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PABLO VI

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 6 de noviembre de 1963

 

Queridos hijos e hijas:

Vuestra visita nos es muy grata, como fieles, a los que no sólo recibimos gustoso, sino que los admitimos a participar en los sentimientos y pensamientos que ocupan nuestro ánimo en estos días, y que tienen dos fuentes principales, que también vosotros conocéis muy bien: el Concilio Ecuménico y la celebración del IV Centenario de la institución de los Seminarios. Comprendéis el interés que tienen para Nos estos temas de tan gran importancia: llenan nuestro espíritu de preocupaciones, de esperanzas, de oraciones; son aspectos fundamentales de la vida de la Iglesia.

Esta es la consideración que hace llegar a nuestros labios una pregunta paternal: ¿Son éstos también vuestros pensamientos? ¿Al venir a Roma y visitar al Papa no brota en vuestro ánimo la idea de que también vosotros, de alguna forma, os tenéis que interesar en los grandes problemas de la Iglesia?

Quisiéramos que esta audiencia os recordara este deber a cada uno de vosotros: también yo debo interesarme en la vida de la Iglesia; también yo debo saber cuáles son los problemas que le preocupan, sus necesidades, sus dificultades, sus sufrimientos y sus consuelos.

Hay muchos católicos que viven en la Iglesia sin pensar siquiera en su pertenencia a la Iglesia misma, al Cuerpo Místico de Cristo, sin pensar que ellos deberían sentir en sí mismos los dolores y las alegrías de la Iglesia. San Pablo dice: “Nosotros formamos un solo cuerpo y todos estamos animados por un solo espíritu..., si un miembro sufre, todos los demás miembros sufren con él, y si goza un miembro, todos los demás miembros gozan con él” (1Cor 12, 13-26).

Si el Concilio, entre otros resultados positivos, consigue también acrecentar la conciencia eclesial de los católicos, habrá obtenido uno de sus mejores frutos. Y este fruto, hijos carísimos, debe madurar en todos los fieles; por tanto, en cada uno de vosotros, que al venir a Roma y escuchar la voz del Papa escucháis estas exhortaciones: ninguno debe ser extraño a la vida de la Iglesia. Todo cristiano puede y debe tener conocimiento de sus grandes problemas. Todos deben saber que el Señor los ha llamado para tener un puesto en la Iglesia, cada uno debe responder a su vacación, todos deben sentirse en comunión con la grande y universal familia de Cristo. Es preciso que nuestra formación católica ensanche en torno nuestro los horizontes: hemos de ver la escena del mundo como el campo de Dios, donde nosotros también tenemos que trabajar.

El conocimiento de los problemas de la Iglesia y la oración por su feliz solución, dará amplitud y merito a vuestra vida espiritual, y es lo que Nos deseamos para vosotros, como recuerdo y fruto de esta audiencia, impartiéndoos a cada uno de vosotros nuestra bendición apostólica.

 



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