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DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II
A LOS PARTICIPANTES EN EL X SIMPOSIO ORGANIZADO POR
EL CONSEJO DE LAS CONFERENCIAS EPISCOPALES DE EUROPA


Jueves 25 de abril de 2002

 

Venerados hermanos en el episcopado: 

1. Me alegra acogeros con ocasión de vuestro décimo simposio, y os doy a cada uno mi cordial bienvenida. En particular, saludo al presidente del Consejo de las Conferencias episcopales de Europa, monseñor Amédée Grab, al que agradezco los sentimientos de profunda comunión con el Sucesor de Pedro, que ha querido expresarme en nombre de todos vosotros.

Como ya he recordado en otras ocasiones, la misión eclesial de las Conferencias episcopales de Europa constituye un fruto providencial del concilio Vaticano II, y representa un don especial de comunión para nuestro tiempo. Durante los decenios pasados, estos encuentros han brindado la posibilidad de intensificar entre las diversas comunidades católicas de Europa las relaciones de caridad evangélica, que las convierten en auténticas casas y escuelas de comunión.

Al encontrarme con vosotros, pienso en los diversos simposios en los que Dios me concedió participar como arzobispo de Cracovia. Recuerdo en especial el de 1975, cuando tuve el honor de ser uno de los relatores.

En cada encuentro se afrontaron aspectos y proyectos de la nueva evangelización, gran empresa apostólica que implica a todo el pueblo cristiano.

2. De particular importancia es el tema elegido para este décimo simposio:  "Jóvenes de Europa en el cambio. Laboratorio de la fe".

Todo pastor sabe que su primera responsabilidad consiste en ayudar a los fieles a encontrarse con Cristo. Un encuentro que, durante los dos milenios transcurridos, ha transformado la vida de personas y de generaciones enteras de Europa. ¿Cómo no sentir con fuerza la responsabilidad de salvaguardar estas raíces cristianas?

En realidad, son precisamente los jóvenes quienes piden que el Evangelio se siembre hoy de modo nuevo en su corazón. Nos repiten, a veces de modo exigente, que esperan la "buena nueva". Sí, amadísimos hermanos, sentimos la urgencia de presentar a las nuevas generaciones como único Redentor del hombre a Jesús, que, al ser Dios, quiso entrar por amor en las heridas de la historia hasta experimentar el abandono de la cruz.

Frente al vacío de valores y a los profundos interrogantes existenciales que interpelan a la sociedad actual, debemos proclamar y testimoniar que Cristo asumió los interrogantes, las expectativas e, incluso, los dramas de la humanidad de todos los tiempos. Con su resurrección, hizo posible la realización plena del deseo de vida y de eternidad que embarga el corazón de todo hombre y, especialmente, el de los jóvenes.

Europa tiene urgencia de encontrar a este Dios, que ama a los hombres y se hace presente en toda prueba y dificultad humana. Para que esto suceda, es indispensable que los creyentes estén dispuestos a testimoniar la fe con su vida. Así crecerán comunidades eclesiales maduras, preparadas y dispuestas a utilizar todos los medios para la nueva evangelización.

3. Amadísimos jóvenes, os saludo con afecto. Creo que es muy significativo que vosotros, esperanza de la Iglesia y de Europa, estéis presentes en este simposio. Os interesa mucho porque, en el actual marco social, la Iglesia os mira con singular atención. Espera de vosotros el don de una existencia plenamente fiel a Cristo y a su mensaje de salvación.

En este tiempo litúrgico resplandeciente por la luz del Resucitado, os deseo que él os dé su paz. Que sea para cada uno de vosotros Maestro, como lo fue para los discípulos de Emaús. Y vosotros, queridos jóvenes, seguidlo confiadamente con entusiasmo y perseverancia. No permitáis que sea marginado. El Evangelio es indispensable para renovar la cultura; es indispensable para construir un futuro de verdadera paz en Europa y en el mundo. A vosotros, queridos jóvenes, os corresponde dar esta contribución. Por tanto, no dudéis en responder "sí" a Dios que os llama.

4. Saludo asimismo a los delegados de las otras Iglesias y comunidades eclesiales presentes. Se percibe cada vez más claramente que la reconciliación entre los cristianos es decisiva para la credibilidad del anuncio del Evangelio y para la construcción de Europa. Desde este punto de vista, la Charta oecumenica para Europa, firmada en Estrasburgo en abril de 2001, constituye un paso notable para el incremento de la colaboración entre Iglesias y comunidades cristianas. Ruego a Dios que se avance por este camino cada vez con mayor confianza y determinación.

Saludo y expreso mis mejores deseos también a los responsables de los organismos episcopales de África, Asia y América, que participan en los trabajos. Gracias a vuestra presencia, queridos hermanos, se ensancha la perspectiva eclesial y Europa toma mayor conciencia de su responsabilidad con respecto a otras tierras y poblaciones para construir la anhelada solidaridad universal. Espero que cada uno contribuya al éxito del simposio.

5. Amadísimos hermanos y hermanas, durante estos días y en cada instante de vuestra existencia, el Señor, con la fuerza del Espíritu Santo, os colme de sus dones de amor, de alegría y de paz. Os acompañe María, Madre de la Iglesia, y os proteja el evangelista san Marcos, cuya fiesta celebramos precisamente hoy.

A la vez que aseguro a todos mi recuerdo en la oración, os bendigo de corazón a vosotros y a las comunidades eclesiales a las que pertenecéis.



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