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VIAJE APOSTÓLICO A RÍO DE JANEIRO

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
DURANTE LA CEREMONIA DE BIENVENIDA
EN LA BASE
AÉREA DE GALEÃO

Río de Janeiro, jueves 2 de octubre de 1997

   

Señor presidente:

1. Me alegra presentar a su excelencia, en su calidad de jefe y representante supremo de la gran nación brasileña, mi respetuoso saludo. Le agradezco de corazón la amabilidad que ha tenido al darme la bienvenida. Es para mí un honor y un placer encontrarme de nuevo en Brasil, en medio de este pueblo, cuya admirable hospitalidad y contagiosa alegría conozco muy bien.

Os saludo también a vosotros, venerables hermanos en el episcopado. En primer lugar, al señor cardenal arzobispo de San Sebastián de Río de Janeiro y a sus obispos auxiliares, cuya archidiócesis me brinda acogida en el marco del II Encuentro mundial del Sucesor de Pedro con las familias. Saludo, igualmente, al presidente del Consejo pontificio para la familia y a todo el Consejo episcopal latinoamericano, así como a la presidencia de la Conferencia nacional de los obispos de Brasil que, con un gesto de solidaridad fraterna, han venido para colaborar y recoger los frutos de estos días de fraternidad y, con la ayuda de Dios, llevarlos a los países en los que desempeñan su ministerio. Mi saludo afectuoso va también a los miembros representantes de la Pastoral familiar, que han acudido para acogerme con este simpático grupo de niños y jóvenes. En verdad, permitidme que os lo diga: estoy aquí por vosotros, he venido para estar con vosotros, y con vosotros deseo estar.

Saludo con inmenso afecto a los representantes del pueblo brasileño, a los miembros del Gobierno, a las personalidades civiles y militares, y a todos los que se hallan aquí reunidos. Os doy las gracias por haber querido acogerme con tanta amabilidad a mi llegada, en esta peregrinación apostólica, que considero parte de mi ministerio universal. El dinamismo de nuestra fe despierta cada vez más el sentido de fraternidad y colaboración armoniosa, para una convivencia pacífica, con el fin de impulsar y consolidar los esfuerzos en favor de un progreso ordenado, que alcance a todas las familias y a todas las clases sociales, de acuerdo con los principios de la justicia y de la caridad cristianas.

2. Hoy vengo de nuevo a Brasil, para celebrar el II Encuentro mundial de las familias. Agradezco a la Providencia que me haya permitido estar aquí, en este país con dimensiones de continente, que, gracias a las riquezas de su suelo y su subsuelo, y al talento emprendedor de su pueblo, está en la vanguardia entre las mayores potencias del mundo. La tradición cultural y la fe de su gente han marcado la evolución de su historia que, en vísperas del tercer milenio, lleva a esperar en un futuro prometedor. Ciertamente, los desequilibrios sociales, la desigual e injusta distribución de los recursos económicos, que genera conflictos en las ciudades y en las zonas rurales, la necesidad de una amplia difusión de las estructuras sanitarias y culturales básicas, los problemas de la infancia abandonada de las grandes ciudades, por no citar otros, constituyen para sus gobernantes un desafío de proporciones enormes. Espero que los valores del patrimonio cultural y religioso de la nación brasileña sirvan de base para promover decisiones justas en defensa de los valores de la familia y de la patria.

En este contexto, deseo extender también la expresión de mi estima y mi afecto a dos sectores del país. En primer lugar, a los pueblos indígenas descendientes de los primeros habitantes de esta tierra, antes de que llegaran los descubridores y colonizadores. Con su cultura, han contribuido a infundir en la cultura brasileña un profundo sentido de la familia, del respeto a los antepasados, de la intimidad y el afecto hogareño. Merecen toda nuestra atención, para que puedan vivir con dignidad su cultura.
Expreso los mismos sentimientos a la parte afro-brasileña —numerosa y muy significativa— de la población de esta tierra. Por su notable presencia en la historia y en la formación cultural de este país, estos brasileños de origen africano merecen, tienen derecho y pueden, con razón, pedir y esperar el máximo respeto a los rasgos fundamentales de su cultura, para que, con ellos, sigan enriqueciendo la cultura de la nación, en la que están perfectamente integrados como ciudadanos de pleno derecho.

Hermanos y hermanas de Brasil, de América y del mundo entero, invoco sobre todos la abundancia de la gracia divina: que Dios os bendiga y derrame sobre las naciones de todos los continentes paz y prosperidad. Cristo Redentor, que desde la cima del Corcovado abre sus brazos en forma de cruz, ilumine a las familias, a las comunidades eclesiales y a toda la sociedad temporal con la luz que viene de lo alto, y conceda a todos, por intercesión de Nuestra Señora de Guadalupe, patrona de América Latina, todos los bienes que desea su corazón. ¡Muchas gracias!

 



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