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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL NUEVO EMBAJADOR DE LA REPÚBLICA FEDERALcDE YUGOSLAVIA

Jueves 11 de abril de 2002

 

Señor embajador:

1. Me complace darle la bienvenida al Vaticano al comienzo de su misión como embajador extraordinario y plenipotenciario de la República federal de Yugoslavia ante la Santa Sede. Al aceptar sus cartas credenciales, le agradezco sus amables palabras, y le pido que transmita al presidente, doctor Vojislav Kostunica, mis más cordiales saludos y la seguridad de mis oraciones por el bien de la nación en este importante y complejo período de su historia.

2. El conflicto que tuvo lugar en su país, como usted sabe, dejó "daños materiales y morales", con la necesidad de reconstruir toda la sociedad. Me agrada observar que ese proceso largo y difícil ya se ha iniciado en Serbia y en Montenegro. Pero para que este proceso se concluya con éxito, se requieren gran determinación y paciencia por parte del pueblo, y una continua solidaridad desde fuera de sus fronteras.

En primer lugar, es necesaria la reconciliación dentro de la misma Yugoslavia, para que todos trabajen juntos, respetando las diferencias de los demás, a fin de reconstruir la sociedad y el bien común. Esto nunca es fácil, y resulta más arduo aún en el caso de Yugoslavia, a causa de la inestabilidad y los conflictos que se sucedieron tras el colapso del antiguo régimen basado en el materialismo ateo.

Mientras prosigue el proceso de reconciliación y en realidad de auténtica pacificación, es necesario dejar a un lado la introversión étnica y nacionalista y, además, construir una nación cuyas instituciones democráticas, al mismo tiempo que sostienen la unidad, aseguren que todos sus pueblos, especialmente las minorías, participen de manera activa y equitativa en la vida política y económica de sus comunidades.

3. Mirando más lejos, es importante proseguir el proceso de reconciliación en toda la región de los Balcanes, y rechazar definitivamente todo recurso a la violencia como medio para resolver los conflictos. A lo largo de su historia, su país ha conocido mejor que ningún otro que la violencia engendra más violencia, y que sólo el diálogo puede romper esa espiral letal. Las diferencias étnicas y religiosas en la región son reales, y muchos de los antagonismos tienen profundas raíces históricas, las cuales a veces hacen que la perspectiva de una paz verdadera y duradera parezca remota.

En mi Mensaje para la Jornada mundial de la paz de 2001, observé que "en el pasado las diferencias entre las culturas han sido a menudo fuente de incomprensiones entre los pueblos y motivo de conflictos y guerras" (n. 8); sin embargo, insistí a continuación en que el "diálogo entre las culturas [es] un instrumento privilegiado para construir la civilización del amor", y que este diálogo "se apoya en la certeza de que hay valores comunes a todas las culturas, porque están arraigados en la naturaleza de la persona" (ib., 16). Entre estos valores universales mencioné la solidaridad, la paz, la vida y la educación, los cuales para los pueblos de Yugoslavia son faros que iluminan su camino hacia el futuro. Quisiera recordar también mi Mensaje para la Jornada mundial de la paz de 2002, que destaca el perdón como valor fundamental, porque no hay paz sin justicia, y no hay justicia sin perdón; y los numerosos "corazones heridos", que usted ha mencionado, sólo sanarán verdaderamente si hay perdón y reconciliación.

La necesidad de construir puentes se extiende, más allá de la región de los Balcanes, a toda Europa. Los esfuerzos del continente para formar un nuevo tipo de unidad, como usted ha observado, requieren "la total integración de Europa sudoriental en una nueva estructura política, económica y cultural". Europa necesita a las naciones de los Balcanes, y ellas a Europa. Se trata de una realidad que los recientes conflictos han podido oscurecer, pero en la que insisten la historia y la cultura.

4. La Iglesia católica, fiel a los principios espirituales y éticos de su misión universal, no busca promover ningún estrecho interés ideológico o nacional, sino el pleno desarrollo de todos los pueblos, con particular atención a la solidaridad con los más necesitados. Por eso la Iglesia, gracias a su tradición de comunión y a su larga experiencia en compaginar las diferencias, está profundamente comprometida, mediante su actividad religiosa y cultural, a cooperar con Yugoslavia para desarrollar una democracia madura con perspectivas de futuro, basada en el respeto de la dignidad, la libertad y los derechos de toda persona humana.

Es importante que todos reconozcan que en una situación como la que afronta su país, la religión no es la raíz del problema, sino una parte esencial de su solución. En la reciente Jornada de oración por la paz, en Asís, puse de relieve que "las religiones están al servicio de la paz", y a ellas les corresponde "difundir entre los hombres de nuestro tiempo una renovada conciencia de la urgencia de construir la paz" (Discurso, 24 de enero de 2002, n. 3: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 1 de febrero de 2002, p. 6). Por eso me complace que se haya vuelto a introducir la educación religiosa en las escuelas de Serbia, porque brinda una oportunidad especial para enseñar a los jóvenes los valores universales que están arraigados en la naturaleza de la persona y, en última instancia, en Dios. De esta manera, los ciudadanos se forman en un auténtico humanismo y en una auténtica cultura de paz. La educación religiosa también abre a los jóvenes a la trascendencia, de modo que les resulta más difícil recaer en el mundo alienante del ateísmo materialista.

5. Señor embajador, al entrar en la comunidad de los diplomáticos acreditados ante la Santa Sede, le aseguro la plena colaboración de los diversos dicasterios de la Curia romana. Que su misión sirva para fortalecer los vínculos de amistad y cooperación entre su Gobierno y la Santa Sede; y que estos vínculos contribuyan en gran medida al bienestar de su nación en este tiempo decisivo.

Sobre su excelencia y sobre los amados habitantes de la República federal de Yugoslavia invoco las abundantes bendiciones de Dios todopoderoso.

 



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