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PALABRAS DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL CONCLUIR SUS EJERCICIOS ESPIRITUALES


Sábado 6 de marzo de 2004

 

Querido profesor, me alegra expresarle, también en nombre de todos los participantes, la más cordial gratitud al final de los ejercicios espirituales, durante los cuales nos ha guiado en la contemplación del misterio de Cristo, proponiéndonos profundas meditaciones sobre el tema: «Siguiéndote a ti, luz de la vida».

Pienso con profundo aprecio en el esfuerzo de preparación, remota y próxima, que esto ha supuesto para usted. Junto con los colaboradores de la Curia romana hemos aprovechado las reflexiones que usted ha ido presentando progresivamente con originalidad de intuiciones y amplitud de conocimientos teológicos, bíblicos y espirituales. Nos ha impresionado, también, la pasión con que usted ha expuesto esos contenidos, haciendo referencia muchas veces a las experiencias ministeriales de la vida de todos los días. Gracias porque, con el estilo que caracteriza su investigación teológica y su actividad pastoral, ha ofrecido valiosos estímulos a nuestra mente y a nuestro corazón para un seguimiento cada vez más exigente de Aquel que es la luz del mundo.

Deseo manifestarle también especial consideración por el tono coloquial y orante que ha impreso a nuestro itinerario, ayudándonos a elevar el espíritu a Dios con la actitud contemplativa, impregnada de fe y amor, a la que invito sin cesar al pueblo de Dios, exhortando a las comunidades cristianas a resplandecer en medio del mundo ante todo por el «arte de la oración» (cf. Novo millennio ineunte, 32).

Por todo esto lo recompensará el Señor, a quien le encomiendo a usted y el servicio eclesial que presta con celo y fidelidad. Que la Virgen santísima, a la que usted nos ha ayudado a contemplar en el marco de nuestra peregrinación terrena hacia la patria celestial, vele sobre usted y sobre todas sus actividades apostólicas.

Por último, os dirijo un saludo afectuoso a todos vosotros, que habéis participado en estos ejercicios, con mi agradecimiento también para quienes han colaborado en su desarrollo, encargándose de la liturgia y los cantos.

Encomendando a cada uno a la protección celestial de la Virgen santísima, imparto a todos mi bendición.

 



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