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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LA FAMILIA ESPIRITUAL DE DON CARLO GNOCCHI


Sábado 30 de noviembre de 2002

 

Señor cardenal;
queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
amadísimos hermanos y hermanas: 

1. Es para mí motivo de gran alegría acogeros hoy en el marco de las celebraciones por el centenario del nacimiento de don Carlo Gnocchi, y del 50° aniversario de la Fundación nacida de su corazón de insigne "sacerdote educador y empresario de la caridad", como lo definió en 1987 el cardenal Carlo Maria Martini, al incoar su proceso de beatificación. Gracias por vuestra visita, que me brinda la ocasión de manifestaros mi sincero aprecio por el benemérito servicio que prestáis a cuantos se encuentran en dificultades.

Os saludo con afecto a todos:  huéspedes, dirigentes, agentes, voluntarios, ex alumnos y amigos de la gran familia espiritual de don Carlo Gnocchi, sin olvidar la Asociación nacional de alpinos, vinculada a la figura y a la obra de este celoso sacerdote. Saludo a los representantes de los institutos religiosos masculinos y femeninos surgidos por obra de don Gnocchi y al presidente de la Fundación, monseñor Angelo Bazzari, al que agradezco los devotos sentimientos que ha querido expresarme en vuestro nombre. Saludo a la joven huésped del centro de Milán que se ha hecho intérprete de todos los huéspedes de la Fundación. Dirijo un saludo deferente al alcalde de Milán y a las demás autoridades civiles y militares que han querido estar presentes en este encuentro.

2. El siervo de Dios don Carlo Gnocchi, "padre de los niños mutilados", fue educador de jóvenes desde el inicio de su ministerio sacerdotal. Conoció los horrores de la segunda guerra mundial como capellán voluntario, primero en el frente greco-albanés y, después, con los alpinos de la división "Tridentina", en la campaña de Rusia. Se prodigó con caridad heroica al servicio de los heridos y los moribundos, y maduró el designio de una gran obra destinada a los pobres, los huérfanos y los menos favorecidos.

Nació así la Fundación "Pro Juventute", a través de la cual multiplicó iniciativas sociales y apostólicas en favor de numerosos huérfanos de guerra y niños mutilados a causa del estallido de artefactos bélicos. Su generosidad prosiguió después de su muerte, que se produjo el 28 de febrero de 1956, mediante la donación de sus córneas a dos niños invidentes. Fue un gesto precursor, si se considera que en Italia el trasplante de órganos no estaba regulado aún por disposiciones legislativas.

3. Amadísimos hermanos y hermanas, las celebraciones jubilares durante este año os han permitido profundizar aún más en las razones de vuestro compromiso en la sociedad y en la Iglesia. De la rehabilitación e integración social de los niños mutilados de guerra habéis pasado hoy a organizar diversas actividades en favor de niños, adultos y ancianos no autosuficientes. Además, respondiendo a las nuevas necesidades que van surgiendo en la sociedad, habéis abierto vuestras casas a enfermos de cáncer terminales. Al mismo tiempo, no habéis dejado de invertir en la investigación científica, cuidando la formación profesional de discapacitados a través de escuelas y cursos en varias regiones de Italia.

4. "Restaurar la persona humana" es el principio en el que os seguís inspirando, con fidelidad al espíritu de don Carlo Gnocchi. Estaba convencido de que no basta asistir al enfermo; es preciso "restaurarlo", promoviéndolo mediante terapias adecuadas para que pueda recuperar la confianza en sí mismo. Esto exige una actualización técnica y profesional, pero requiere aún más un constante apoyo humano y, sobre todo, espiritual. "Compartir el sufrimiento —solía repetir este insigne pedagogo social— es el primer paso terapéutico; el resto lo hace el amor".

Y precisamente el amor fue el secreto de toda su vida. En cada persona que sufría veía a Cristo crucificado, especialmente cuando se trataba de personas frágiles, pequeñas e indefensas. Comprendió que la luz capaz de dar sentido al dolor inocente de los niños viene del misterio de la cruz. Cada niño mutilado era para él "una pequeña reliquia de la redención cristiana y un signo que anticipa la gloria pascual".

5. Amadísimos hermanos y hermanas, no dejéis de seguir las huellas de este inolvidable maestro de vida. Como él, sed buenos samaritanos para cuantos llaman a la puerta de vuestras casas. Su mensaje representa hoy una singular profecía de solidaridad y paz. En efecto, sirviendo de modo desinteresado a los últimos y a los pequeños, se contribuye a construir un mundo más acogedor y solidario.

Casi todos vuestros centros de recuperación y rehabilitación están dedicados a la Virgen. Que ella, la Madre de la esperanza, a la que don Gnocchi acudía con devoción filial, os sostenga y guíe hacia nuevas metas de bien.

Os aseguro mi oración, a la vez que os bendigo de corazón a vosotros, aquí presentes, y a cuantos componen la gran familia de la "Fundación don Carlo Gnocchi".



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