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MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL SUPERIOR GENERAL
DE LA CONGREGACIÓN DEL ESPÍRITU SANTO

 

Al padre PIERRE SCHOUVER
Superior general de la
Congregación del Espíritu Santo

1. Quiero dirigirle mi cordial saludo en este momento en que está reunido en Roma con los miembros del consejo general de la Congregación del Espíritu Santo, para preparar las celebraciones que marcarán, este  año y el próximo, la vida de vuestra familia religiosa. Me alegra el espíritu  con el que deseáis vivir estos aniversarios y fortalecer vuestro carisma y vuestro compromiso misioneros.

2. El próximo año celebraréis el tercer centenario de la Congregación, fundada el 27 de mayo de 1703 por un joven diácono de 24 años, Claude-François Poullart des Places. Al inicio, se trataba de un seminario consagrado al Espíritu Santo y que tenía a la Virgen María como guía, abierto a los estudiantes pobres que vuestro fundador destinaba a servir a las parroquias más olvidadas en el reino de Francia. Muy pronto, la joven congregación encontró una dimensión misionera con el envío del primer sacerdote a Quebec, seguido inmediatamente por otros a Cochinchina, Senegal y Guyana. Casi un siglo y medio después, en 1848, el padre François Libermann, nacido en una familia judía de Alsacia e hijo de un rabino, convertido a la fe cristiana a la edad de 24 años, se transformó en el segundo fundador de la Congregación, uniéndola a la Congregación del Sagrado Corazón de María, que él había fundado en 1841, y orientándola, de manera prioritaria, hacia el servicio misionero del continente africano. Este año habéis celebrado también el segundo centenario de su nacimiento y el 150° aniversario de su muerte.

3. Dando gracias a Dios por la considerable obra realizada por vuestra congregación desde hace tres siglos, sobre todo en la evangelización de África, Antillas y América del sur, os invito a seguir siendo fieles a la doble herencia de vuestros fundadores:  la atención a los pobres, a todas las personas socialmente necesitadas o desfavorecidas, y el servicio misionero, es decir, el anuncio de la buena nueva de Cristo a todos los hombres, en particular a los que aún no han acogido el mensaje del Evangelio. Esta doble fidelidad, reafirmada en las orientaciones de vuestro último consejo general ampliado de Pittsburgh, os ha llevado frecuentemente a comenzar vuestro trabajo misionero con la fundación de una escuela, para instruir a la juventud y permitirle acceder al conocimiento, pero sobre todo para recibir una auténtica educación, que dé a cada uno el sentido de su dignidad, de sus derechos y sus deberes. ¿Cómo no recordar, con el mismo espíritu, la obra de los Huérfanos Aprendices de Auteuil, confiada a vuestra congregación desde 1923? Tras el vigoroso impulso dado por el beato padre Daniel Brottier, y ahora bajo su protección, sigue viviendo vuestro carisma misionero en medio de los jóvenes que tienen grandes dificultades a causa de la pobreza, de la fragmentación del núcleo familiar, del fracaso escolar y de la marginación social. Estad atentos a las llamadas del Espíritu, para llegar a los pobres de hoy y anunciarles la buena nueva, destinada a ellos:  es el signo de la llegada de los tiempos mesiánicos, como Jesús mismo lo enseñó en la sinagoga de Nazaret (cf. Lc 4, 18).

4. A ejemplo de vuestros fundadores, habéis reconocido en la espiritualidad de la consagración al Espíritu Santo una escuela de libertad evangélica y de disponibilidad para la misión. "Es siempre el Espíritu quien actúa, ya sea cuando vivifica la Iglesia y la impulsa a anunciar a Cristo, ya sea cuando siembra y desarrolla sus dones en todos los hombres y pueblos, guiando a la Iglesia a descubrirlos, promoverlos y recibirlos mediante el diálogo. (...) ¡Él es el protagonista de la misión!" (Redemptoris missio, 29 y 30). El Espíritu Santo, que descendió sobre los Apóstoles el día de Pentecostés para convertirlos en los primeros misioneros del Evangelio, sigue animando a la Iglesia y enviándola a anunciar la buena nueva a todos los rincones del mundo. Conservad esta devoción al Espíritu Santo, que caracteriza a vuestra familia religiosa.

El Espíritu que une a la Iglesia y la congrega de todas las partes para hacer de ella el pueblo de la nueva Alianza os ha llamado a la vida comunitaria. Estad atentos a vivir esta experiencia en vuestra vida diaria. En efecto, la vida común y fraterna es una ayuda valiosa en el camino a veces difícil de los consejos evangélicos y del compromiso misionero. Además, es para nuestros contemporáneos un testimonio del amor de Cristo:  "Hemos recibido de él este mandamiento:  quien ama a Dios, ame también a su hermano" (1 Jn 4, 21).

5. En los caminos de la evangelización no faltan las dificultades. Sobre todo en ciertos países sufrís la falta de vocaciones, que debilita vuestro dinamismo. Esta prueba no es específicamente vuestra; afecta a muchas diócesis y familias religiosas hoy. Pero esta crisis os atañe especialmente a vosotros, que habéis atribuido siempre un lugar importante a las vocaciones en vuestra pastoral misionera, creando seminarios menores en las Iglesias jóvenes que se os han confiado. Esta atención particular os ha llevado también a recibir la responsabilidad del Pontificio seminario francés de Roma. Preocupaos por ayudar a los seminaristas a prepararse para su ministerio, mediante una formación humana, intelectual y pastoral que les permita insertarse en la vida eclesial de sus diócesis. Esto supone un conocimiento preciso de las Iglesias locales y un diálogo permanente con sus pastores. Por tanto, la disminución del número de seminaristas y de vocaciones misioneras no debe atenuar la calidad del discernimiento ni las exigencias, sobre todo espirituales y morales, requeridas para el ministerio sacerdotal. En efecto, el anuncio del Evangelio a los hombres y mujeres de nuestro tiempo exige testigos fieles, animados por el Espíritu de santidad, que sean signos para sus hermanos con la fuerza de su palabra y, sobre todo, con la autenticidad de su vida.

6. Queridos hermanos en Cristo, no olvido el verdadero nombre de vuestra congregación:  "Congregación del Espíritu Santo, bajo la protección del Corazón Inmaculado de María". Pido a María, Madre del Señor y Reina de los misioneros, su benévola intercesión por vosotros y también por los numerosos miembros de vuestra congregación, esparcidos por todo el mundo al servicio del Evangelio. Que la Virgen bendita sea siempre un ejemplo y un modelo espiritual para vosotros.

Que su sí al Señor sea la regla de vuestra vida. A todos imparto de corazón una particular bendición apostólica.

Vaticano, 20 de mayo de 2002

JUAN PABLO II



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