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DISCURSO DEL PAPA JUAN XXIII
A LOS
TRANVIARIOS DE ROMA*

Plaza de San Pedro
Jueves 31 de diciembre de 1959

 

Vuestra invitación al Papa, queridos hijos, para que repita por última vez, al terminar el año 1959, la Bendición Apostólica desde este balcón pone una nota simpática y significativa a tantas y tantas bendiciones otorgadas durante el año.

Vosotros, tranviarios de Roma, Nos sois muy queridos. Y os diremos en confianza que, al dirigir la mirada desde las ventanas de nuestra casa, solemos ver con frecuencia a los tranvías y autobuses que salen o pasan por San Pedro y llegan a esta colina vaticana, y pensamos en vosotros, que realizáis un servicio tan útil, no sólo para los habitantes de la Urbe, sino también para los peregrinos y visitantes, y de nuestro corazón brota un sentimiento de respeto y de gratitud. Nos complacemos en añadir que, al salir alguna vez del Vaticano, hemos tenido la oportunidad de veros, mientras que vosotros, agitando la gorra y las manos, saludabais al Papa con una viveza muy romana. Y por este sentimiento filial deseamos expresaros nuestra gratitud.

¡Queridos hijos! En las inevitables dificultades de la vida, en las amarguras a veces, pensad que cumplís una tarea muy hermosa y necesaria, que todos saben apreciar en su justo valor, ya que se inserta en la vastísima actividad de todo el cuerpo social. Generalmente los forasteros reciben de vosotros la primera impresión de la ciudad y del pueblo romano. Por tanto, ojalá sepáis, viejos y jóvenes, honrar y mantener muy alto el prestigio de vuestra profesión y dar la feliz impresión de que todo lo que facilita los contactos y une a las personas entra en el surco de esa civilización que de Cristo toma fundamento y nombre.

De todo corazón correspondemos a vuestros gratos votos de fin de año y de feliz Año Nuevo y os aseguramos que tendremos para vosotros un recuerdo muy especial en la Misa de mañana.

¡Queridos hijos! Mientras en buena y alegre compañía llegabais a esta plaza de San Pedro, pensábamos en todo lo que las notas musicales de vuestra banda despiertan en el ánimo de los intrépidos jóvenes y de los hombres de bien de familias honradas: los ancianos padres, los niños, sobre todo los niños, y también alguna pena oculta y algún deseo insatisfecho.

¡Queridos hijos! Estas consideraciones nos conmueven por el hecho de que venís de la Iglesia de Jesús. Este nombre es la piedra angular de los siglos y la luz de los pueblos; es el primer nombre que pronunciaremos mañana y será el Nombre de esperanza y seguridad en la última hora de nuestra vida.

Estos son, pues, los hermosos y esperanzadores votos que os expresamos con las palabras de San Bernardo: «Jesús, dulzura para los labios, melodía para el oído y júbilo para el corazón» (Sermo S. Bernardi Abb.-S. 15 super Cant. circa med.).

Que así sea esta tarde; así también mañana, durante el nuevo año y siempre.


* Discorsi, messaggi, colloqui, vol. II, págs. 101-102.



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