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MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS CLÉRIGOS REGULARES DE SAN PABLO
EN EL V CENTENARIO DEL NACIMIENTO DE SAN ANTONIO MARÍA ZACCARÍA

 

Al reverendísimo padre
Giovanni Maria VILLA
Superior general de los
Clérigos Regulares de San Pablo

1. Con ocasión del V centenario del nacimiento de san Antonio María Zaccaría, deseo unirme espiritualmente a la alegría de esa congregación, de las religiosas Angélicas de San Pablo y del Movimiento de los Laicos de San Pablo, y elevar al Señor una ferviente acción de gracias porque con él dio a la Iglesia un incansable imitador del Apóstol de los gentiles y un luminoso modelo de caridad pastoral. Expreso mis mejores deseos de que las solemnes celebraciones jubilares constituyan una ocasión valiosa para poner de relieve el don de la santidad resplandeciente en la Iglesia de todas las épocas, y que en el siglo XVI tuvo en san Antonio María Zaccaría un testigo singular. Asimismo, deseo que usted, sus colaboradores y toda la familia espiritual de san Antonio María Zaccaría sigan fielmente sus huellas. Él conquistó innumerables almas para la "ciencia del amor de Jesucristo", suscitando una gran variedad de carismas de vida consagrada. Señalaba constantemente la meta de la santidad no sólo a sus religiosos encaminados por la senda de la "reforma" o "renovación" espiritual, sino a todos los fieles, a los que recordaba que estaban llamados a ser "no pequeños..., sino grandes santos" (Carta XI).

Las celebraciones del V centenario del nacimiento de vuestro fundador representan una valiosa oportunidad para profundizar en la actualidad de su mensaje. Estoy seguro de que la reflexión sobre su amor ardiente a Jesús, "exaltado en la cruz y oculto bajo los velos eucarísticos", y sobre su incansable celo por las almas, constituirá para sus hijos espirituales una invitación a dedicarse con renovado ardor a la educación humana y cristiana de las generaciones jóvenes, que son el futuro de la Iglesia y de la sociedad.

2. San Antonio María Zaccaría tendía a este objetivo, inspirado en el Apóstol de los gentiles y, por ese motivo, le gustaba definirse "sacerdote de Pablo apóstol". Indicó este mismo modelo a las familias religiosas y al movimiento laical que fundó. Solía recomendar a sus seguidores:  "Estad seguros y convencidos de que edificaréis, sobre el fundamento de Pablo, no heno ni madera, sino oro y perlas, y se abrirán sobre vosotros, y sobre los vuestros, los cielos y sus tesoros" (Carta VI).

En la escuela de san Pablo aprendió la ley fundamental de la vida espiritual entendida  como  un "crecer  a  cada momento"  (Carta  X),  hasta  alcanzar la talla del hombre perfecto en Cristo, despojándose incesantemente del hombre viejo, para revestirse del hombre nuevo en la justicia y en la santidad (cf. Ef 4, 22-24).

Durante su vida tuvo que afrontar obstáculos y persecuciones, pero mostró siempre una valentía indómita y confianza en el Señor. Estos mismos sentimientos deben albergar hoy cuantos forman parte de su familia espiritual. En efecto, es preciso afrontar con la audacia que nace del amor la difícil situación en la que se encuentran no pocas de vuestras beneméritas y seculares instituciones educativas, para seguir poniendo la riqueza de vuestra tradición pedagógica al servicio de los jóvenes, de sus familias y de la sociedad entera.

Del mismo modo, es necesario cuidar con singular celo la formación cristiana de las nuevas generaciones a través del anuncio de la palabra de Dios, la celebración puntual y devota de los sacramentos, especialmente el de la reconciliación, la dirección espiritual, los retiros y los ejercicios espirituales. Todo esto, que ha constituido desde el comienzo un aspecto específico del carisma barnabita, exige de los Clérigos Regulares de San Pablo un ardiente y constante impulso apostólico. El pueblo de Dios necesita hoy, más que nunca, guías autorizados y alimento espiritual abundante, para acoger y vivir "el grado alto de la vida cristiana ordinaria", mediante una oportuna "pedagogía de la santidad" (cf. Novo millennio ineunte, 31).

3. Las palabras y el ejemplo de vuestro fundador siguen estimulando a sus hijos a una renovada fidelidad al impulso misionero, que se alimenta de una oración ferviente y se basa en una sólida preparación teológica y cultural. En efecto, sólo así es posible realizar por doquier un anuncio eficaz y un testimonio creíble del Evangelio (cf. ib., 42-57) y contribuir a la vasta acción de la nueva evangelización, que implica a toda la comunidad eclesial. Quiera Dios que esa benemérita congregación, tomando del fecundo patrimonio espiritual de su fundador, recorra con decisión el camino de Dios (cf. Sermón VI), para dar "vitalidad espiritual" (Carta V) al pueblo cristiano.

Queridos hermanos y hermanas, no tengáis miedo de librar una lucha abierta contra la mediocridad, las componendas y cualquier forma de tibieza, que vuestro santo fundador definía como "pestífera y mayor enemiga de Cristo crucificado, la cual reina en tan gran medida en los tiempos modernos" (ib.). Cada uno se ha de esmerar por hacer que fructifiquen los dones recibidos y por perseverar en la oración y en las obras de amor, manteniendo viva en toda circunstancia la confianza en la divina Providencia.

4. San Antonio María Zaccaría no sólo se preocupaba por recordar constantemente a los laicos la llamada universal a la santidad, sino también por implicarlos en la evangelización. Imitando su ejemplo, también vosotros, queridos Barnabitas, juntamente con las religiosas Angélicas y los Laicos de San Pablo, no dudéis en estimular a cuantos se sientan llamados a testimoniar el carisma de vuestro fundador en los diversos ámbitos de la vida social. Asimismo, promoved una atenta y actualizada pastoral vocacional para acompañar y sostener a los que el Señor llama a la vida consagrada.

Así, la triple familia espiritual fundada por san Antonio María Zaccaría, que a ejemplo suyo sigue las huellas de san Pablo, crecerá en la comunión de propósitos y de corazones, y podrá volver a proponer con ardor siempre nuevo el camino de la santidad a los hombres y mujeres de nuestro tiempo. El Señor, por intercesión de la santísima Virgen, de la que san Antonio María Zaccaría fue tierno y fiel devoto, suscite en cada miembro de ese instituto el entusiasmo y la valentía del bien al servicio de Dios y de los hermanos necesitados.

Con estos deseos, le imparto de corazón a usted, reverendísimo padre, a los religiosos Barnabitas, a las religiosas Angélicas y a los miembros del movimiento laical de San Pablo, una especial bendición apostólica, propiciadora de gracias y de  renovado fervor espiritual y apostólico.

Vaticano, 5 de julio de 2002

JUAN PABLO II



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