarlo todo para seguirlo mediante la práctica de los consejos evangélicos. En cualquier tipo de programación pastoral es esencial considerar a las personas consagradas en primer lugar por lo que son en sí mismas, antes de pensar en los diversos apostolados que realizan. Es preciso prestar atención especial a la promoción de las vocaciones a la vida consagrada y a la calidad de la educación que reciben los que se encuentran en formación.

5. El gran jubileo fue un año extraordinario de gracia que cambió la mente y el corazón de innumerables personas "de toda raza, lengua, pueblo y nación" (Ap 5, 9); eso permite a la Iglesia mirar al futuro con confianza. Durante ese año, los dos proyectos más significativos que emprendisteis fueron la Biblia del jubileo y la traducción del Catecismo de la Iglesia católica al bengalí.

Tienen gran mérito —y les expresamos profunda gratitud— todos los que participaron en la preparación de esas publicaciones, que ayudarán en la edificación de la comunidad de fe en vuestro país. La traducción al bengalí del Catecismo será muy valiosa especialmente para los sacerdotes y los catequistas al enseñar la fe y preparar a los fieles para la recepción de los sacramentos.

En mi carta apostólica Novo millennio ineunte expresé la esperanza de que las energías producidas por el gran jubileo se canalicen en nuevas iniciativas para enseñar el arte de la oración (cf. n. 32), de la que es parte esencial la escucha devota de la sagrada Escritura (cf. n. 39). La experiencia enseña que la atención prestada a la palabra de Dios fortalece siempre la obra de evangelización. Os invito a hacer que la nueva edición de la Biblia sea fácilmente asequible, y a ayudar a las personas y a las familias a leerla con una actitud de profunda oración, fomentando la tradición antigua y siempre válida de la lectio divina, de un modo inmediatamente comprensible y accesible para todos. Así, la palabra de la Escritura se transformará en un encuentro vivificante con el Señor, formando y orientando la vida de los fieles.

6. Dada la situación particular en que vivís, el diálogo interreligioso es parte de vuestra misión pastoral. Con contactos más frecuentes entre cristianos y musulmanes y con una mayor comprensión mutua de las tradiciones y los valores religiosos se podrán superar las actitudes de sospecha y desconfianza, y asegurar que las tradiciones de libertad religiosa de Bangladesh se mantengan y respeten. Existe un amplio espacio para la cooperación interreligiosa tanto en la defensa de la dignidad de la persona humana y del papel esencial de la familia en la vida de la sociedad como en la promoción del bien común. El mejor fundamento para esta cooperación es la ley moral inscrita en el corazón del hombre, que es el tesoro común de la humanidad y un punto fundamental de encuentro entre pueblos de diferentes culturas y tradiciones religiosas. Teniendo eso en cuenta, la fidelidad de los cristianos a sus creencias religiosas y a sus tradiciones morales reviste gran importancia. El testimonio fiel lleva al así llamado "diálogo de vida", por el que los creyentes de diferentes religiones "testimonian unos a otros en la existencia cotidiana los propios valores humanos y espirituales, y se ayudan a vivirlos para edificar una sociedad más justa y fraterna" (Redemptoris missio, 57).

7. La nueva evangelización y la renovación de la Iglesia en Bangladesh es una tarea de todo el pueblo de Dios. En particular, depende en gran medida de que los fieles laicos tomen plena conciencia de su vocación bautismal y de su responsabilidad de hacer que la buena nueva de Jesucristo influya en la cultura y la sociedad.

En vuestro país los laicos afrontan muchas dificultades por su condición de minoría y por la pobreza que aflige a muchos de ellos. Comparto plenamente vuestra preocupación por los pobres, los marginados y los que sufren, y apoyo los diversos esfuerzos de la Iglesia que está en Bangladesh para responder a las situaciones de pobreza.

Habéis emprendido iniciativas prácticas en las áreas de la asistencia sanitaria, los servicios sociales y la educación, y también habéis intervenido en la defensa de los derechos humanos. Si se conociera y se aplicara más la doctrina social de la Iglesia, podría contribuir en gran medida a aliviar las causas de la pobreza y sería un poderoso medio para promover el bien común.

Estimulad a los laicos a aprovechar las oportunidades educativas que se les ofrecen y a ser más activos en la vida política, social, económica y cultural, en todos los niveles.

8. Una de vuestras principales preocupaciones y responsabilidades pastorales es la familia. Durante los últimos años habéis puesto en marcha diversas iniciativas para promover "este sector, sin duda prioritario, de la pastoral" (Familiaris consortio, 73). En toda Asia se estiman mucho los valores familiares, como el respeto filial, el amor y la asistencia a los ancianos y a los enfermos, y el amor a los hijos, y esto vale también para Bangladesh. Desde el punto de vista de la Iglesia, la familia es uno de los agentes más eficaces de la evangelización; en ella el Evangelio debería ser la regla de vida (cf. Ecclesia in Asia, 46). Deseo alentaros a seguir reflexionando en las maneras de fortalecer y promover la familia, fundada en el matrimonio, como comunidad que tiene la misión de custodiar, manifestar y transmitir la vida y el amor (cf. Familiaris consortio, 17).

Las familias cristianas necesitan transformarse cada vez más en "iglesias domésticas", viviendo con humildad y amor su vocación a la santidad. Esto es muy necesario en un tiempo en que la familia misma está amenazada por una serie de fuerzas, de manera especial por las que fomentan una mentalidad contraria a la vida. Las familias construidas sobre un sólido fundamento son auténticos santuarios de la vida, en los que la vida, don de Dios, puede ser acogida y protegida de modo adecuado contra los múltiples ataques a los que está expuesta. Por esta  razón  el  papel de la familia en la construcción de la cultura de la vida es "determinante e insustituible" (Evangelium vitae, 92).

9. Queridos hermanos, vuestra visita ad limina nos ha brindado la ocasión para compartir algunas reflexiones y pensamientos sobre la situación de la comunidad católica en vuestro país. Vuestra Iglesia es una "Iglesia joven", fuerte en su amor a Cristo y vibrante de entusiasmo por el mensaje evangélico. Deseo aseguraros una vez más a vosotros y a los sacerdotes, a los religiosos y a los laicos de Bangladesh mi apoyo y mi aliento. Ruego por vosotros con estas palabras de san Pablo:  "El poder de su gloria os dará fuerza para soportar todo con paciencia y magnanimidad, con alegría, dando gracias al Padre" (Col 1, 11-12). Con estos pensamientos, encomiendo la Iglesia que está en Bangladesh a la protección materna de María, Estrella luminosa de la evangelización en todas las épocas, y os imparto de buen grado mi bendición apostólica.

 



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