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ALOCUCIÓN DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II
A LOS MIEMBROS DEL CÍRCULO DE SAN PEDRO


Viernes 28 de febrero de 2003

 

Queridos miembros del Círculo de San Pedro: 

1. Me alegra acogeros también este año, y os saludo con afecto. Saludo en especial al venerado y querido consiliario, monseñor Ettore Cunial, que este año celebra sus bodas de oro episcopales. Saludo al presidente general, doctor Marcello Sacchetti, al que agradezco las amables palabras que me ha dirigido en nombre de los presentes.

Aprovecho esta ocasión para agradeceros el servicio que prestáis con asiduidad y devoción durante las celebraciones litúrgicas en la basílica vaticana y en otras circunstancias. Me alegro, además, por el celo apostólico con que cooperáis en la obra de la nueva evangelización en la diócesis de Roma, y por vuestras intervenciones de solidaridad en favor de las personas pobres, enfermas y necesitadas, testimoniando así el evangelio de la caridad.

2. Hay también una tarea en la que estáis particularmente comprometidos:  la de recoger el Óbolo de San Pedro en Roma. Hoy, según la tradición, habéis venido a entregármelo personalmente. Muchas gracias por vuestra participación en la misión del Papa.

Conocéis las crecientes necesidades del apostolado, las exigencias de las comunidades eclesiales, especialmente en tierras de misión, y las peticiones de ayuda que llegan de poblaciones, personas y familias que se encuentran en condiciones precarias. Muchos esperan de la Sede apostólica un apoyo que, a menudo, no logran encontrar en otra parte.

Desde esta perspectiva, el Óbolo constituye una verdadera participación en la acción evangelizadora, especialmente si se consideran el sentido y la importancia de compartir concretamente la solicitud de la Iglesia universal. A este propósito, Roma desempeña un papel peculiar, dado que, por la presencia del Sucesor de Pedro, es el centro y, en cierto modo, el corazón de todo el pueblo de Dios.

Que el Señor os lo recompense y os conceda la alegría de servirlo fielmente, trabajando siempre por el crecimiento y la difusión de su reino.

3. Queridos hermanos y hermanas, todo cristiano, para cumplir sus compromisos, debe cultivar con esmero y acrecentar su relación con Cristo. Esforzaos también vosotros por ser auténticos discípulos de Cristo. Permaneced fieles a vuestro triple compromiso de oración, acción y sacrificio.

A las personas que encontráis, sobre todo a las que tienen dificultades y están marginadas, ofrecedles el alimento espiritual del mensaje evangélico junto con vuestra ayuda material.

La Virgen María, Madre de la Iglesia, y los apóstoles san Pedro y san Pablo os protejan e intercedan por vosotros. Os aseguro un recuerdo diario en la oración, a la vez que os bendigo de corazón a vosotros, a vuestras familias y a todos vuestros seres queridos.

 



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