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MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
CON OCASIÓN DEL 750° ANIVERSARIO
DEL MARTIRIO DE SAN PEDRO DE VERONA

 

Al venerado hermano
señor cardenal
CARLO MARIA MARTINI
Arzobispo de Milán

1. He sabido con alegría que la Iglesia ambrosiana y la Orden de Frailes Predicadores se preparan para celebrar el 750° aniversario del martirio de san Pedro de Verona, religioso dominico, asesinado por la fe juntamente con su hermano fray Domingo el 6 de abril de 1252, sábado in albis, cerca de Seveso, mientras se dirigía a Milán para emprender una nueva misión de evangelización y de defensa de la fe católica.

Este aniversario, que también este año coincide con el sábado después de Pascua, nos impulsa a considerar con admirado reconocimiento la figura y la obra de este santo que, conquistado por Cristo, hizo de su vida la realización de las palabras del apóstol san Pablo:  "¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!" (1 Co 9, 16) y obtuvo con el martirio la gracia de la configuración plena con la víctima pascual

En esta singular y feliz circunstancia, me uno a la alegría de la archidiócesis de Milán, que, beneficiada por su fervorosa actividad, promovió a su tiempo su canonización y conserva sus restos mortales y el lugar de su martirio. También me uno cordialmente a los beneméritos hijos de santo Domingo, que en él honran a su primer hermano mártir, modelo singular también para los consagrados y para los cristianos de nuestro tiempo

2. Durante toda su vida, san Pedro de Verona se distinguió por la defensa de la verdad expresada en el "Credo" o Símbolo de los Apóstoles, que empezó a rezar a la edad de siete años, aunque había nacido en el seno de una familia imbuida de la herejía cátara, y siguió proclamándolo "hasta el instante supremo" (cf. Bullarium Romanum, III, Augustae Taurinorum 1858, p. 564). La fe católica que recibió en su infancia lo preservó de los peligros del ambiente universitario de Bolonia, a donde fue para cursar los estudios académicos y donde se encontró con santo Domingo, de quien se convirtió en fervoroso discípulo, viviendo después, en la Orden de Frailes Predicadores, el resto de su existencia

Tras la ordenación sacerdotal, diversas ciudades de la Italia septentrional, de Toscana, de Romaña y de La Marca Anconitana, así como la misma Roma, fueron testigos de su celo apostólico, que se manifestaba principalmente a través del ministerio de la predicación y de la reconciliación. Prior de los conventos de Asti, Piacenza y Como, extendió su solicitud pastoral a las monjas de clausura, para las cuales fundó el monasterio dominicano de San Pedro en Campo Santo, en Milán.

Ante los daños causados por la herejía, se consagró con esmero a la formación cristiana de los laicos, haciéndose promotor, tanto en Milán como en Florencia, de sociedades dedicadas a la defensa de la ortodoxia, a la difusión del culto a la santísima Virgen María y a las obras de misericordia. En Florencia entabló una profunda amistad espiritual con los siete santos fundadores de los Siervos de María, de quienes fue valioso consejero.

3. El 13 de junio de 1251, mi venerado predecesor, Inocencio IV, le confió, siendo prior en Como, el mandato especial de luchar contra la herejía cátara en Cremona, y, en el otoño sucesivo, lo nombró inquisidor para las ciudades y los territorios de Milán y de la misma Como.

El santo mártir comenzó así su última misión, que lo llevaría a morir por la fe católica. Para cumplir ese importante encargo, intensificó la predicación, anunciando el Evangelio de Cristo y explicando la sana doctrina de la Iglesia, sin preocuparse de las reiteradas amenazas de muerte que le llegaban de muchas partes.

El celo misionero y la obediencia lo llevaron a menudo a la sede de san Ambrosio, donde ante grandes multitudes exponía los misterios del cristianismo, sosteniendo numerosas disputas públicas contra los jefes de la herejía cátara. Su predicación, fundada en un sólido conocimiento de la Escritura, iba acompañada por un ardiente testimonio de caridad y confirmada por milagros. Con su infatigable acción apostólica suscitaba por doquier fervor espiritual, estimulando un auténtico florecimiento de la vida cristiana.

Por desgracia, el 6 de abril de 1252, mientras se dirigía desde Como, donde había celebrado la Pascua con su comunidad, a Milán con el propósito de proseguir la misión que le había encomendado el Vicario de Cristo, fue asesinado por un sicario reclutado por los herejes, que lo hirió en la cabeza con un alfanje, en Seveso, en el territorio de Farga, que después tomó el nombre del mártir y donde hoy se encuentran el santuario y la parroquia dedicados a él.

4. Santa Catalina de Siena afirma que, con el martirio, el corazón de este insigne defensor de la fe, ardiente de caridad divina, siguió irradiando "luz en las tinieblas de las numerosas herejías". Su mismo asesino, Carino de Bálsamo, al que perdonó, se convirtió y vistió a continuación el hábito dominicano. Es conocida, asimismo, la amplia e intensa conmoción que suscitó ese cruel asesinato:  no sólo tuvo eco en la Orden dominicana y en la diócesis de Milán, sino también en Italia y en toda la Europa cristiana. Las autoridades milanesas, haciéndose intérpretes de la veneración unánime al mártir, solicitaron al Papa Inocencio IV su canonización, la cual tuvo lugar en Perusa, poco antes de cumplirse un año de su muerte, en marzo de 1253. En la bula, con la que lo inscribió en el catálogo de los mártires, mi venerado predecesor elogiaba su "devoción, humildad, obediencia, benignidad, piedad, paciencia y caridad", y lo presentaba como "amante ferviente de la fe, su cultivador eximio y, más aún, su ardiente defensor".

El culto en honor de san Pedro de Verona se difundió rápidamente a través de la  Orden  dominicana entre el pueblo cristiano, como testimonian numerosas obras de arte que evocan su fe intrépida y su martirio. Un testimonio singular de esta incesante devoción lo ofrecen el santuario de Seveso y la basílica de San Eustorgio, en Milán, donde, desde el 7 de abril de 1252, descansan los venerados restos mortales de este insigne mártir.

El Sumo Pontífice san Pío V quiso dedicarle una artística capilla en la torre Pía, que hoy forma parte de los Museos vaticanos. En ella, mi santo predecesor celebraba a menudo el sacrificio eucarístico. Desde 1818, san Pedro de Verona acompaña y sostiene, con su protección celestial, la formación de los seminaristas ambrosianos, pues desde aquella fecha, en el antiguo convento de Seveso, anejo al santuario que recuerda su martirio, tiene su sede una comunidad del seminario diocesano.

5. A 750 años de su muerte, san Pedro de Verona, fiel discípulo del único Maestro, buscado continuamente en el silencio y en la contemplación, anunciado incansablemente y amado hasta la entrega suprema de la vida, exhorta a los cristianos de nuestro tiempo a superar la tentación de una adhesión tibia y parcial a la fe de la Iglesia. Invita a todos a centrar, con renovado compromiso, la existencia en Cristo, "al que hay que conocer, amar e imitar, para vivir en él la vida trinitaria y transformar con él la historia hasta su perfeccionamiento en la Jerusalén celeste" (Novo millennio ineunte, 29). San Pedro indica y vuelve a proponer a los creyentes el camino de la santidad, el "alto grado de la vida cristiana ordinaria", para que la comunidad eclesial, las personas y las familias se orienten siempre en esa dirección (cf. ib., 31). Todo cristiano, siguiendo su ejemplo, se siente animado a resistir a los halagos del poder y de la riqueza para buscar ante todo "el reino de Dios y su justicia" (Mt 6, 33), y para contribuir a la instauración de un orden social que responda cada vez más a las exigencias de la dignidad de la persona.

En una sociedad como la actual, donde se advierte con frecuencia una inquietante ruptura entre Evangelio y cultura, drama recurrente en la historia del mundo cristiano, san Pedro de Verona testimonia que esta brecha sólo puede colmarse cuando los diversos componentes del pueblo de Dios se comprometen a ser "lámparas" que brillan en el candelero, orientando a los hermanos hacia Cristo, que  da  sentido  último a la búsqueda y a las expectativas del hombre.

Expreso mis mejores deseos de que las celebraciones programadas en honor de este ejemplar hijo de santo Domingo sean ocasión de gracia, de fervor espiritual y de renovado compromiso de anunciar con valentía y alegría siempre nueva el Evangelio.

Con estos deseos, le imparto a usted, venerado hermano, a la amada archidiócesis de Milán, a cuantos están preparándose para el sacerdocio en el seminario dedicado al santo mártir, a la Orden de Frailes Predicadores y a todos los que se encomiendan a la celestial intercesión de san Pedro de Verona, la implorada bendición apostólica.

Vaticano, 25 de marzo de 2002

JUAN PABLO II



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