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DISCURSO  DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS PARTICIPANTES EN UN SEMINARIO
ORGANIZADO POR LA FUNDACIÓN ROBERT SCHUMAN


Viernes 7 de noviembre de 2003

 

Señor presidente;
distinguidos señores y señoras: 

1. Me complace daros la bienvenida con ocasión de este seminario organizado por la Fundación Robert Schuman. Os saludo cordialmente a todos, expresando mi gratitud en particular al señor Jacques Santer, que se ha hecho intérprete de vuestros sentimientos de respeto y estima.

Como cristianos comprometidos en la vida pública, os habéis reunido para reflexionar en las perspectivas que se abren actualmente ante Europa. La "nueva" Europa que se está construyendo ahora desea con razón convertirse en un "edificio" sólido y armonioso. Esto exige encontrar el justo equilibrio entre el papel de la Unión y el de los Estados miembros, y entre los inevitables desafíos que la globalización plantea al continente y el respeto de sus características históricas y culturales, de las identidades nacionales y religiosas de sus pueblos, y de las contribuciones específicas que puede dar cada uno de los países miembros. También implica la construcción de un "edificio" que sea acogedor con respecto a los demás países, comenzando por sus vecinos más cercanos, y una "casa" abierta a formas de cooperación que no sean sólo económicas, sino también sociales y culturales.

2. Para que esto suceda, es necesario que Europa reconozca y preserve su patrimonio más precioso, formado por los valores que han garantizado y siguen garantizando su influencia providencial en la historia de la civilización. Estos valores conciernen, sobre todo, a la dignidad de la persona humana, al carácter sagrado de la vida humana, al papel central de la familia fundada en el matrimonio, la solidaridad, la subsidiariedad, el respeto de la ley y la sana democracia.

Muchas son las raíces culturales que han contribuido a la consolidación de estos valores, pero es innegable que el cristianismo ha sido la fuerza capaz de promoverlos, conciliarlos y consolidarlos. Por esta razón, parece lógico que el futuro tratado constitucional europeo, que aspira a realizar la "unidad en la diversidad" (cf. Preámbulo, 5), debería hacer mención explícita de las raíces cristianas del continente. Una sociedad que olvida su pasado está expuesta al riesgo de no ser capaz de afrontar su presente y, peor aún, de llegar a ser víctima de su futuro.

A este respecto, me complace constatar que muchos de vosotros venís de países que se están preparando para entrar en la Unión, a los que el cristianismo ha proporcionado a menudo ayuda decisiva en el camino hacia la libertad. Desde este punto de vista, también podéis ver fácilmente cuán injusto sería que la Europa actual ocultara la contribución fundamental que han dado los cristianos a la caída de todo tipo de regímenes opresivos y a la construcción de la auténtica democracia.

3. En mi reciente exhortación apostólica Ecclesia in Europa no pude dejar de destacar, con tristeza, cómo este continente trágicamente parece estar sufriendo una profunda crisis de valores (cf. n. 108), que al final ha desembocado en una crisis de identidad.

Me complace señalar aquí cuánto puede hacerse, desde este punto de vista, mediante una participación responsable y generosa en la vida "política" y, en consecuencia, en las numerosas y variadas actividades económicas, sociales y culturales que pueden emprenderse con vistas a la promoción del bien común de una manera orgánica e institucional. A este respecto, conocéis bien las palabras de mi predecesor el Papa Pablo VI:  "La política ofrece un camino serio (...) para cumplir el deber grave que el cristiano tiene de servir a los demás" (Octogesima adveniens, 46).

Las quejas expresadas a menudo con respecto a la actividad política no justifican una actitud de escepticismo y falta de compromiso por parte del católico, que, por el contrario, tiene el deber de asumir su responsabilidad con vistas al bienestar de la sociedad. No basta reclamar la construcción de una sociedad justa y fraterna. También es preciso trabajar de un modo comprometido y competente por la promoción de los valores humanos perennes en la vida pública, de acuerdo con los métodos correctos propios de la actividad política.

4. El cristiano también debe asegurar que la "sal" de su compromiso cristiano no pierda su "sabor", y que la "luz" de sus ideales evangélicos no quede oscurecida a causa del pragmatismo o, peor aún, del utilitarismo. Por esta razón, debe profundizar en su conocimiento de la doctrina social cristiana, esforzándose por asimilar sus principios y aplicarla con sabiduría donde sea necesario.

Esto exige una seria formación espiritual, que se alimente de la oración. Una persona superficial, tibia o indiferente, o que se preocupe excesivamente por el éxito y la popularidad, jamás será capaz de ejercer adecuadamente su responsabilidad política.

Vuestra Fundación puede encontrar en quien le ha dado su nombre, Robert Schuman, un significativo modelo para inspirarse. Dedicó su vida política al servicio de los valores fundamentales de la libertad y la solidaridad, entendidos plenamente a la luz del Evangelio.

5. Queridos amigos, en estos días, durante los cuales estáis reflexionando sobre Europa, es natural recordar que entre los principales promotores de la reunificación de este continente hubo hombres inspirados por una profunda fe cristiana, como Adenauer, De Gasperi y Schuman. ¿Cómo podemos subestimar, por ejemplo, el hecho de que, en 1951, antes de comenzar las delicadas negociaciones que llevarían a la adopción del Tratado de París, desearon encontrarse en un monasterio benedictino a orillas del Rhin para meditar y orar?

También vosotros no sólo tenéis la responsabilidad de preservar y defender, sino también de desarrollar y reforzar la herencia espiritual y política legada por esas grandes figuras. A la vez que expreso esta esperanza, os imparto cordialmente a vosotros y a vuestras familias mi bendición apostólica.

 



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