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PABLO VI

ÁNGELUS

Domingo 5 de febrero de 1978

 

Acostumbrados como estamos a celebrar los aniversarios de acontecimientos históricos, recordaremos que esta semana y concretamente el 7 de febrero, se cumplen los cien años de la muerte de nuestro venerado predecesor el Papa Pío IX, Giovanni Mastai Ferretti; murió a la edad de ochenta y cinco años y medio y, como es sabido, está sepultado en San Lorenzo al Verano. Es el Papa que ha tenido el pontificado más largo desde los orígenes hasta hoy: duró desde 1846 a 1878; a partir de 1870 dejó de ejercer el poder temporal sobre Roma y una porción pequeña, que aún le quedaba, de territorio italiano adyacente. La historia es conocida: hubo que esperar hasta 1929 la reconciliación entre la Santa Sede e Italia; y no se volvió a hablar ya más de poder temporal a excepción del pequeño trozo de la Ciudad del Vaticano, cual signo de la independencia de la Sede Apostólica.

Pero el tiempo del pontificado de Pío IX estuvo de tal manera atormentado por los acontecimientos y fue tan memorable para la Iglesia que su figura, "blanco de contradicción" (Lc 2, 34), aún no ha entrado en la historia pasada de forma que hayan llegado a calmarse las discusiones que le conciernen. De todos modos, nosotros le debemos afecto y reverencia por el recuerdo de su bondad paternal; por el honor que rindió a la Virgen con la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción; por el ejemplo y el impulso de piedad religiosa dados a la Iglesia; porque reforzó la cohesión eclesial, sobre todo con la celebración del Concilio Vaticano I que quedó sin terminar, pero que fue luego completado con el Concilio Vaticano II; y también (podemos añadir) por haber reforzado la convicción de que la misión de la Iglesia es independiente de la misión del poder civil; así como por la renovación de la actividad misionera y del apostolado pastoral.

Con Pío IX se canceló definitivamente una larga y complicada situación histórica de la Iglesia y de la vida del pueblo cristiano, y ello no sin penosas dificultades. Pero brotó enseguida una vitalidad nueva, derivada de la fidelidad a la doctrina y al espíritu religioso propio de las raíces internas de la Iglesia. Debemos hacer nuestra esta herencia, sentir su vigor inexhausto y celebrar su eficacia tradicional con efusión espiritual y apostólica cada vez mayores. Sabemos que tenemos reservada una ceremonia conmemorativa especial, pero ha sido trasladada al mes próximo.

Abrigamos la confianza de que el "Papa de la Inmaculada" nos obtendrá asistencia especial de la Reina de los cielos.

 

 



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