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DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II
A UNA DELEGACIÓN DEL SANTO SÍNODO
DEL PATRIARCADO ORTODOXO DE SERBIA 


Jueves 6 de febrero de 2003

 

1. Con profunda alegría os dirijo mi saludo a vosotros, amadísimos hermanos, y con sentimientos de caridad fraterna acojo, junto a las tumbas de los apóstoles san Pedro y san Pablo, a vuestra delegación. A través de vosotros saludo al venerado patriarca Pavle con el Santo Sínodo, así como a todos los obispos, al clero, a los monjes y a los fieles de vuestra santa Iglesia.

2. La presencia de vuestra delegación en Roma y nuestro encuentro de hoy, que se realiza al inicio del tercer milenio, no sólo tienen gran significado, sino que también nos colman de esperanza a todos. En efecto, el último decenio del siglo XX se caracterizó por muchos acontecimientos dolorosos, que causaron indecibles sufrimientos a numerosas poblaciones de los Balcanes. Por desgracia, no faltaron injusticias, y sus autores no dudaron en recurrir a la instrumentalización de los sentimientos y de los valores religiosos y patrióticos para herir más a fondo a su prójimo.

Las Iglesias han cumplido su deber de exhortar a todas las partes en conflicto a la paz, al restablecimiento de la justicia y al respeto de los derechos de cada persona, prescindiendo de su pertenencia étnica o de su creencia religiosa. Como es sabido, también la Santa Sede, sin equívocos y con imparcialidad, ha elevado a menudo su voz, y yo personalmente lo hice antes y durante las acciones que afectaron en particular a las poblaciones de vuestro país en 1999.

3. El pasado reciente ha influido profundamente en la memoria de los hombres; ha creado mucha confusión en los juicios, y un gran sufrimiento en los que han padecido lutos dolorosos o han debido abandonar todo lo que poseían. Las Iglesias tienen la tarea de actuar según el modelo del buen samaritano. Deben aliviar los sufrimientos comunes, curar las heridas y promover la purificación de la memoria, para que brote un perdón sincero y una colaboración fraterna. Me alegra que ya se hayan puesto en marcha diversas iniciativas en este sentido, y deseo que continúe su realización, gracias a la contribución generosa de todos, tanto a nivel local en vuestro país como también a nivel regional. Por lo que respecta a la Iglesia católica, también ella presente en Serbia y en los países limítrofes, os aseguro que no eludirá este deber y aportará su contribución.

4. Hoy, las Iglesias afrontan nuevas exigencias y desafíos, que derivan de una irrefrenable transformación del continente europeo. A veces se pone en tela de juicio la identidad cristiana de Europa, plasmada en sus raíces por las dos tradiciones:  occidental y oriental. Esto no puede menos de impulsarnos a buscar y promover toda forma de colaboración que permita a los ortodoxos y a los católicos dar juntos un testimonio vivo y convincente de su tradición común. Este testimonio no sólo resultará eficaz en la afirmación de los valores evangélicos como la paz, la dignidad de la persona, la defensa de la vida y la justicia en la sociedad de hoy, sino también en el acercamiento y en la consolidación de la fraternidad que debería caracterizar las relaciones eclesiales entre católicos y ortodoxos.

Vuestra Iglesia, a lo largo de los siglos, incluso en medio de grandes adversidades, se ha comprometido en la difusión del Evangelio en el pueblo serbio, contribuyendo de este modo a la promoción de la identidad cristiana de Europa. Fiel a la tradición apostólica, ha proclamado con perseverancia la buena nueva de la salvación, imprimiendo en la sociedad serbia una fuerte huella cultural que aflora, entre otras cosas, en la sugestiva arquitectura de iglesias y monasterios. Esta herencia no os pertenece sólo a vosotros; todos los demás cristianos también se sienten orgullosos de ella. Mi deseo y mi esperanza es que Europa encuentre los medios adecuados para preservarla dondequiera que haya florecido y crezca.

5. Amadísimos hermanos, os agradezco vuestra visita. Es para mí un signo de que el Espíritu de Dios guía a la Iglesia hacia el restablecimiento de la unidad de todos los discípulos de Cristo por la que él rogó la víspera de su muerte. Pidamos al Señor que nos dé la fuerza para seguir recorriendo este camino con confianza, paciencia y valentía. Os pido que transmitáis mi saludo cordial y fraterno a Su Beatitud el patriarca Pavle y a vuestra Iglesia en todos sus componentes. En cuanto a vosotros, os aseguro mi oración para que el Señor, que guía nuestros pasos, os acompañe durante esta visita, motivo de esperanza para el crecimiento de nuestras relaciones recíprocas.

 



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