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DISCURSO DEL SANTO PADRE PABLO VI
A LA UNIÓN INTERNACIONAL DE TELECOMUNICACIONES


Martes 10 de diciembre de 1963

 

Gustosos recibimos hoy aquí a representantes de más de sesenta países, delegados para la “Comisión del plan” de la Unión Internacional de Telecomunicaciones, que nos han sido presentados en términos plenos de una nobleza que apreciamos.

Al manifestar, estimados señores, el deseo de que os recibiéramos, antes de la terminación de los trabajos de vuestra reunión de Roma, habéis dado testimonio de la estima que tenéis por los valores espirituales. Os felicitamos y os damos las gracias por ello.

Permitidnos que os digamos, por nuestra parte, el interés que presta la Iglesia al objeto de vuestros trabajos.

Os esforzáis en fomentar el desarrollo mundial de las telecomunicaciones. Trazáis el programa de futuros trabajos de construcción de grandes arterias internacionales e intercontinentales. En el seno de vuestra Unión, los países que representáis toman acuerdos y compromisos con miras a asegurar mejores y cada vez más extensas comunicaciones telefónicas y televisivas. Por ello vosotros sois los realizadores de la cooperación a escala más extensa, y vuestros esfuerzos, que pudieran parecer a primera vista de orden material, especialmente prácticos, van más allá de la pura técnica; vosotros trabajáis para unir los espíritus y los corazones, para desarrollar la fraternidad entre los hombres, más allá de las fronteras de las naciones y de los continentes.

Este es, señores, un aspecto de vuestra actividad que nos parece particularmente digno de ser destacado. Un mérito que os asegura un puesto de honor entre los que procuran al mundo los beneficios de la civilización, que bien podremos llamar cristiana como humana.

Vuestro digno intérprete lo ha señalado, sois trabajadores —nos ha dicho— al servicio “de la comprensión entre los hombres y de la fraternidad entre los pueblos”.

¿Y no es éste acaso uno de los fines que persigue la Iglesia desde hace más de veinte siglos? Lo hace con los medios propios: la predicación, sus sacramentos, la entrega de sus ministros. Pero son muy preciados a sus ojos los perfeccionamientos de todo género que le permiten hacerse escuchar mejor en el universo, unir mejor a sus hijos —y a todos los que lo deseen— a los grandes acontecimientos de su vida. El año que termina, lo sabéis, ha proporcionado más de una ocasión de advertir el puesto que ocupa hoy la telecomunicación en la vida de la Iglesia.

Algunos de vosotros recordaréis acaso la emoción con que fueron escuchadas en el mundo las palabras de nuestro predecesor Pío XI, al inaugurar en 1931 la estación de Radio Vaticana. Había tomado de la majestad del texto sagrado las primeras palabras de su mensaje: “Audite coeli quae loquor... Cielos, prestad oídos a mis palabras. Tierra, escucha lo que voy a decir”. Y en términos de incomparable nobleza rindió gloria a Dios por haber dado en nuestros días tal poder a los hombres (AAS 1931, pág. 65).

Este gran Papa comprendió la importancia de estos nuevos medios ofrecidos por la técnica moderna, y previó los inmensos beneficios que rendirían a la difusión del Evangelio. Desde entonces el Estado de la Ciudad del Vaticano no ha cesado de estar en relación con la Unión Internacional de Telecomunicaciones y hacerse representar en sus Congresos.

Es suficiente para que comprendáis, señores, que no sois aquí extranjeros, y que el progreso de los trabajos de vuestra Comisión es seguido con un vivo interés, como todo lo que concierne al desarrollo de la Unión Internacional de Telecomunicaciones. Que Dios bendiga y haga fructificar los esfuerzos de todos los que, como vosotros, contribuyen de esta forma a asegurar la paz y la unión entre los hombres. Se lo pedimos de todo corazón, invocando sus mejores gracias para vosotros, vuestros trabajos, vuestras familias y vuestras patrias.

 



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