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MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS FRAILES MENORES CAPUCHINOS DE ITALIA

 

Amadísimos hermanos capuchinos italianos: 

1. Me dirijo con afecto a vosotros y os saludo cordialmente con ocasión del Capítulo de las Esteras de los capuchinos italianos. Extiendo mi saludo a toda vuestra benemérita Orden, guiada por el ministro general padre John Corriveau, a quien envío un saludo y mis mejores deseos.

Vuestra asamblea en la seráfica ciudad de Asís, junto a la tumba de san Francisco, manantial vivo del carisma franciscano, reviste una importancia significativa tanto por el número de participantes —en efecto, sois 500, en representación de casi 2500 hermanos de Italia—, como por el perfil del encuentro, que hace revivir aquella primera y singular asamblea querida por san Francisco y conocida como "Capítulo de las Esteras" (Leyenda perusina, n. 114:  FF 1673). Las temáticas que queréis profundizar se inspiran en el famoso "Pequeño Testamento" de Siena (FF 132-135), que muestra bien la solicitud de vuestro fundador por la Orden y su última voluntad:  el amor recíproco entre los frailes, el amor a la pobreza evangélica y el amor a la Iglesia. Queréis enmarcar vuestras reflexiones en el contexto eminentemente existencial y dinámico de las cambiantes condiciones del tiempo presente, en continua evolución, a la luz de los designios providenciales de Dios, que acompaña con su amor la "historia sagrada" de nuestra época.

2. "Como signo de recuerdo de la bendición y del testamento" (FF 133) de san Francisco, vuestra primera preocupación será destacar el sentido y las consecuencias del nombre que vuestro fundador os dio:  quiso que os llamarais "frailes", es decir, "hermanos". Los términos fraternidad y hermano expresan significativamente para vosotros la novedad evangélica del "mandamiento nuevo". El hecho de ser hermanos debe caracterizar vuestras actitudes con respecto a Dios, a vosotros mismos, a los demás y a todas las criaturas. Por tanto, en función del fundamental valor evangélico de la fraternidad vivida, asumen para vosotros connotaciones propias la espiritualidad, el modo de vivir, las opciones operativas, los criterios pedagógicos, los sistemas de gobierno y de convivencia, las actividades y los métodos apostólicos; en una palabra, vuestra misma identidad carismática de grupo bien definido en el seno de la Iglesia.

Esta forma de vida en fraternidad constituye un desafío y una propuesta en el mundo actual, a menudo "desgarrado por el odio étnico o las locuras homicidas", lacerado por pasiones e intereses contrapuestos, deseoso de unidad pero indeciso "sobre los caminos que conviene seguir" (cf. Vita consecrata, 51). Vivir la fraternidad como auténticos discípulos de Jesús puede constituir una singular "bendición" para la Iglesia y una "terapia espiritual" para la humanidad (cf. ib., 87). En efecto, la fraternidad evangélica, poniéndose "casi como modelo y fermento de vida social, invita a los hombres a promover entre ellos relaciones fraternas y a unir las fuerzas con vistas al desarrollo y a la liberación de toda la persona, así como con vistas al auténtico progreso social" (Constituciones de los Frailes Menores Capuchinos, 11, 4).

Como hermanos y miembros de una fraternidad, constituís una "Orden de hermanos". Este peculiar estilo fraterno debe reflejar y favorecer el sentido de pertenencia de cada uno a una gran familia sin fronteras. Una conversión continua y total a la "fraternidad" por parte de las personas, de las fraternidades locales y de las provincias, podrá llevaros a una especie de globalización de la caridad vivida como hermanos a nivel de Orden, con la posibilidad real y plenamente normal de disponer de los recursos individuales y comunitarios para el servicio fraterno y minorita de las exigencias prioritarias y generales de toda la fraternidad capuchina.

3. Otro tema en el que queréis reflexionar es el del amor a la pobreza, a la luz de la "minoridad". Este término caracteriza vuestra denominación completa ("Frailes Menores"), y abarca, además de otros aspectos significativos del carisma capuchino, la misma pobreza. En la dimensión de la "minoridad", que debe caracterizar vuestro ser y vuestro obrar, se concentra en este momento la atención de toda la Orden con vistas al próximo Consejo plenario. Estoy seguro de que las reflexiones que surjan en este "Capítulo de las Esteras" contribuirán a comprender y actuar cada vez más concretamente este valor, que os identifica específicamente en la Iglesia. Como os dije en otra ocasión, ese valor os hace "cercanos y solidarios con la gente humilde y sencilla", y hace de vuestras fraternidadades minoritas "un punto de referencia cordial y accesible para los pobres y para cuantos buscan sinceramente a Dios" (Mensaje del 18 de septiembre de 1996, n. 3:  L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 11 de octubre de 1996, p. 12).

La "minoridad" supone un corazón libre, desprendido, humilde, manso y sencillo, como Jesús nos propuso y san Francisco vivió; requiere una renuncia total a sí mismos y una plena disponibilidad a Dios y a los hermanos. La "minoridad" vivida expresa la fuerza desarmada y desarmante de la dimensión espiritual en la Iglesia y en el mundo. Y no sólo eso. La verdadera minoridad libera el corazón y lo hace disponible a un amor fraterno cada vez más auténtico, que se dilata en una amplia gama de comportamientos típicos. Por ejemplo, favorece un estilo caracterizado por actitudes de sencillez y sinceridad, espontaneidad y concreción, humildad y alegría, abnegación y disponibilidad, cercanía y servicio, particularmente en relación con el pueblo y con las personas más humildes y necesitadas.

4. Además del amor fraterno y del amor a la pobreza, meditaréis también sobre el amor fiel a la Iglesia; un amor que exige de vosotros, a imitación de vuestro padre y hermano san Francisco, una actitud de fe y obediencia, y se traduce en un servicio humilde y creativo, capaz de hacer de la vida un "signo" estimulante y convincente de fidelidad eclesial y de apertura a los hermanos. San Francisco se hizo promotor y portavoz de un mensaje humilde pero incisivo de renovación evangélica, porque logró proponer el Evangelio en su integridad y pureza mediante una vida marcada por el amor, la cercanía, el diálogo y la tolerancia cristiana. Testimoniad, queridos hermanos, vuestra obediencia a la Iglesia con el corazón y con el estilo de vuestro fundador. Se trata de un compromiso constante, que os hará felices y conscientes de entregar vuestra existencia por el reino de Dios en el nombre de Jesús.

5. Os deseo de corazón que el "Capítulo de las Esteras" produzca los frutos espirituales esperados, ayudándoos a descubrir la dirección correcta para avanzar, fieles a vuestro carisma, en un mundo que cambia. Es bueno que os reunáis para reforzar vuestra vocación fraterna, minorita y eclesial. En un clima de oración, reflexión y diálogo podréis apreciar mejor la gracia de ser hijos y hermanos de san Francisco, y os será posible poner de relieve vuestra misión en este inicio del tercer milenio. Al discernir y escrutar el pasado, os abriréis a las exigencias del presente para construir juntos el futuro de vuestra Orden.

Os deseo, asimismo, que este importante encuentro os ayude a comprender aún más la urgente necesidad de avanzar por el "camino estrecho" del Evangelio: el camino de la conversión permanente a Cristo, que es el camino de la santidad. Según la enseñanza evangélica, es preciso cambiar el corazón si se quiere sinceramente que cambie la vida. De lo contrario, se puede correr el riesgo de sufrir desencanto y frustración, mientras que resultarían inútiles las palabras y las propuestas, por más hermosas que fueran, los encuentros y las reuniones, y quedarían desaprovechadas las numerosas energías gastadas para elaborar programas espirituales y apostólicos.

Que en este esfuerzo hacia la perfección cristiana os asista la "Virgen hecha Iglesia" (FF 259), santa María de los Ángeles, Reina de la Orden minorita. Os sostenga y os anime la intercesión constante de san Francisco y de los numerosos santos y beatos capuchinos, para que viváis la fidelidad en el cambio mediante la conversión permanente del corazón.

Con este deseo, os imparto a vosotros y a los demás hermanos de Italia y del mundo entero una especial bendición apostólica.

Vaticano, 22 de octubre de 2003

JUAN PABLO II



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