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PROMULGACIÓN DE LA EXHORTACIÓN APOSTÓLICA "ECCLESIA IN OCEANIA"

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

 Jueves 22 de noviembre de 2001

 

Alégrese  el  cielo,  goce  la  tierra,
retumbe  el  mar  y  cuanto  lo  llena"
(Sal 96, 11).

Queridos hermanos y hermanas en Cristo: 

1. De los lugares más remotos del mundo habéis venido a testimoniar nuestra gloriosa vida en Cristo Jesús y, en particular, a testimoniar la fe y el amor del pueblo de Dios que está en Oceanía. Con gratitud por el éxito de la celebración de la Asamblea especial del Sínodo de los obispos para Oceanía nos unimos en el gran himno de alabanza que se eleva incesantemente del corazón de la Iglesia a la santísima Trinidad.

Habría deseado visitar Oceanía una vez más para presentar los frutos del trabajo del Sínodo, la exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in Oceania. Pero no ha sido posible. Por tanto, el Pacífico viene al Obispo de Roma, y "en el amor de Cristo Jesús" (Flp 1, 8) os saludo a vosotros y a todos aquellos a quienes representáis. En vosotros veo el océano ilimitado que resplandece al sol; la Cruz del sur que brilla de noche en el cielo; las islas grandes y pequeñas; las ciudades y las aldeas; las playas y los bosques. Pero, sobre todo, veo en vosotros a los pueblos que son la verdadera riqueza de Oceanía:  los pueblos melanesio, polinesio y micronesio, con sus magníficas galas; los aborígenes de Australia; los maoríes de Nueva Zelanda; y los numerosos inmigrantes que han hecho de Oceanía su hogar. En la gran sinfonía de Oceanía escuchamos "la voz del Señor sobre las aguas; el Dios de la gloria ha tronado, el Señor sobre las aguas torrenciales. La voz del Señor es potente, la voz del Señor es magnífica" (Sal 29, 3-4).

2. La Asamblea especial fue una experiencia de intensa comunión, y una de sus numerosas gracias fue que todos los obispos pudieran participar en ella. Los padres del concilio Vaticano II —y yo entre ellos— quedaron marcados para siempre por la experiencia de comunión de aquel acontecimiento que fue, sin duda alguna, la gran gracia concedida a la Iglesia en el siglo XX (cf. Novo millennio ineunte, 57). En la Asamblea especial para Oceanía, una nueva generación de obispos, que no participó en el Concilio, pudo experimentar algo de su extraordinaria atmósfera y de su efecto; así está mejor preparada para aplicar su enseñanza, como toda la Iglesia debe hacer, más intrépidamente que nunca, al inicio del nuevo milenio. Lejos de haber agotado su potencial, el concilio Vaticano II sigue siendo la luz que guía la peregrinación de la Iglesia.

La Asamblea especial, como el gran jubileo para el que preparó, no sólo fue "memoria del pasado, sino también profecía del futuro" (ib., 3). Juntos repasamos la historia de la evangelización en Oceanía y dimos gracias al Padre de toda misericordia por la magnífica obra de los primeros misioneros y por la acogida que los pueblos de Oceanía dieron al Señor Jesús, "caminando su camino, anunciando su verdad y viviendo su vida". Escuchamos la historia del notable desarrollo de la Iglesia en vuestras tierras, reconociendo con profunda gratitud que es "Dios quien hace crecer" (1 Co 3, 7). El Sínodo se alegró por los innumerables signos de santidad y justicia presentes en los pueblos de Oceanía, una prenda de la primavera de la fe que anhelamos y por la que trabajamos.

Pero reconocimos también que muchos desafíos que afrontan los pueblos de Oceanía en este tiempo impulsan a la Iglesia a comprometerse, con vigor y convicción renovados, en favor de los pueblos del Pacífico y sus culturas. En el Sínodo se habló de crisis económicas, inestabilidad política, corrupción, conflictos étnicos, debilitamiento de las formas tradiciones de organización social, colapso de la ley y el orden, amenaza de calentamiento global del planeta y, especialmente en las sociedades más ricas, de una auténtica crisis espiritual de sentido, que se manifiesta sobre todo en la disminución del respeto por la vida humana.

Sin embargo, los obispos no se sintieron desalentados ante este panorama. Al contrario, en la Asamblea especial resultó evidente que el Espíritu Santo está llamando a la Iglesia en Oceanía a emprender la gran tarea de una nueva evangelización. En este sentido, el Sínodo llegó a ser "una profecía del futuro", y los obispos sintieron cada vez más profundamente que son "servidores del Evangelio de Jesucristo para la esperanza del mundo", esperanza de la que la X Asamblea ordinaria del Sínodo de los obispos habló con tanta fuerza.

3. Esta nueva aventura misionera se arraiga en la "contemplación del rostro de Cristo", que es el núcleo de la rica herencia que nos ha legado la experiencia del gran jubileo (cf. Novo millennio ineunte, 15). Ojalá que en todos los bautizados, en todos los lugares de Oceanía, se dé un grande y nuevo impulso de contemplación. Que los habitantes del Pacífico repitan sin cesar:  "Tu rostro buscaré, Señor" (Sal 26, 8). Que proclamen siempre alegremente con el Evangelio:  "Hemos visto al Señor" (Jn 20, 24). De las profundidades de la contemplación surgen la espiritualidad y la experiencia de comunión en la que tanto insistieron los obispos con ocasión de la Asamblea especial. Habiendo aportado la rica gama de sus experiencias y de sus tesoros culturales, han sido fortificados a su vez mediante el vínculo de la comunión, tanto en su dimensión local como universal. Fue para ellos fuente de profunda renovación y aliento para el futuro (cf. Ecclesia in Oceania, 9). La comunión es la matriz de la misión; dará las energías necesarias a la nueva evangelización. Quiera Dios que la Iglesia en vuestros países tenga una creatividad y una valentía cada vez mayores al lanzarse de nuevo a las profundidades del Pacífico, pues el mandato del Señor es claro:  "Duc in altum" (Lc 5, 4).

4. Queridos hermanos y hermanas, mientras os comprometéis en medio de las olas del futuro, no estáis solos. La Iglesia universal os acompaña. La "gran nube de testigos" (Hb 12, 1), que constituye la comunión de los santos, os rodea. Los santos de Oceanía, reflejos de la gloria de Dios "que resplandece en la faz de Cristo" (2 Co 4, 6), están cerca de vosotros en este momento:  san Pedro Chanel, los beatos Diego Luis de San Vitores, Pedro Calungsod, Juan Mazzuconi, María MacKillop y Pedro To Rot. Que jamás dejen de interceder por los pueblos en medio de los cuales vivieron y por los cuales murieron, ardiendo de amor. En el centro de la comunión de los santos se encuentra la Madre de Cristo, Stella maris, tan venerada por los pueblos del Pacífico. A ella le encomiendo muy especialmente la exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in Oceania. María, Auxilio de los cristianos y Reina de la paz, y todos los santos os sostengan a vosotros, obispos, sacerdotes, religiosos y fieles laicos, al aplicar las enseñanzas y las indicaciones de este documento en los diversos ambientes de vuestros vastos territorios. Como prenda de gracia y paz en el Hijo de Dios, "que tiene las siete estrellas en su mano derecha" (Ap 2, 1), os imparto una afectuosa bendición apostólica.

 



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