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DISCURSO DE SU SANTIDAD JUAN XXIII
AL V CONGRESO DE LA ASOCIACIÓN INTERNACIONAL
DE LA JUVENTUD INADAPTADA
*

Lunes 20 de junio de 1960

 

Nos complace sobremanera acoger en nuestra casa a los participantes en el V Congreso de la Asociación internacional de educadores de los jóvenes inadaptados, y desear a todos la bienvenida, ante todo a su Presidente, a los representantes de los países miembros de la Asociación y a los expertos de otros países que se han unido a ellos, entre los que se encuentra, como sabemos, un observador de la Santa Sede.

Con este Congreso habéis querido llamar la atención de la opinión pública sobre el problema de la juventud inadaptada y de sus educadores, a los que habéis dedicado vuestro primer informe. Y vuestros trabajos sobre la higiene mental de los educadores de los jóvenes inadaptados son una aportación original y positiva al esfuerzo de le Organización Mundial de la Salud (O. M. S.), que ha querido hacer de 1960 un Año mundial de la salud mental.

¿Cómo no se va alegrar de esos trabajos el Padre Común? Ya el Papa Pío XII, de feliz memoria, destacó con satisfacción ante los miembros de la segunda Asamblea de la O. M. S. la vasta y profunda significación que querían dar a la expresión "la salud". Y añadió: "La Iglesia lejos de considerar la salud como un objeto de orden exclusivamente biológico, siempre ha señalado la importancia de las fuerzas religiosas y morales, para mantenerla, y siempre la ha admitido entre las condiciones de la dignidad y del bien total de la humanidad, de su bienestar corporal y espiritual, temporal y eterno" (Pío XII, Discursos y Radiomensajes, T. XI, págs. 135-136, 27 de junio de 1949).

Por esto también os manifestamos de buena gana el interés que concedemos a vuestros trabajos sobre la higiene mental de los jóvenes inadaptados. Cuando hace poco recibimos aquí mismo a los participantes en la primera Conferencia internacional de la Unión mundial de organismos para protección de la infancia y adolescencia, señalábamos que la reeducación de "los niños y adolescentes, a quienes se suele llamar, a falta de una expresión más apropiada, "la infancia y adolescencia inadaptadas, es una inmensa y urgente tarea" (AAS. LII, 1960, pág. 396, Discurso del 24 de abril de 1960). No hay duda de que los trabajos e intercambios de este Congreso os ayudarán a realizarlo.

Habéis querido estudiar en él la cuestión de la higiene mental de los educadores de niños inadaptados. Efectivamente, vuestra especial situación exige de vosotros gran reserva de energía capaz de resistir al desgaste inevitable de un ambiente en desequilibrio. Esta tarea, difícil entre todas, supone, para que se vea coronada por el éxito, un gran dominio de sí mismo, un profundo equilibrio de la personalidad capaces de superar las inevitables desilusiones, los fracasos seguros y las reacciones inconstantes y difícilmente previsibles de los niños con traumas, privados de verdadero afecto y tan vulnerables psicológicamente. Para ello se requiere un respeto afectuoso, una discreción constante y una simpatía vigilante que exigen del educador un constante renunciamiento.

Sin duda, los educadores formados con métodos apropiados y empleando técnicas eficaces pueden lograr resultados ciertos. Una seria preparación para ejercer la misión educadora, la enseñanza recibida teórica, práctica y clínica a la vez, la adquisición de nociones pedagógicas, sociológicas, biológicas, jurídicas y morales, el empleo prudente de una educación corporal, iniciación artística y actividades de expresión bien dirigidas, son otros tantos medios indispensables. Pero ¿quién podría negar que en este campo la misma personalidad del educador es el factor primordial del éxito? Un sólido equilibrio afectivo e intelectual unido a una formación científica adecuada son cualidades exigidas a todo educador. Si a esto añade, además, la preocupación por perfeccionarse constantemente y una disponibilidad total al servicio del niño, su trabajo será provechoso. Pero ¿quién no ve la necesidad, que tiene, de una seria formación moral que le ayude a desarrollar una actividad profesional difícil en una vida personal de calidad, integrada armoniosamente en la de los otros adultos comprometidos con él en equipo en el mismo trabajo.

¿Quién no ve asimismo que el educador no podría, en definitiva, llevar a cabo esta delicada obra sin una conexión constante con los valores "religiosos, tan indispensables para asegurar la eficacia del trabajo de readaptación de los niños y adolescentes y conseguir excelentes resultados de una educación que se preocupa por el pleno desarrollo del niño y del adolescente que más se benefician de ella?" (AAS. ibid., Discurso del 24 de abril de 1960).

No dejaréis de comprobarlo al visitar en Roma y alrededores varias casas religiosas que se ocupan con tanto celo y competencia de la educación de la juventud inadaptada. Estaréis en condiciones de apreciar sus realizaciones y pensaréis que quienes se consagran a esta obra siguen fielmente las enseñanzas del Señor Jesús que dijo a sus discípulos: "Mirad que no despreciéis a uno de estos pequeños, porque en verdad os digo que sus ángeles ven de continuo en el cielo la faz de mi Padre, que está en los cielos" (Mat 18, 10).

En todo caso, ojalá que estas diferentes visitas y encuentros contribuyan a hacer provechosos y agradables los trabajos de este Congreso sobre el cual invocamos de todo corazón, así como sobre vuestras personas y los jóvenes inadaptados que os están confiados, la abundancia de las mejores gracias divinas, en prenda de las cuales os impartimos una copiosa Bendición Apostólica.


* AAS 52 (1960) 530-532; Discorsi, messaggi, colloqui, vol. II, págs. 421-424.

 

 



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