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ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL PONTIFICIO COLEGIO NORTEAMERICANO


Viernes 10 de enero de 2003

 

Eminencias;
excelencias;
queridos hermanos en Cristo: 

Con gran afecto saludo a los alumnos del Pontificio Colegio Norteamericano, así como al rector, a los profesores y a los estudiantes del seminario y a los sacerdotes estudiantes de la Casa Santa María de la Humildad. Os habéis reunido en Roma para celebrar el 50° aniversario de dos acontecimientos que han abierto un nuevo capítulo de la historia del Colegio:  la dedicación del edificio del seminario en el Janículo y la inauguración de la Casa Santa María como casa sacerdotal de estudio. Que este aniversario intensifique vuestro compromiso de continuar la misión del Colegio de formar sacerdotes imbuidos de un profundo sentido de la universalidad de la Iglesia y de celo por la difusión del reino de Dios tanto en vuestro país natal como en todo el mundo.

Este año, vuestro encuentro os hace volver a Roma y al Colegio, a los amados lugares donde en otro tiempo, con el idealismo y la generosidad de la juventud, os habéis comprometido en la búsqueda del conocimiento, la sabiduría y la santidad para servir al pueblo de Dios. En un tiempo de dificultades y sufrimientos para los católicos en Estados Unidos, os aseguro a todos mi solidaridad en la oración. Espero fervientemente que estos días de reflexión, oración y fraternidad sacerdotal os fortalezcan en vuestra noble vocación de ser discípulos de Jesucristo, testigos de la verdad de su Evangelio y pastores totalmente comprometidos en la renovación de su Iglesia en la fe, en la esperanza y en la caridad.

Queridos hermanos, en medio de los desafíos y las esperanzas del momento presente, os exhorto a mantener vuestra mirada fija en Jesús, nuestro sumo Sacerdote, que jamás deja de inspirar y perfeccionar nuestra fe (cf. Hb 12, 2). Encomendándoos a vosotros y a los fieles a los que servís a la intercesión amorosa de Nuestra Señora de la Humildad, patrona del Colegio, os imparto cordialmente mi bendición apostólica como prenda de alegría y de paz en el Señor.

 



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