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PALABRAS DEL SANTO PADRE JUAN XXIII
A LOS VENCEDORES DEL CONCURSO CATEQUÍSTICO «VERITAS»
*

Domingo 16 de septiembre de 1962

 

Una palabra para vosotros, queridos jóvenes del Concurso «Veritas». Vuestra presencia da un tona especial a esta audiencia, como sucede en los encuentros semanales del Papa con los fieles, que se caracterizan por el gran número de grupos juveniles, que se hacen escuchar y levantan vibraciones de entusiasmo en toda la asamblea.

Queréis honrar la palabra “veritas”, que aquí os ha reunido bajo forma de concurso catequístico, con el sagrado empeño de poner como fundamento de vuestra vida y de vuestra actividad el estudio y la práctica de la doctrina cristiana, conociéndola y haciéndola conocer y amar.

El año pasado os recibimos en Castelgandolfo, una semana después de nuestro Radiomensaje al mundo, en el que invocábamos y pedíamos la paz. Este año, de nuevo aquí, a pocos días del Radiomensaje, que lleva este titulo bien significativo: “Ecclesia Christi lumen gentium”, para abrir las puertas del Concilio y encender todas las lámparas para la gran festividad que será un encuentro de almas selectas, todas al servicio de la verdad, del apostolado y de la paz universal. Los ecos que llegan aquí de todas las partes del mundo nos llenan de alegría. Y nos place, una vez más, rendir homenaje a la exquisita sensibilidad del testimonio que nos han ofrecido innumerables hombres, aun no católicos, de todos los pueblos, edades, culturas y educación diversas. Decimos más. Sobre esta maravillosa unanimidad, se elevan las voces de los jóvenes, que alimentan particular interés por los problemas del espíritu, por los problemas humanos a los que se quiere dar una solución con amplias concesiones, plenamente conscientes de las exigencias del hombre, que lleva dentro de sí ansias inmensas, y es incansable en la búsqueda de la verdad, que es la única que puede liberarlo y elevarlo.

El esfuerzo de perfeccionamiento, no solamente organizativo y técnico, sino también espiritual, que se está realizando en todas partes, en todos los sectores de la vida económica y política, cultural, deportiva y recreativa, permite un concepto más optimista, de los jóvenes, que en el pasado.

Durante los cuatro años de servicio pontificio los encuentros con los jóvenes de las nuevas naciones de África y de Asia que, ricas en antiguas tradiciones y que han pasado por períodos arduos de su historia, se presentan ahora con gran dignidad al consejo de los pueblos. Nos han permitido adquirir una válida y confirmadora experiencia, por la que todos los días bendecimos llenos de emoción a Dios.

No faltan nubes en el horizonte, ni nunca faltarán, pero la tierra produce hoy sus frutos con mayor abundancia que ayer; y los hijos del hombre, aun muchos a los que no se les ha enseñado, dirigen su mirada, ahora más pura, al Padre que está en los cielos,

No os apartéis, queridos jóvenes, de la visión justamente optimista que debe guiar vuestros pasos. Sed hombres pacíficos (cf. Mt 5, 9), sed portadores de paz, sedlo todo. Por esto no os entretengáis en amargas e injustas polémicas, de preconcebida y definitiva aversión, catalogando rígidamente los hombres y los acontecimientos. Estad siempre disponibles para los grandes designios de la Providencia.

Esto y no otra cosa quiere hacer la Iglesia con su Concilio. Como en las épocas heroicas de su historia, sabe conservar también en su corazón legítimas demostraciones, y sufrir en silencio penas desoladoras.

La Iglesia quiere convencer a los hombres y a las gentes para que imiten su lenguaje, que no encierra insidia alguna; para que imiten su servicio, que no excluye a ningún hombre, ni a ningún pueblo; para que imiten, finalmente, su sabiduría y paciencia, que son de muchos años y de muchos siglos.

Queridos jóvenes: El catecismo es el libro que habéis aprendido a tener en las manos y en el corazón. Hoy lo estudiáis y contempláis las verdades que contiene, y practicáis las virtudes que enseña. El catecismo es una de las riquezas de la Iglesia, de la familia, de la nación. Riqueza incomparable e insustituible, sacada del Libro Divino del Antiguo y del Nuevo Testamento y de las enseñanzas vivas de la Iglesia,

Esforzaos en no olvidarlo jamás, y al crecer en edad, al paso que asumís las responsabilidades de tal familia, del trabajo y de los deberes sociales y civiles, procurad tenerlo como la lámpara que ilumine el camino a recorrer.

La luz es símbolo y realidad. Nos, de todo corazón, auguramos que cada uno de vosotros, a su vez, será luz de su casa y de sus propios allegados, por el testimonio que está llamado a dar de integridad de vida cristiana a la sociedad.

Con paternal benevolencia hacemos descender sobre vosotros, sobre vuestras escuelas, sobre vuestros estudios, la Bendición Apostólica, propiciadora de gracias celestiales y las más dulces consolaciones de la vida. Así sea.

 


*  Discorsi-Messaggi-Colloqui del Santo Padre Giovanni XXIII, vol. IV, pp. 531-533.

 

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