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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
EN LA VISITA AL SEMINARIO ROMANO MAYOR,
CON OCASIÓN DE LA FIESTA DE LA VIRGEN DE LA CONFIANZA


Sábado 9 de febrero de 2002

 

1. Doy gracias al Señor, que me ha dado la alegría de pasar, también este año, la fiesta de la Virgen de la Confianza con vosotros. Se trata ya de una cita de familia, esperada y grata, que nos permite agradecer a la celestial Madre de Dios su constante asistencia al Seminario romano, corazón de nuestra diócesis.

Quisiera hacer mías las palabras del gran escritor Alejandro Manzoni, que habéis elegido como tema de esta celebración solemne:  "Oh Virgen, oh Señora, oh Toda santa, ¡qué bellos nombres te dedica cada lengua! Más de un pueblo altivo se enorgullece de tu amable protección" (Himnos sagrados, El nombre de María).

En nombre de la Virgen santísima os saludo a todos. Saludo, ante todo, al cardenal vicario y a los prelados presentes; saludo a vuestro rector y a sus colaboradores. Saludo a los ex alumnos, a los amigos del seminario, a los jóvenes y a cuantos participan en esta cita festiva. Os saludo sobre todo a vosotros, queridos alumnos, que en esta circunstancia sois invitados a reflexionar, bajo la mirada de la Virgen de la Confianza, en la importancia de vuestro itinerario formativo con vistas a la misión que un día cumpliréis en la Iglesia.

2. En el clima gozoso que caracteriza a este sábado se inserta bien el Oratorio musical de monseñor Marco Frisina, inspirado en la noble y amada figura del beato Juan XXIII, el Papa bueno, también él alumno de vuestro seminario. Con la Confianza en el corazón, Angelo Roncalli, como vosotros, se preparó con empeño para las diversas tareas que Dios le encomendaría después. Hoy quisiera destacar de él sobre todo el deseo de santidad, que durante su vida se transformó en un programa diario. Su optimismo era firme, incluso ante problemas y dificultades reales. Fortalecido por su fe, invitaba a comprender que lo que une a los discípulos del Señor, y en general a los hombres, es mucho más de lo que los separa efectivamente.

Con este espíritu favoreció el camino ecuménico, que ha obtenido notables resultados, aunque queda mucho por hacer. Siguiendo su ejemplo, todo cristiano está invitado a convertirse en dócil instrumento para que se haga realidad la ardiente súplica de Cristo en el Cenáculo:  "Que todos sean uno para que el mundo crea" (Jn 17, 21).

3. En esta circunstancia especial, además del beato Juan XXIII, recordamos a su inmediato sucesor, el siervo de Dios Pablo VI. En efecto, con ocasión de los trabajos realizados en la capilla mayor de vuestro seminario, precisamente en recuerdo de él se ha colocado un artístico crucifijo, obra del escultor Enrico Manfrini y regalo del querido monseñor Pasquale Macchi. Que este insigne símbolo de nuestra fe os ayude a mantener en todas las situaciones la mirada fija, como hizo el Papa Montini, en el misterio de Cristo muerto y resucitado por nosotros.

4. Y no podemos por menos de mencionar, además, otro motivo de alegría y aliento para vosotros, queridos seminaristas:  el día 20 de diciembre del año pasado publiqué el decreto de heroicidad de las virtudes de un ex alumno de esta institución, el seminarista Bruno Marchesini.

Si Dios quiere, también los seminaristas podrán tener pronto un protector especial y un modelo en el que inspirarse a lo largo del camino de formación sacerdotal. Es hermoso que precisamente el seminario de la Iglesia de Roma, cuyo Obispo es el Sucesor del apóstol san Pedro, ofrezca como don a los seminaristas del mundo entero un excelente modelo de fe y de virtud, un amigo ejemplar para imitarlo y sentir a su lado en toda circunstancia. Estoy seguro de que cada uno de vosotros, al contemplarlo, se sentirá impulsado a seguir fielmente a Jesús. El Espíritu que inspiró al joven Marchesini os guíe también a vosotros, queridos hermanos, por el camino del heroísmo de la fe, a fin de que os preparéis para llevar el Evangelio a donde la Providencia os conduzca, si fuera necesario, hasta los confines de la tierra (cf. Hch 1, 8).

5. Me dirijo ahora a vosotros, queridos jóvenes que, como todos los años, habéis venido a vivir una intensa jornada de espiritualidad juntamente con la comunidad del seminario. Que las figuras que acabamos de evocar os estimulen también a vosotros, con el ejemplo de sus virtudes, a ser santos. La santidad es la valiosa herencia que nos han dejado; la santidad es el primer punto de cualquier programa misionero, como recordé en la carta apostólica Novo millennio ineunte (cf. nn. 30-31).

Caminad sin cesar hacia esta ardua y majestuosa cumbre, atesorando la gracia que cada día se os dispensa y tratando de traducirla en fervor de buenos propósitos y de acciones intrépidas. Esta es la tarea de toda comunidad eclesial; esta debe ser la ocupación principal de todo creyente. Que en el centro de todo esté Cristo, para conocerlo, amarlo y servirlo con corazón abierto y generoso.

La santidad es un don, pero también una conquista:  es el don que Dios hace a sus hijos, haciéndolos partícipes de su misma vida y llamándolos a una comunión íntima con él. Al mismo tiempo, es respuesta a ese don, y por eso conquista ardua por realizar en todo momento.

6. Gracias, muchísimas gracias por este Oratorio. Me ha recordado también algunos momentos de mi vida, especialmente la inauguración del concilio Vaticano II, al que la Providencia me concedió la posibilidad de participar personalmente. Sucedió así:  el Papa Juan inauguró esa Asamblea conciliar y luego, pocos meses después, falleció. Todo eso me vino a la mente al escuchar las voces del Oratorio y seguir a la orquesta y los cantos de los participantes.

Gracias, Marco; muchas gracias por este gran don.


Palabras de despedida del Santo Padre

Gracias por la invitación a esta velada en el Seminario romano, ante la Virgen de la Confianza. Hemos escuchado que la Virgen de la Confianza guió los pasos del Papa Juan XXIII por un camino que, desde este seminario, lo llevó hasta el concilio Vaticano II, que fue también un gran seminario:  el seminario de los obispos del mundo.

Agradezcamos a la Virgen de la Confianza todo lo que hizo para ayudar al Papa Roncalli en la preparación y luego en la aventura del concilio Vaticano II.

A todos os deseo que sigáis un camino parecido en vuestra vida:  desde la imagen de la Virgen de la Confianza hasta los objetivos ulteriores, que la Providencia prevé para vosotros y os pide realizar.

Una vez más, muchas gracias por esta velada. ¡Muchas gracias!

 



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