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DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II
DURANTE LA AUDIENCIA CONCEDIDA A VARIOS GRUPOS
DE PEREGRINOS EN LA SALA PABLO VI

Sábado 26 de abril de 2003

 

Amadísimos hermanos y hermanas: 

1. Es para mí motivo de alegría recibiros a todos vosotros, que provenís de Italia, España y Polonia. Os agradezco esta visita y os saludo con afecto.

Saludo, en primer lugar, al presidente, al consejo general, a los consiliarios, a los diversos jefes y a los responsables de la Asociación de guías y scouts católicos italianos (Agesci). Queridos hermanos, no es la primera vez que tengo la oportunidad de encontrarme con vuestra benemérita asociación, y he admirado siempre el entusiasmo juvenil que la distingue, así como su ferviente deseo de seguir fielmente el Evangelio. El escultismo nació como camino educativo, con un método propio muy atractivo para niños, adolescentes y jóvenes, que brinda a los adultos oportunidades concretas para convertirse en educadores.

La Iglesia mira a vuestra asociación con grandes esperanzas, porque es consciente de que es necesario ofrecer a las nuevas generaciones la oportunidad de hacer una experiencia personal de Cristo. Los adultos llamados a ocuparse de la juventud escultista han de ser conscientes de que esta misión les exige, ante todo, ser testigos de Jesucristo y transmitir, con el ejemplo y la palabra, principios y valores evangélicos. Por tanto, han de ser hombres y mujeres arraigados en los principios del escultismo católico y, al mismo tiempo, deben participar activamente en la vida de las comunidades eclesiales y civiles.

Fieles a vuestro carisma, queridos amigos, podréis entablar una relación dinámica y constructiva con las numerosas asociaciones laicales, que enriquecen a la comunidad eclesial. Podréis cooperar activamente con ellas para construir una sociedad renovada, donde reine la paz, fundada en la justicia, en la libertad, en la verdad y en el amor. A estos "pilares" se refiere mi predecesor, el beato Juan XXIII, en la encíclica Pacem in terris, texto fundamental que vuestro consejo general ha elegido este año como valiosa pista de reflexión.

Quisiera concluir exhortándoos a que a la fascinante actividad escultista no le falte el alimento diario de la escucha de la palabra de Dios, de la oración y de una intensa vida sacramental. Estas son las condiciones favorables para hacer de la existencia un don para los demás y un itinerario seguro hacia la santidad.

2. Me complace saludar ahora al grupo de ejecutivos del Banco Bilbao Vizcaya Argentaria (BBVA), provenientes de España y Latinoamérica, que, en la peregrinación a la ciudad eterna, habéis querido visitar al Sucesor de Pedro. Al daros la bienvenida, envío también mi saludo a los demás componentes de las plantillas que representáis y que con su trabajo colaboran en el desarrollo económico. Este, bien orientado, favorece la convivencia pacífica de los ciudadanos y permite una vida acorde con la dignidad humana. De ese modo, se honra al hombre, "autor, centro y fin de toda la vida económica y social" (Gaudium et spes, 63), y se colabora en el designio de Dios.

Deseo recordar que el interés de lucro, aun siendo legítimo, no puede ser el móvil principal o incluso exclusivo de una actividad empresarial o comercial, pues tal actividad debe tener en cuenta los factores humanos y está subordinada a las exigencias morales propias de toda acción humana. Por ello, os invito a hacer de las empresas verdaderas comunidades de personas que buscan la satisfacción de sus intereses económicos en el marco de los postulados de la justicia y la solidaridad, del trabajo responsable y constructivo, y del fomento de las relaciones humanas auténticas y sinceras, y a hacer que estén, además, al servicio de la sociedad (cf. Centesimus annus, 35).

Al agradeceros esta visita, os animo a seguir llevando adelante el compromiso cristiano en el ámbito de vuestras actividades, testimoniando con las palabras y los hechos las enseñanzas del magisterio eclesial en materia social. Que en ese empeño os acompañe la bendición apostólica, que con afecto os imparto y que con gusto extiendo a vuestras familias y a toda la comunidad laboral que representáis.

3. Queridos hermanos y hermanas, representantes de la Acción católica de Polonia, os doy mi cordial bienvenida a todos. Saludo al consiliario, monseñor Piotr Jarecki, al presidente y a los demás miembros de la presidencia.

Habéis venido a Roma, a las tumbas de los Apóstoles para dar gracias a Dios por los frutos de la actividad de la Acción católica en Polonia después de su reactivación, que se produjo hace diez años. Aunque sea un período de tiempo corto, existen motivos para dar gracias. Sé que la Acción católica en Polonia posee ya una completa estructura organizativa, que comprende la multitud de los laicos que sirven con generosidad a la Iglesia, descubriendo sus propios carismas y los campos de compromiso personal en la obra de evangelización. Hace diez años pedí a los obispos polacos que se esforzaran por restablecer en la Iglesia esta forma de apostolado de los laicos. Hoy puedo decir que han cumplido esa tarea, y vosotros y todos los miembros de la Acción católica sois un magnífico don para toda la comunidad del pueblo de Dios.

Como es sabido, la Acción católica nació de los movimientos de renovación religiosa que, en la segunda mitad del siglo XIX, se desarrollaron en numerosos ambientes de laicos católicos. Más tarde, en tiempos del Papa Pío XI, la Acción católica se transformó en una forma activa de participación de los laicos en el apostolado jerárquico de la Iglesia. Las palabras de san Pablo:  "instaurare omnia in Christo" -renovarlo todo en Cristo (cf. Ef 1, 10)-, se convirtieron en su programa. Gracias a una realización perseverante de este programa de renovación de la realidad de la Iglesia y del mundo "por Cristo, con Cristo y en Cristo", la Acción católica llegó a ser una escuela de formación de los laicos, a los que preparaba para afrontar valientemente la secularización que se estaba difundiendo cada vez con mayor fuerza en el siglo XX.

Me refiero a estos hechos históricos para señalar una cierta analogía entre aquellos comienzos y los comienzos de la reactivación de la Acción católica en Polonia. Como en aquel tiempo, también ahora en el origen de su existencia y de su actividad hay un profundo deseo de los fieles laicos de compartir activamente con los obispos y con los presbíteros su responsabilidad en la vida de la Iglesia y en el anuncio de la buena nueva. No han cambiado tampoco la finalidad y el programa espiritual de su actividad:  renovarse a sí mismos, su ambiente, la comunidad de los creyentes y, en fin, el mundo entero, basándose en el amor y en el poder de Cristo. Por último, estos dos comienzos están unidos por el mismo desafío, que implica la secularización de los diversos sectores de la vida social.

Como testigos del Evangelio, afrontad este desafío en todos los ambientes:  en la familia, en el lugar de trabajo, en la escuela o en la universidad. Afrontadlo, conscientes de que "el deber y el derecho de los laicos al apostolado derivan de su misma unión con Cristo Cabeza. Incorporados por el bautismo al Cuerpo místico de Cristo y fortalecidos con la fuerza del Espíritu Santo por medio de la confirmación, son destinados al apostolado por el mismo Señor" (Apostolicam actuositatem, 3).

El deber y el derecho. Precisamente así:  tenéis el deber y el derecho de llevar el Evangelio, de testimoniar su actualidad para el hombre contemporáneo y de encender la fe en quienes se alejan de Dios. La Iglesia reconoce vuestro derecho, y os sostiene al ejercerlo, pero al mismo tiempo os recuerda que es vuestro deber. Y os lo recuerdo también yo, refiriéndome al sacramento del bautismo, en el que gracias a la justificación os habéis convertido en apóstoles de la justicia, y a la confirmación, en la cual el Espíritu Santo os ha capacitado para cumplir la función profética en la Iglesia. Sin embargo, es necesario que recordéis que sólo podéis realizar este deber, esta importante tarea, apoyándoos en Cristo. La Acción católica no se puede limitar a actuar en la dimensión social de la Iglesia. Si quiere ser la escuela, la comunidad de la formación de los laicos dispuestos a transformar el mundo basándose en el Evangelio, debe formar su espiritualidad propia. Y si quiere transformar la realidad basándose en Cristo, esta espiritualidad debería fundarse en la contemplación de su rostro. Sin embargo, como escribí en la carta apostólica Novo millennio ineunte, "nuestro testimonio sería enormemente deficiente si no fuésemos nosotros los primeros contempladores de su rostro" (n. 16).

«¡Caminemos con esperanza! Un nuevo milenio se abre ante la Iglesia como un océano inmenso en el cual hay que aventurarse, contando con la ayuda de Cristo. El Hijo de Dios, que se encarnó hace dos mil años por amor al hombre, realiza también hoy su obra. Hemos de aguzar la vista para verla y, sobre todo, debemos tener un gran corazón para convertirnos nosotros mismos en sus instrumentos. (...) Para ello podemos contar con la fuerza del mismo Espíritu, que fue derramado en Pentecostés y que nos impulsa hoy a partir nuevamente sostenidos por la esperanza "que no defrauda" (Rm 5, 5)» (ib., 58).

Os bendigo de corazón para que caminéis por este sendero:  el sendero de la contemplación del rostro de Cristo, el sendero de la formación de la espiritualidad de la Acción católica basada en esta contemplación, el sendero del apostolado y del testimonio.

4. Amadísimos hermanos y hermanas, a cada uno os aseguro mi recuerdo ante el Señor; os encomiendo a vosotros, a vuestras familias y a las comunidades de las que provenís a la protección materna de María, y de corazón os bendigo a todos.

 



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