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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LA COMISIÓN CATÓLICA INTERNACIONAL PARA LAS MIGRACIONES


Lunes 12 de noviembre de 2001

 

Queridos amigos en Cristo: 

1. Me alegra daros la bienvenida, miembros del consejo de la Comisión católica internacional para las migraciones, con ocasión de vuestra asamblea. Vuestra presencia aquí es particularmente significativa, después de que los trágicos hechos del 11 de septiembre obligaron a la suspensión de vuestro encuentro en Nueva York, y muestra vuestra decisión de proseguir vuestro trabajo vital a pesar de cualquier contratiempo. Agradezco al profesor Zamagni sus amables palabras y dirijo un saludo especial a los representantes de Migrantes, vuestros compañeros en la Conferencia episcopal italiana. Saludo también a los bienhechores de la Comisión, cuya contribución es particularmente importante en este momento en que estáis tratando de reducir vuestra dependencia de los fondos públicos, para que la Comisión pueda trabajar siempre como una organización católica independiente.

2. Este año celebráis vuestro 50° aniversario, y esto es motivo de acción de gracias. En la inauguración de la Comisión, el futuro Papa Pablo VI declaró que su causa era la causa de Cristo mismo. Durante estas décadas, la Comisión no ha dejado de mostrar a los emigrantes el rostro del Hijo del hombre, que no tenía "donde reclinar la cabeza" (Lc 9, 58).

Desde vuestra fundación, los modelos de migración humana han cambiado, pero el fenómeno no es menos dramático, y vuestra labor es cada vez más urgente, porque el problema de los refugiados resulta cada vez más grave. En efecto, ahora es el momento de desarrollar formas aún más generosas y eficaces de servicio en el campo de la migración humana, ayudando a evitar que las personas ya marginadas sean perjudicadas ulteriormente porque no participan en el proceso de globalización económica. Por eso, hoy deseo invitaros a tomar mayor conciencia de vuestra misión:  ver a Cristo en cada uno de los hermanos y hermanas necesitados, proclamar y defender la dignidad de todo emigrante, de toda persona desplazada y de todo refugiado. De este modo, la asistencia brindada no se considerará una limosna de la bondad de nuestro corazón, sino un acto de justicia que se les debe.

3. Vivimos en un mundo en que los pueblos y las culturas son impulsados hacia una interacción cada más estrecha y compleja. Pero, paradójicamente, existen grandes tensiones étnicas, culturales y religiosas, que afectan duramente a los emigrantes y refugiados, especialmente vulnerables al prejuicio y a la injusticia que a menudo acompañan a estas tensiones. Por eso el apoyo de la Comisión a los Gobiernos y a las organizaciones internacionales y su promoción de leyes y políticas para proteger a las personas indefensas son aspectos particularmente importantes de su misión.
También por esta razón es necesario seguir desarrollando programas de formación destinados a vuestro personal, para ayudarle a comprender cada vez mejor las realidades de la migración forzada y las posibilidades de asistir a las familias desarraigadas y promover el respeto mutuo entre personas de diferentes culturas.

4. Vuestro servicio está vinculado por una doble fidelidad:  a Cristo, el único mediador, que es el camino, la verdad y la vida para toda la familia humana; y a la Iglesia, que él fundó como sacramento universal de salvación.

En el centro de vuestro trabajo se halla una concepción de la dignidad del hombre basada en la verdad de la persona humana creada a imagen de Dios (cf. Gn 1, 26), una verdad que ilumina toda la doctrina social de la Iglesia. De esta concepción deriva el sentido de los derechos inalienables, que ningún poder humano puede conceder o negar, porque tienen su fuente en Dios. Los demás cristianos y también muchos seguidores de las otras grandes religiones del mundo comparten esta concepción profundamente religiosa. Por eso el trabajo de la Comisión ha representado un elemento muy fecundo de cooperación ecuménica e interreligiosa; y esto también es un logro muy valioso en un mundo agitado y dividido. Os exhorto, pues, como organización católica internacional unida a la Santa Sede en la gran tarea de promover la solidaridad, a no cejar jamás en la búsqueda de nuevas formas de cooperación ecuménica e interreligiosa, hoy más necesarias que nunca.

Recordándoos en mis oraciones, y encomendando el trabajo de la Comisión a la amorosa protección de María, Madre de la Iglesia, invoco cordialmente sobre vosotros gracia y paz abundantes en Jesucristo, "el testigo fiel, el primogénito de entre los muertos" (Ap 1, 5).

5. A la Comisión católica internacional para las migraciones se han unido hoy también los representantes y los miembros de la fundación Migrantes, a quienes saludo cordialmente. Este año dicho organismo, que trabaja en nombre de la Conferencia episcopal italiana, celebra el 50° aniversario de su institución. Esta fundación, creada para la evangelización y el servicio pastoral de los italianos en el extranjero, se dedica ahora a apoyar a los organismos eclesiales italianos en la asistencia humana y espiritual de los emigrantes que llegan a Italia. Favoreciendo el diálogo entre las culturas para una civilización del amor y la paz, está llamada a estimular, en la sociedad civil, la comprensión y la valorización de cuantos llegan a la península, en un clima de convivencia pacífica que respeta los derechos de la persona.

Espero que, con la intercesión de María santísima, esta benemérita institución siga realizando su valioso trabajo según el espíritu de Cristo. Os bendigo a todos.

 



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