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RADIOMENSAJE DE SU SANTIDAD PABLO VI
A PORTUGAL EN EL PRIMER CENTENARIO DEL SANTUARIO MARIANO DE SAMEIRO


Domingo 7 de junio de 1964

 

Amados hijos e hijas de Portugal:

Portugal, hijo bien amado de la Iglesia católica, dio testimonio de su fe desde los albores de su existencia. Ya en la cuna de Guimarães se propuso el ideal de la expansión del catolicismo, juntamente con la dilatación de su Reino.

Cristo y la Virgen Santísima le apasionaron de celo apostólico; grabó en sus banderas cinco «quinas» (cada uno de los cinco escudos de las armas de Portugal) como símbolo de las cinco llagas de Jesús; consagrose desde su infancia a Nuestra Señora, y, ofreciéndole sus hijos y su territorio, se llamará «Tierra de Santa María». Creció y, lleno de «cristianos atrevimientos» (Lus. 7, 14), surcó «mares nunca antes navegados» (ídem, 1, 1) para la fe y dilatar el Reino.

Caminó firme en su fe a través de los siglos, superando vendavales de la Historia que abatieron tantos corazones que después se separaron de la Iglesia católica. Esta gracia de preservación —merecida por su amor a Cristo y devoción a la Virgen— fue comprobada después por nuestro antecesor Benedicto XIV, que concedió a Portugal, con breve apostólico (23 diciembre 1748) el título de «Fidelísimo» en la persona de sus reyes (cfr. Bullarium Romanum, Venetiis, tip. Gatti, 1778, t. III, p. 1).

He aquí a Portugal dando testimonio una vez más de su amor a la Virgen Santísima, en el momento en que era exaltada en una de sus prerrogativas más bellas: su Inmaculada Concepción. Ella era y es la Patrona de Portugal. Por eso la «Casa Lusitana (Lus., 7, 14), juntamente con los católicos del mundo entero, exultó de júbilo al ser definido el dogma de la Inmaculada. Y tan grande fue su alegría que quiso concretarla en la edificación de un monumento nacional para recordar a los venideros aquel momento histórico mariano. Para la realización de esta obra, que tuvo como principal promotor al padre Martinho, fue escogida la montaña de Sameiro, elevada por encima de la Ciudad de los Arzobispos, entre vosotros conocida como la Roma Portuguesa, dominando de otro lado la linda región de Guimarães, donde nació Portugal.

La archidiócesis de Braga, de gloriosas tradiciones cristianas, conserva bien profunda en el alma de sus fieles la devoción a Nuestra Señora. En el mismo rito bracarense, en virar en toda la archidiócesis, el culto mariano tiene lugar preeminente.

Hoy concluís, amados hijos e hijas, de un modo tan solemne, en presencia de todo el Episcopado, la celebración del Primer Centenario del Santuario de Sameiro, precedida por una Semana de Estudios Mariano que se celebrará en la ciudad de Braga. ¡Cuán consolador es para Nos recordar que nuestro antecesor Pío IX, de venerable memoria, después de enriquecer ese templo de indulgencias (cfr. Sec. Brev. 1870, Indulg. Perp., 18 feb. 1870), bendijo él mismo la imagen de Nuestra Señora que tenéis ahí ante vosotros! Quisimos también Nos participar en el jubileo que en este momento os inunda el alma, manifestando vuestro amor a la Santísima Virgen en el homenaje que le estáis rindiendo. «Cantate Domino, benedicte nomini eius... Adnuntiate inter gentes gloriam eius: Cantad al Señor, bendecid su nombre... Anunciad entre los pueblos su gloria» (Ps 95, 2-3).

Ahí, en el extremo de Europa, «donde la tierra se acaba y el mar comienza» (Lus., III, 20), está también nuestro corazón. Estamos con vosotros, unidos a vuestros pastores, para agradecer a la Madre de Dios la protección que os dispensó durante los ocho siglos de vuestra historia. Merecisteis una visita de la Señora en el altar de Fátima. Es un motivo más para que se eleve hoy en Sameiro un himno de acción de gracias a vuestra Patrona. Cantad al Señor. Alabad a su Madre Inmaculada. Desde aquí, desde la Ciudad Eterna, el corazón del Papa, que tanto os ama, palpita al unísono con el vuestro.

Amados hijos e hijas de Portugal fidelísimo: Vosotros sois herederos de una gloriosa historia misionera. Elevad una oración, juntamente con nosotros, a la Virgen Santísima, para que ella suscite en vuestras familias cristianas vocaciones misioneras, santas y celosas que, siguiendo los pasos de vuestros antepasados, lleven a África, a Asia, a América latina, la luz del Evangelio. ¡Hay tantas almas ansiosas de verdad, y los operarios del Señor son, sin embargo, tan pocos! «Adnuntiate inter gentes gloriara eius».

Desde aquí, desde tan lejos, parece que oímos vuestras preces cantadas en el himno a Nuestra Señora: «Vela por nosotros, tus hijos, Madre de Jesús, Madre nuestra. Tú puedes: eres Madre de Dios; y debes: eres nuestra Madre».

Sí, pedid a Nuestra Señora. Ella, como Madre de Dios, es poderosa; como nuestra Madre, tierna y bondadosa, escuchará nuestras preces.

En prenda de este nuestro voto, concedemos al querido legado nuestro, a los venerables hermanos, clero y religiosos, al excelentísimo presidente de la República, al excelentísimo jefe y miembros del Gobierno, a todos los amados hijos de Portugal, nuestra paternal bendición apostólica.



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