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MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
EN EL LX ANIVERSARIO DE LA DESTRUCCIÓN
DE LA ABADÍA DE MONTECASSINO

 

Al venerado hermano
P. BERNARDO D'ONORIO, o.s.b.
Abad de Montecassino

Han pasado sesenta años desde los sucesos bélicos que marcaron dramáticamente la historia de Montecassino y de su territorio, pero su eco sigue presente y vivo en el corazón y en la vida de numerosas personas y familias de esa antigua e ilustre tierra. El 15 de febrero de 1944, un terrible bombardeo destruyó la abadía; un mes después, el 15 de marzo, fue atacada la ciudad de Cassino. El 18 de mayo, por fin, cesaron los combates y comenzó una nueva vida en la región.

Le agradezco, querido padre abad, que me haya informado sobre las celebraciones que la comunidad diocesana y ciudadana, reunida en torno a la venerada tumba de san Benito, se dispone a realizar, volviendo con el pensamiento a aquellos meses de sufrimiento y dolor, pero también de esperanza y solidaridad. Aprovecho de buen grado esta oportunidad para dirigir a todos mi saludo cordial, con la seguridad de mi cercanía espiritual, reforzada por el constante recuerdo de las visitas que he realizado a la abadía y al cercano cementerio polaco.

Mientras se recuerdan los lutos y las destrucciones, me uno en la oración a cuantos renuevan el sufragio cristiano por todas las víctimas. El pensamiento va también, en este momento, a todos los que colaboraron en la causa de la justicia y de la paz. En particular, deseo fijar la mirada en la abadía de Montecassino, verdadera arca de un tesoro precioso de espiritualidad, de cultura y de arte. Para nosotros, los creyentes, el hecho de que el antiguo monasterio haya sido totalmente destruido por la guerra y que después haya sido perfectamente reconstruido es una invitación a la esperanza, impulsándonos a ver en ello un símbolo de la victoria de Cristo sobre el mal y de la posibilidad que tiene el hombre de superar, con la fuerza de la fe en Dios y del amor fraterno, los conflictos más arduos para hacer que triunfen el bien, la justicia y la concordia.

La segunda guerra mundial fue una espiral de violencia, de destrucción y de muerte como nunca antes se había conocido (cf. Mensaje para la XXXVII Jornada mundial de la paz, 1 de enero de 2004, n. 5). El episodio de Montecassino merece ser conmemorado y propuesto como invitación a la reflexión y llamamiento a todos al sentido de responsabilidad. Las nuevas generaciones italianas y europeas, por suerte, no han vivido directamente la guerra. Sin embargo, conocen los dramas provocados por las guerras, a causa de las víctimas que no pocos conflictos están produciendo en diversas partes del mundo. Los jóvenes son la esperanza de la humanidad; por tanto, se les debe ayudar a crecer en un clima de constante y activa educación para la paz. Es necesario que aprendan de la historia una lección fundamental de vida y de convivencia solidaria:  el derecho de la fuerza destruye, mientras que la fuerza del derecho construye.

Este es el pensamiento que encomiendo a la consideración de los que participan en estas celebraciones conmemorativas. En ellas me hago presente espiritualmente con una oración especial a san Benito, el cual hace precisamente cuarenta años fue proclamado patrono de Europa. Invoco también a san Cirilo y san Metodio, copatronos del continente, cuya fiesta celebramos ayer, y sobre todo a la Virgen María, Reina de la paz. Ojalá que la familia de las naciones renueve su compromiso común por la paz en la justicia.

A usted, venerado hermano, a los reverendos monjes, a las autoridades civiles y militares y a toda la población envío de corazón la implorada bendición apostólica.

Vaticano, 15 de febrero de 2004

JUAN PABLO II

 



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