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CARTA DE SU SANTIDAD JUAN XXIII
AL CONGRESO EUCARÍSTICO DIOCESANO DE BÉRGAMO

 

Al venerable hermano
Giuseppe Piazzi, Obispo de Bérgamo
y al clero y pueblo de la diócesis.

Queridos hijos:

El anuncio del Congreso Eucarístico Diocesano es para nuestro espíritu un despertar de recuerdos amados y benditos.

Volviendo nuestra mirada al pasado, recordamos el primer Congreso celebrado en Grumello del Monte, en 1914, cuando Mons. Santiago María Radini Tedeschi se encontraba al término de su "curriculum episcopale" y se advertía en su rostro el sufrimiento que minaba su robusta figura.

Fue aquella la ocasión en que sacerdotes distinguidos en las diversas formas del ministerio pastoral se vieron alentados por el Prelado, previsor de tiempos nuevos, para hablar en público fuera del templo y para edificación del pueblo.

Junto al Obispo, animador y guía sabio del Congreso, estaba el venerado Arzobispo de Milán, Cardenal Andrés Carlos Ferrari, de tan querida y emotiva memoria. Su nombre bastaba para proyectar sobre el plano nacional una iniciativa local, y su amable presencia producía tal entusiasmo que movía a las almas hacia las conquistas del apostolado, a la vez que su palabra incitaba a una más pronta y moderna realización de los grandes ideales de la verdad, caridad, profunda piedad, generosa paternidad.

Después del torbellino de la Guerra mundial que todos sufrimos y cuyas consecuencias pudimos medir de cerca en las graves heridas del ámbito doméstico y ciudadano, tocó a Bérgamo el honor de ser escogida para sede del Congreso Eucarístico Nacional. Y Nos tuvimos la suerte de sustituir a un orador impedido en el último momento y desarrollar el tema que asaltó nuestro espíritu y nos procuró algún consuelo: la santísima Eucarística y la Virgen.

En los años que siguieron, de largo servicio a la Santa Sede en Italia y fuera de ella, en los países del próximo Oriente y después en Francia y en Venecia, gozamos estando presentes en los Congresos nacionales celebrados en los Centros más importantes de nuestra diócesis nativa.

¡Ah, los nombres queridos que vienen a la memoria y nos traen casi vivas impresiones inolvidables, gozoso elenco de hombres, de mujeres, de jóvenes, de piadosos sacerdotes, de oscuros pero valerosos apóstoles de la Acción Católica! Recordamos los nombres de Martinengo, Stezzano, Verdello, Urgnano, Gazzaniga, Ardesio, Zogno, Chiuduno, por citar algunos en los que estuvimos presentes personalmente o con la palabra, fervorosas barriadas proclamando todas juntas aquel poema de fe clara, de sencillez y honestidad de costumbres tan característico de nuestra gente.

El Congreso Eucarístico nos parecía entonces, y hoy, la expresión más elocuente de la noble fecundidad de la Iglesia bergamesca. Esto significa que la devoción bien entendida a la Santísima Eucaristía fascina hasta tal punto al alma del cristiano, educado en la escuela de las cosas celestiales, que le mueve al perfecto cumplimiento de los deberes más sagrados y de las obras del bien.

Fue designio de la Providencia que los ojos habituados a estas dulces visiones se hayan abierto después a más vastas contemplaciones, a veces dolorosas, pero siempre confortadas por la seguridad de aquel triunfo espiritual cuya alegría nos asegura Cristo.

De hecho, para alimento del fervor y del celo de nuestras solicitudes por el bien de las almas, deseamos insistir y tornar sobre las razones de esperar y confiar en el futuro, más bien que dejarnos abatir por la presión incesante de los acontecimientos y ambientes persecutorios del nombre cristiano.

Queridos hijos: La realidad actual de Bérgamo, en cuanto nos es dado conocer, conforta nuestro optimismo hasta hacernos creer que nuestra diócesis nativa continuará alegrando el corazón del humilde Papa de hoy y de sus sucesores, en confirmación de aquella vibrante promesa de amor que nos ofrecisteis junto a las sagradas reliquias de los apóstoles Pedro y Pablo en la Basílica Vaticana el 8 de diciembre de 1958, fecha y circunstancia cuya dulzura conservamos en nuestro espíritu.

Bérgamo nos hace pensar en todas las diócesis de la Italia católica, en augurios para su pueblo y para consuelo del progresivo madurar de sus aspiraciones, incluso en orden al bienestar temporal, por aquella su fidelidad a los valores del espíritu que son la gran riqueza y la garantía del perfecto cumplimiento de la vocación a que el Señor lo condujo.

Todo esto impone ciertamente a los pastores de almas solicitudes y atenciones que alientan el fervor alcanzado en el incremento de las virtudes domésticas y en la vitalidad social dé la Iglesia cuya sensibilidad abarca a todas las fibras de la especie humana.

Otro motivo de nuestra complacencia es la comprobación de los centenares y centenares de hijos e hijas de Bérganio que ejercitan el apostolado misionero en grandes porciones del mundo.

Aquel gesto de la consagración, que tuvimos la alegría de realizar el 8 de mayo en San Pedro, de obispos provenientes de todos los puntos de la tierra fue como el signo de la común alegría por la madurez alcanzada por parte de las jóvenes Iglesias de los países misioneros. En la vibración de la voz y del corazón estuvo la expresión de nuestra gratitud a los Dicasterios Romanos, a las Familias Religiosas y a las Diócesis de antigua tradición católica que favorecieron la madurez de los tiempos. Que la tierra bergamesca pueda siempre tener un puesto de honor prodigando la presencia de sus hijos en esta representación del apostolado conquistador.

Prosiguiendo esta piadosa conversación con vuestras almas, queridos hijos, permitidnos decir que en los días del Congreso Eucarístico, Nos veremos el modo de buscaros y entretenernos paternalmente con vosotros, reunidos en las diversas iglesias que embellecen nuestra ciudad, desde las amplias y magníficas, como la catedral de San Alejandro y Basílica de Santa María la Mayor —fúlgidas coronas de nuestro "mons Sanctus et collis praeclarus"— hasta las otras igualmente espléndidas y devotas distribuidas sobre las pendientes y en el centro urbano y populoso de la actividad y del trabajo.

Veinticinco años de vida vivida en nuestra tierra natal hacen bien queridos y edificantes los recuerdos religiosos que allí se conectan y proporcionan motivos para bendecir al Señor.

Ciertamente este encuentro de clero y de pueblo en torno al propio, dignísimo y venerado pastor, quiere ser motivo de gran consuelo para toda la grey cristiana mansa y fiel, y a la vez ala robusta de purísima y penetrante elevación espiritual. A esta elevación, construida con plegarias de adoración ante el misterio eucarístico, se unirá el estudio de un tema doctrinal como recuerdo de las graves responsabilidades de la vida cristiana en las condiciones presentes.

Todos los mandamientos del Señor son sagrados y categóricos. Sagrados por la autoridad suprema de Dios que los impone, categóricos por las sanciones que siguen a su violación.

Pues bien, el tercer mandamiento: "diem Domini sanctifices", santificarás el día del Señor, constituye el tema de este vuestro Congreso Eucarístico. Tendréis ocasión de oírlo repetir y de estudiarlo bajo sus múltiples aspectos, y de medir la gravedad de las obligaciones que entraña en la vida de todo cristiano y particularmente de los responsables y legisladores del ordenamiento laboral.

La mayor amargura es tener que constatar el silencio casi general que a veces envuelve algunos ambientes y hace olvidar este precepto como si ya estuviese sobrepasado. Los antiguos y más fervorosos intérpretes del pensamiento bíblico llegaron al punto de presentar la narración de la creación en forma tan vivaz y parlante, precisamente para celebrar el significado del descanso del Señor e invitar a todos los hijos del hombre a imitarlo, como expresión del descanso, de la alegría y de la serenidad interior y como anuncio del gozo eterno. En cambio el espíritu mundano de nuestros tiempos, fatigado y distraído por la vanidad engañosa de las notables seducciones circunstantes, realiza una invitación a la insensibilidad sobre las relaciones con Dios Creador y con Jesús Redentor vivificador del género humano. ¡Ah, el fervor y triunfo en la fiesta cristiana de nuestras antiguas parroquias donde el domingo era verdaderamente, en perfecta y pacífica alegría, el dies Domini, y el templum Domini. Sí, día del Señor y del templo de Dios; día de recogimiento, de oración, de instrucción religiosa y de obras pías inspiradas por la asistencia a la misa que es el centro vivificador del culto y de la práctica cristiana de la vida.

Dios haga que de las generaciones de los ancianos se levanten una vez más las de los jóvenes portadores en triunfo del pacto antiguo de la fidelidad de Bérgamo a Cristo, Señor de los siglos y de los pueblos.

Este Congreso Eucarístico sea, pues, una voz como de muchedumbre prosternada en alabanza del Sacramento que conduce al católico a la intimidad más misteriosa y sorprendente con el divino Maestro, y que de Bérgamo se dilate hasta los más amplios horizontes el voto, el propósito de santificar el domingo y las fiestas cristianas según el mandamiento antiguo.

Queridos hijos: Si además de lo acostumbrado en las ordinarias comunicaciones encaminadas al aumento del fervor del pueblo, advertís vosotros en estas nuestras palabras una cierta sobreabundancia de sentimiento, sabed leernos en el corazón las razones más sagradas e íntimas que la naturaleza y la gracia consienten a la familiaridad de nuestro afecto en el Señor.

En esta solemne circunstancia de vuestro Congreso Eucarístico, que quiere ser una gran conmemoración de mansedumbre, de paz y de renovado fervor del buen apostolado, queremos saludaros con las palabras de San Pedro, primer Obispo de Roma y primer Papa de la Iglesia universal: "Fratres, praes cientes custodite, ne insipientium errore excidatis a propria firmitate. Crescite vero in gratia et in cognitione Domini nostri Iesu Christi. Ipsi gloria: et nunc et in diem aeternitatis. Amen". Vosotros, pues, hermanos, instruidos oportunamente, permaneced en guardia a fin de que no seáis desviados de vuestra firmeza por el error de los necios. Antes al contrario, creced en la gracia y en el conocimiento de Nuestro Señor y Salvador Jesucristo. A El la gloria ahora y en el día de la eternidad. Así sea. (2 Petr. 3, 17-18.)

Como San Pedro, y en su nombre, a todos alentamos y bendecimos.

En el Palacio Apostólico de Castelgandolfo, 8 da septiembre de 1960, Fiesta de la Natividad de María Santísima.

IOANNES PP. XXIII



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