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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS MIEMBROS DE LA FUNDACIÓN PAPAL


Lunes 8 de abril de 2002

 

Queridos amigos en Cristo: 

Con la alegría pascual de la victoria del Señor sobre el pecado y la muerte me complace saludaros a vosotros, miembros de la Fundación Papal, durante vuestra peregrinación anual a Roma. "A vosotros gracia y paz, de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo" (Rm 1, 7).

Estas palabras del apóstol san Pablo nos recuerdan que nuestro mundo presenta muchas pruebas evidentes de la necesidad urgente que tiene la humanidad de la gracia y la paz de Dios. Aún se puede constatar las consecuencias dramáticas de los trágicos eventos del 11 de septiembre. La espiral de violencia y la hostilidad armada en Tierra Santa -la tierra donde nació, murió y resucitó nuestro Señor, una tierra considerada sagrada por las tres religiones monoteístas- se ha incrementado hasta alcanzar niveles inimaginables e intolerables. En todo el mundo hombres, mujeres y niños inocentes siguen sufriendo los estragos de la guerra, la pobreza, la injusticia y la explotación de todo tipo.

En efecto, vivimos diariamente una situación internacional muy difícil. Pero la victoria del Señor y su promesa de permanecer con nosotros "hasta el fin del mundo" (Mt 28, 20) son faros de luz que nos iluminan para afrontar con valentía y confianza los desafíos que se nos presentan. La Fundación Papal, gracias a la generosidad de muchas personas, permite realizar obras necesarias en nombre de Cristo y de su Iglesia. Por eso os estoy muy agradecido:  con vuestro apoyo, el mensaje pascual de alegría, esperanza y paz se proclama más ampliamente.

Os aseguro que vuestro amor y vuestra adhesión a la Iglesia y al Sucesor de Pedro son muy apreciados. Mientras seguimos avanzando juntos por el camino de luz, os aliento a continuar en vuestro generoso compromiso, de forma que "los hombres vean vuestras buenas obras y glorifiquen a Dios" (cf. Mt 5, 16). Encomendándoos a la intercesión de la santísima Virgen María, de la que todos somos hijos (cf. Novo millennio ineunte, 58), os imparto cordialmente mi bendición apostólica a vosotros y a vuestras familias como prenda de alegría y de paz en el Salvador resucitado.



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