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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA DE ARMENIA
ROBERT KOCHARIÁN*

Viernes 28 de enero de 2005

 

Señor presidente

1. Con gran alegría lo acojo y le agradezco cordialmente su grata visita, así como las amables palabras que ha querido dirigirme. Su presencia me trae a la memoria nuestro primer encuentro, que tuvo lugar aquí, en el Vaticano, en marzo de 1999, con ocasión de la inauguración de la exposición "Roma  Armenia", y los encuentros que mantuvimos en septiembre de 2001 en Ereván durante mi peregrinación apostólica a Armenia para las celebraciones jubilares del XVII centenario de la conversión del pueblo armenio al cristianismo.

Aprovecho de buen grado esta ocasión para enviar a todo el pueblo armenio un afectuoso saludo, extendiéndolo a los millones de armenios que, aunque están esparcidos en numerosas partes del mundo, permanecen siempre unidos a su cultura y sus tradiciones cristianas.

2. Señor presidente, quiero manifestarle mi sincero aprecio por las buenas relaciones que mantienen la Santa Sede y el Gobierno de su país. Sé que la comunidad católica es bien acogida y respetada, y sus diversas actividades contribuyen al bienestar de toda la nación.

Todos desean vivamente que aumente cada vez más la colaboración entre la Santa Sede y el Gobierno armenio, y, donde las situaciones lo exijan, que se perfeccione eventualmente el estatus de la Iglesia católica.

3. Además, existen relaciones de estima y amistad entre la Iglesia católica y la Iglesia apostólica armenia. Estoy seguro de que este entendimiento, que se ha intensificado gracias a la iniciativa del Catholicós Karekin II, tendrá repercusiones positivas para la convivencia pacífica de todo el pueblo armenio, llamado a afrontar no pocos desafíos sociales y económicos.

Deseo que se establezca una paz verdadera y estable en la región de Nagorno Karabaj, de la que proviene usted, señor presidente. Se podrá lograr si se rechaza con firmeza la violencia y se mantiene un diálogo paciente entre las partes, también gracias a una activa mediación internacional.

4. La Santa Sede, que a lo largo de los siglos no ha dejado de denunciar la violencia y defender los derechos de los débiles, seguirá apoyando todos los esfuerzos encaminados a construir una paz sólida y duradera.

Señor presidente, le aseguro mi oración por su persona, por su familia y por el pueblo armenio, invocando sobre todos las abundantes bendiciones de Dios.


*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, n.5, p.5.



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