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DISCURSO DE SU SANTIDAD JUAN XXIII
AL SACRO COLEGIO CARDENALICIO
*

Sábado 24 de diciembre de 1960

 

Señor Cardenal:

Con emoción y satisfacción hemos escuchado las medidas palabras con que se ha hecho intérprete de los sentimientos y de los votos que están en el corazón de nuestros venerables hermanos y queridos hijos del Sacro Colegio, aquí personalmente presentes, o unidos en espíritu desde las sedes, incluso más lejanas, de su actividad pastoral.

Ha abierto usted su corazón a la efusión del afecto recíproco y ha dado a la reunión de hoy un tono de nobleza y distinción. Le estarnos reconocidos.

Las circunstancias de una atención, que se hace cada vez más vasta y respetuosa a la voz de la Iglesia, y las exigencias de la oportuna difusión de la palabra del Papa, aconsejaron anticipar a la tarde del 22 de diciembre el Radiomensaje navideño.

Al tradicional y solemne encuentro del Padre con los hijos de todo el mundo ha venido a faltar en cierto modo la majestad de aquella aula del Consistorio y la presencia tan querida del Sagrado Colegio y de la Prelatura Romana; pero ha tenido el ornato del escenario incomparable de la plaza de San Pedro, usufructuando las nuevas técnicas televisivas que han permitido encuadrar la columnata berniniana y la basílica, iluminadas en la noche como símbolo de aquella Luz que brilla en las tinieblas.

Los ecos suscitados por nuestra sencilla palabra alegran ya nuestra Navidad y tiemblan la tristeza por aquello que siempre punza el espíritu de todo buen sacerdote de Cristo ante los sufrimientos morales, las tribulaciones materiales y las frecuentes desventuras de que tantos y tantos hermanos e hijos nuestros fueron y son víctimas, especialmente en los finales de año que corre a su término.

En esta vigilia de Navidad que renueva las más íntimas y suaves emociones del espíritu, el intercambio de augurios navideños entre nosotros es ante todo plegaria al Señor de viva acción de gracias por los beneficios con que ha querido acompañar la ininterrumpida irradiación de su misericordia sobre la Iglesia universal y sobre Nos que representamos a los hermanos esparcidos en todo el mundo.

Este "gracias" devotísimo y vibrante se convierte inmediatamente después, por nuestra parte, en propósitos de buen trabajo, en alegría del alma, dirigida siempre, como nos place repetir tanto, a procurar la gloria del nombre, del reino, de la voluntad del Padre celestial.

La expresión familiar del sentimiento augural que nos congrega es grato acogerla este año tomando pie del salmo 84 que tan hermosas palabras contiene: "veritas de terra orta est" (Ps., 84, 12), en testimonio de la verdad según lo que expusimos en nuestro mensaje navideño de anteayer al mundo entero.

Aplicamos este versículo bíblico, el 14 de diciembre pasado, a un grupo de misioneros que partían para África. Aquel día nos emocionamos al percibir en nuestros ojos la mirada ansiosa de aquellos queridos hijos e hijas de la Iglesia dispuestos a dar testimonio de entrega y de sacrificio.

Queremos ahora repetir las arcanas palabras del salmista para los aquí presentes: Papa, Cardenales, Obispos y clero de la Urbe, todos seriamente comprometidos en el triunfo de la verdad, en su irradiación, en el servicio humilde y preciso de la Iglesia.

Vivimos en una hora importante. Nos acercamos al momento del más alto testimonio, de la verdadera y personal preparación nuestra para el Concilio Ecuménico. Este quiere ser una respuesta individual y colectiva al Hijo de Dios hecho Hombre para que los hombres vuelvan a ser hijos de Dios.

He aquí, pues, las palabras del salmo 84 que dan nueva luz a este esfuerzo común de correspondencia a lo que el Señor espera de cada uno de nosotros.

"Veritas de terra orta est": La verdad, o sea la fidelidad a Dios, a su religión y a los sagrados deberes de cada sacerdote y de todos los fieles, brota de la tierra, debe brotar de la voluntad de los hombres.

Este es el ansioso anhelo nuestro cotidiano, el motivo dominante de nuestras conversaciones íntimas y públicas: que nuestros hijos, en el culto más continuo a la verdad, hagan honor a su nombre y a su vocación sobrenatural.

En esta competición es muy justo que se distinga el sacerdocio, santo y santificador, en todos sus grados, y junto a los sacerdotes, "sal de la tierra y luz del mundo" (Mat., 5, 13-14), todas las almas consagradas al ideal de perfección y de sacrificio de que se nutre y se adorna la Iglesia de Dios; por último, todos los fieles, desde los representantes de las más altas autoridades a los más humildes y desconocidos creyentes, concordemente empeñados en honrar a la Iglesia que a todos hermana en la sangre de Cristo; generosos en la práctica dula virtud en el respeto a la verdad.

Precisamente en este mes de diciembre nuestra atención se fijó en la evocación centenaria de la fundación del Prado de Lyón —10 de diciembre de 1860—, institución de obras de apostolado ya difundidas no sólo por Francia, sino también por otros países. La primera chispa que encendió tan gran fervor de humilde, pero eficacísimo ministerio sacerdotal, brotó del corazón de su fundador padre Antonio Chevrier, postrado en elevada meditación en el día de Navidad de 1856 ante el pesebre de Belén. Meditando aquél el texto de San Juan: "Et Verbum caro factum est et habitavit in nobis" (Io., 1, 14), y comprobando el abandono, la frialdad y la soledad en que se había dejado a Cristo, se sintió impulsado a seguir de cerca a Nuestro Señor para hacerse más capaz de trabajar eficazmente por la salvación de las almas. Pidió consejo a varias personas y particularmente al cura de Ars, y se aprestó a la noble empresa que el Señor bendijo, hasta traer a algunos de sus recientes cooperadores hasta aquí, en la periferia de nuestra diócesis de Roma.

Las expresiones del Libro Sagrado se completan después y armonizan entre sí.

Al "veritas de terra orta est" se añade: "Et iustitia de caelo prospexit". Es la respuesta del cielo a la tierra, y el texto del salmo 84 se alarga y se embellece como cantando la alegría de las divinas promesas, cumplidas sobreabundantemente:. "Etenim Dominus dabit benignitatem, et terra nostra dabit fructum suum" (Ibíd., 13).

En torno a la verdad, ¡qué magnífica correlación de palabras y de riquezas, de bienes terrenos y sobrenaturales! Cielo y tierra se encuentran en un abrazo de paz. Realmente, "iustitia et pax osculatae sunt" (Ps., 84, 11); a la gran obra de salvación, iniciada con la encarnación del Verbo y confiada por los siglos a la Iglesia, cooperan el cielo y la tierra, Dios y los hombres de buena voluntad que responden a las llamadas de lo alto.

Esta es nuestra preocupación diaria, la "instantia cotidiana" (2 Cor., 11, 28) de nuestro corazón.

Al nacer cada jornada, nuestra plegaria quiere agrupar a la inmensa familia de los creyentes y casi seguirles con la luz del día para llegar a cada uno de ellos, en particular a nuestros hermanos en el Episcopado, a los sacerdotes y religiosos, a los misioneros, a quienes tienen más graves responsabilidades en la vida familiar y social, a fin de que la gracia del Señor esté con cada uno, lo sostenga en el buen trabajo, le conforte en las horas de soledad y de prueba, le infunda esperanza y alegría, le llame a un continuo propósito de ser mejor; a fin de que, cada uno en su puesto, pueda reportar los frutos de verdad y de paz que el Señor espera de él.

"Veritas de terra orta est et iustitia de caelo prospexit". Este, nuestro deseo, éste, nuestro gozo, que bien cuadra con el misterio que nos aprestamos a celebrar en la espera del inminente gozo de Navidad: "Cras egrediemini. et Dominus erit vobiscum" (Resp. in primis Vesp. Nativ. Dom).

Como anticipo y prenda de esta íntima alegría que brota de la certeza de que el Señor está con nosotros y de la conciencia de haber hecho cuanto Él espera, os dejamos, venerables hermanos y queridos hijos, nuestra amplia y propiciatoria Bendición Apostólica que os acompañe durante el nuevo año de trabajos y de 'esfuerzos para la gloria de Dios y la afirmación Pacífica de su Iglesia santa.

 


* AAS 53 (1961) 37-41;  Discorsi, messaggi, colloqui, vol. III, págs. 95-99.

 

 


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