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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LAS CARMELITAS MISIONERAS TERESIANAS
CON MOTIVO DE SU XIII CAPÍTULO GENERAL

Martes 9 de noviembre de 2004

 

1. Es muy grato para mí tener este encuentro con vosotras, que estáis celebrando el XIII Capítulo General, ese momento tan importante en la vida de la Congregación para discernir la voluntad de Dios, avivar la fidelidad al carisma fundacional y buscar el mejor modo de responder, desde la propia vocación y misión, a los desafíos de estos primeros años del tercer milenio.

Saludo con afecto a la Hermana Luisa Ortega Sánchez, recién elegida como Superiora General, a sus Consejeras y demás directas colaboradoras, así como a las demás participantes en el Capítulo. Expreso sincera gratitud a la Hermana Pilar Timoneda Armengol, Superiora General durante los dos mandatos precedentes y os invito a transmitir a las comunidades de los diversos países, junto con las decisiones tomadas, la propia experiencia capitular, con su hondura espiritual, sentido de fraternidad e ilusión por vivir plena y gozosamente el carisma inspirado por el fundador, el Beato Francisco Palau i Quer.

Como dice el lema capitular, se trata de impulsar en todas vuestras Hermanas una verdadera «pasión por la Iglesia: Dios y los prójimos», para que cada comunidad enriquezca a la propia Iglesia Particular y haga visibles las maravillas de Dios «con el lenguaje elocuente de una existencia transfigurada, capaz de sorprender al mundo» (Vita Consecrata, 20).

2. En el programa de vida y acción para los próximos años, se ha de recordar que «antes que en las obras exteriores, la misión se lleva a cabo en el hacer presente a Cristo en el mundo mediante el testimonio personal. ¡Éste es el reto, éste es el quehacer principal de la vida consagrada!» (ibíd., 72). Y, ¿dónde podemos inspirarnos para hacer presente a Cristo, sino en el gran Misterio donde Cristo está “realmente” presente, como es la Eucaristía? Todos los aspectos de la Eucaristía «confluyen en lo que más pone a prueba nuestra fe: el misterio de la presencia “real”» (Mane nobiscum Domine, 16).

He recordado a toda la Iglesia el carácter central e insustituible de la Eucaristía para la vida cristiana, para ser fieles a la vocación a la santidad. Os lo recuerdo también a vosotras ahora, seguro de que, por vuestra tradición contemplativa teresiana, lo comprenderéis muy bien y pondréis este Santísimo Sacramento como eje de la vida espiritual e inspirador de todo proyecto apostólico y misionero. En efecto, en él encontramos a Cristo y, por tanto, es punto de encuentro privilegiado para las almas enamoradas de Él (cf. ibíd., 18).

3. Pido a Nuestra Señora del Monte Carmelo, por intercesión de vuestro Beato Fundador, que no dejéis de mostrar cotidianamente «a todos los creyentes los bienes del cielo, ya presentes en este mundo» (Lumen gentium, 44), y que aumenten entre las nuevas generaciones el número de quienes reconocen la voz del Espíritu cuando les llama a una vida enteramente consagrada a Dios.

Con estos deseos, os imparto de corazón la Bendición Apostólica, que extiendo complacido a todas las Carmelitas Misioneras Teresianas.



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