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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL NUEVO EMBAJADOR DE IRAK ANTE LA SANTA SEDE*


Lunes 15 de noviembre de 2004

 

Excelencia

Me complace darle una cordial bienvenida al aceptar las cartas que lo acreditan como embajador extraordinario y plenipotenciario de la República de Irak ante la Santa Sede. Le agradezco el amable saludo que me ha transmitido del presidente jeque Ghazi Ajeel Al-Yawar, y expreso de buen grado mis mejores deseos a las autoridades y al pueblo de su país. A través de la presencia del nuncio apostólico he estado muy cerca del querido pueblo de Irak desde el comienzo de este período de conflicto. Quisiera pedirle que le asegure mi constante preocupación por las numerosas víctimas del terrorismo y la violencia. Ruego a Dios para que se les eviten ulteriores sufrimientos y reciban de las organizaciones humanitarias internacionales la ayuda que necesitan.

Su antigua cultura ha sido descrita como la "cuna de la civilización", y ha contado con la presencia de cristianos ya desde el comienzo del cristianismo. En efecto, Irak ha sido un excelente ejemplo de que los seguidores de diferentes religiones pueden vivir en paz y en armonía. Espero ardientemente que, al encaminarse Irak hacia la realización de la democracia, estos signos distintivos de su historia lleguen a ser nuevamente una parte esencial de la sociedad.

Su excelencia ha destacado la importancia de proteger la dignidad de toda persona humana. Para ello, es esencial el papel de la ley como elemento integrante del gobierno. Preservar este principio fundamental es esencial para toda sociedad moderna que busque verdaderamente salvaguardar y promover el bien común. Para realizar esta tarea, la clara distinción entre las esferas civil y religiosa permite a cada una de ellas cumplir eficazmente sus propias responsabilidades, con respeto mutuo y completa libertad de conciencia. Espero que el pueblo iraquí siga conservando su larga tradición de tolerancia, reconociendo siempre el derecho a la libertad de culto y de educación religiosa. Cuando estos derechos fundamentales se vean protegidos por la legislación ordinaria y se conviertan en parte estable del entramado vivo de la sociedad, permitirán a todos los ciudadanos, independientemente de sus creencias o de su afiliación religiosa, contribuir a la construcción de Irak. De este modo, el país puede expresar las convicciones religiosas profundamente arraigadas de todos sus pueblos a través de la creación de una sociedad que sea verdaderamente moral y justa. Puedo asegurar a su excelencia que toda la Iglesia católica, y de modo especial los cristianos caldeos presentes en su país desde el tiempo de los Apóstoles, está comprometida a ayudar a su pueblo en la construcción de una nación más pacífica y estable.

Irak se encuentra actualmente en el difícil proceso de transición de un régimen totalitario a la formación de un Estado democrático, en el que se respete la dignidad de cada persona y todos los ciudadanos gocen de iguales derechos. La auténtica democracia sólo es posible "en un Estado de derecho", y requiere que "se den las condiciones necesarias para la promoción de las personas concretas, mediante la educación y la formación en los verdaderos ideales, así como (...) mediante la creación de estructuras de participación y de corresponsabilidad" (Centesimus annus, 46). Ahora que su pueblo se prepara para elegir libremente a los hombres y mujeres que guiarán a Irak en el futuro, animo al actual gobierno en sus esfuerzos por garantizar que esas elecciones sean justas y transparentes, dando a todos los ciudadanos elegibles igual oportunidad en este derecho democrático que están llamados a ejercer.

Actualmente Irak también está tratando de superar los desafíos planteados por la pobreza, el desempleo y la violencia. Es necesario que su gobierno trabaje incansablemente para resolver las disputas y los conflictos a través del diálogo y la negociación, usando la fuerza militar sólo como último recurso. Por eso, es esencial que el Estado, con la asistencia de la comunidad internacional, promueva el entendimiento mutuo y la tolerancia entre sus diversos grupos étnicos y religiosos. Esto permitirá al pueblo de la región crear un entorno que no sólo se comprometa en favor de la justicia y la paz, sino que también sea capaz de sostener el crecimiento económico y el desarrollo integral necesarios para el bienestar de sus ciudadanos y del país mismo. Los hombres y las mujeres juntos pueden eliminar las causas sociales y culturales de división y conflicto, "enseñando la grandeza y la dignidad de la persona y difundiendo una mayor conciencia de la unidad del género humano" (Mensaje para la Jornada mundial de la paz de 2002, n. 12).

Señor embajador, confío en que su misión fortalecerá los vínculos de entendimiento y cooperación entre la República de Irak y la Santa Sede. Puede estar seguro de que las diversas oficinas de la Curia romana están siempre dispuestas a ayudarle en el cumplimiento de sus altas funciones. Sobre usted y sobre el amado pueblo de Irak invoco cordialmente las abundantes bendiciones de Dios todopoderoso.


*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, n. 48, p.5.

 



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