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ALOCUCIÓN DEL PAPA PABLO VI
A LOS PARTICIPANTES EN EL IX CONGRESO DE LAS ACLI

Sábado 21 de diciembre de 1963

 

Queridísimos hijos:

Vuestro Congreso, al que debemos la dicha de poder tener con vosotros esta audiencia, tiene por tema: “El movimiento obrero cristiano en la nueva realidad social italiana”. Es decir, estáis reflexionando sobre la posición que ha alcanzado el esfuerzo organizativo, formativo y realizador de las Asociaciones Cristianas de los Trabajadores Italianos, las ACLI, en el seno de la sociedad italiana, y sobre las líneas directrices que han de orientar en adelante a este movimiento.

Nos abstenemos, en estos breves momentos, de intervenir en tema de tanta amplitud y de tanta importancia, y también renunciamos a destacar la correspondencia que existe entre el cuadro de vuestra actividad, compleja y concreta, y el cuadro ideológico, fuente de sus impulsos y su justificación. Sería ésta la observación que más interesaría nuestro ministerio, y sería motivo de complacencia para nosotros y de alabanza para vosotros; nos ofrecería también la ocasión para hacer algún comentario oportuno, algunas exhortaciones paternales que confortaran la rectitud y diligencia de vuestro camino generoso y nada fácil.

Pero conocemos vuestra fidelidad a los principios cristianos, que son constitutivos de vuestras Asociaciones y de los movimientos a que éstas han dado origen; conocemos la vigilancia y la animación de vuestros asesores eclesiásticos, y recordamos que el empeño a la doctrina social de la Iglesia y su interpretación genuina no es para vosotros una pesada carga externa, sino una voz interior que tonifica y brota de vuestra misma conciencia. Por ello, esta vez, nos limitamos a dar una rápida ojeada a un hipotético tema, paralelo al de vuestro Congreso, y que se puede enunciar así: “El movimiento obrero cristiano en la realidad de la vida católica italiana”.

Podríamos expresar mejor el tema en forma de interrogante, ¿qué posición ocupan hoy las ACLI —nos referimos a ellas ahora— en el campo católico, ante la Iglesia? La pregunta nos podría llevar a evocar muchos recuerdos de estudios y episodios, que nos permitieron asistir y fomentar el surgir de las ACLI, y ayudarlas a determinar su puesto en el área de las asociaciones principales de la Iglesia. Digamos solamente que, si bien desde el siglo pasado los católicos italianos dieron vida a una múltiple actividad en favor de las clases trabajadoras, faltaba una organización específica suya, y no solamente porque hasta el final de la última guerra no era posible concebir la existencia de asociaciones católicas libres, sino también porque el criterio preciso que debía informar la institución de las ACLI no tenía cabida en el pensamiento. Se recordará que el Papa Pío XI, de venerada memoria, consiguió, con todo el peso de su coraje y autoridad, salvar solamente las Asociaciones de Acción Católica, y éstas por estar estrechamente ligadas a la vida religiosa, propia de la jerarquía eclesiástica.

Al final de la primera guerra existía en Italia un prometedor y notable florecimiento de obras y organizaciones sociales católicas, pero se tuvo que marchitar primero, secarse y morir después, durante el período de totalitarismo estatal, que prohibió semejantes formas de vida social. Recuperada la libertad civil, renació la posibilidad de reemprender la actividad social organizada, y entonces ¿cuál sería la forma preferida para el mundo del trabajo en el campo católico? ¿La de la Asociación de Acción Católica, fundada en sus dos criterios esenciales: selectivo el uno y jerárquico el otro, es decir, bajo la dependencia directa de la autoridad eclesiástica? ¿O más bien la forma de una mera asistencia benéfica y religiosa a estos grupos? ¿O solamente una forma política como la de partido o económica como la de cooperativa o corporación? Ninguno de estos modelos pareció bueno inmediatamente después de la guerra, cuando el fenómeno asociativo hacía explosión por todas partes con las formas más diferentes.

Entonces se pensó en las ACLI, como organización libre y responsable, abierta a las masas trabajadoras con la mayor amplitud posible, basada en los criterios democráticos y no ligada en sus estatutos a otras asociaciones católicas reconocidas, pero sin estar privada por ello de la dignidad, de la fuerza, de la vocación del nombre cristiano, pues sobre este nombre la nueva formación debía fundamentarse y crecer, siendo su razón de ser y el título principal de su autoridad en el campo católico y de su inconfundible peculiaridad ante la sociedad y la opinión pública.

Debía ser, por tanto, un organismo nuevo, de sencilla pero plena expresión moral y social, articulado con el catolicismo, no sólo por una identidad ideológica, como ahora se dice, sino también por la función calificada de la asistencia eclesiástica, como organismo relativamente autónomo y capaz de dar a los trabajadores no solamente la posibilidad, sino también la capacidad de expresarse en su propio lenguaje y entrenarse en el ejercicio de sus propias funciones. Es decir, la institución de las ACLI fue un gran gesto de bondad y confianza de la Iglesia en los trabajadores. Fue una mirada amorosa de la Iglesia al corazón de nuestro pueblo, una mirada que no tuvo dificultad en descubrir implícitos, pero vivos y preciosos tesoros de sabiduría, de virtudes, de capacidad, de orden y de sacrificio, y de talento social cristiano; fue un riesgo que quien es padre, quien es maestro, conoce y afronta en un momento dado, cuando quiere que el hijo aprenda a caminar como hombre, y que el discípulo madure pensando y actuando por sí mismo. Fue una intuición y se puede decir que una preparación de los nuevos tiempos. Era preciso abrir a los grupos de trabajadores el camino de la fase de instrumentos físicos e inertes de la producción a la fase de obreros conscientes y gradualmente capaces de participar en los momentos responsables y racionales de la producción misma; era preciso ofrecer a las masas trabajadoras la alternativa liberadora entre la lucha de clases y la ascensión ordenada hacia una sociedad más justamente organizada; era preciso proponer al mundo del trabajo una fórmula que considerase, pero que no limitase su defensa únicamente al interés económico y a un fatal encuadramiento social, sino que interpretase las aspiraciones profundas y legítimas del trabajador educándolo en la justa y razonada reivindicación de todos sus intereses, materiales y espirituales, y en la participación progresiva en todas las formas de la vida social, con un sentido superior de solidaridad y de responsabilidad con relación al bien común.

Así fue como las ACLI ocuparon un puesto original no sólo —como vuestro Congreso va exponiendo— en la vida de la sociedad italiana, sino también en las organizaciones católicas. Un puesto que, si no siempre es identificado por todos en su esencia de fuerza moral cristianamente asociada a un fin social (se preguntan algunos ¿qué es lo que son las ACLI?, ¿si no son un sindicato, ni un partido, ni una asociación, ni una cooperativa, ni un club, ni una asociación deportiva, qué es lo que son?), un puesto, decimos, que se define completamente por las funciones que las ACLI ejercen en el concierto de las organizaciones católicas y que otras organizaciones católicas no podrían realizar, por lo menos tan bien como vosotros podéis.

¿Qué funciones? Por brevedad las reduciremos a tres. La primera, un testimonio religioso en el campo social. Las palabras de vuestro valeroso asesor eclesiástico, monseñor Quadri, ya os han adoctrinado sobre esto. Se trata de que a las ACLI corresponde, de que a vosotros corresponde, queridos trabajadores cristianos, decir al mundo del trabajo que Cristo, y no otro, es el verdadero Redentor de la humanidad, que Cristo es amigo, hermano, maestro, colega, salvador de quienes están marcados por su condición social, por el trabajo, por la indigencia, por la sed de justicia, por la necesidad de ascender a un ambiente de fraternidad y de vida espiritual; a vosotros corresponde, “aclistas”, con la amistad, con el ejemplo, con la solidaridad, presentar a vuestros respectivos compañeros de trabajo el modelo de un hombre consciente, sano, honesto, vigoroso, que cree y practica una religión que no sólo no está muerta, sino que no debe morir, porque es la religión de la esperanza y de la vida; a vosotros corresponde decir claramente al mundo del trabajo que la Iglesia conoce vuestro mundo, lo comprende, lo defiende, lo ama, no en algunas circunstancias especiales o por algún interés secreto suyo, sino porque la Iglesia es de todos los hombres, para hacer a todos buenos, justos y hermanos, porque la Iglesia es ante todo para la gente que sufre, porque la Iglesia es para el pueblo; la Iglesia de las encíclicas sociales, la Iglesia de Cristo. Que vuestro testimonio aparte al mundo del trabajo de esa fatal ilusión que puede tener una sociología verdaderamente humana sin tener en cuenta el Evangelio de Cristo, o que mire a la religión y a la fe, perdiendo la conciencia de las realidades concretas y positivas de esta tierra, y que en él se acreciente el vigor de sus justas aspiraciones por un mundo económica y socialmente más equilibrado y activo.

Vuestro testimonio será providencial y, Dios quiera, definitivo. Pero no será fácil, y acaso tampoco de un rápido resultado. Porque a vosotros os corresponde una función que otros, menos sistemáticamente y con menos persuasión, podrían realizar: la formación de cultura y de una conciencia cristiana apropiada a las clases trabajadoras. La formación; sabemos cómo esta magnífica, pero ardua finalidad, interesa vuestros programas y empeña vuestras actividades. Vemos con confianza y complacencia vuestro trabajo en este sector. Es un aspecto maravilloso de vuestro movimiento, y sería suficiente para granjearse la simpatía y el afecto de cuantos aprecian el bien y el desarrollo de nuestra sociedad. Vosotros organizáis escuelas, cursos, conferencias, estudios, dignos de encomio y aliento. Y esto no sólo con miras a una mejor cualificación profesional —cosa muy digna y necesaria—, sino también con miras a una elevación ideológica y espiritual. Recordamos la estupenda actividad de las ACLI milanesas a este respecto, y recordamos el sentimiento de admiración que nos invadía el alma cuando recibíamos a los congresos veraniegos de obreros y obreras que sacrificaban los pocos días de sus vacaciones anuales para instruirse, para prepararse, para recibir una mejor formación intelectual y religiosa; fenómeno maravilloso que habla de la conciencia y de la fuerza del pueblo trabajador cristiano en su ascensión a niveles superiores de la vida civil y de la vida espiritual. La formación es un puesto que las ACLI se están ganando y reafirmando, y del que toda la comunidad católica debe estar agradecida.

Porque la formación os dispone, queridos “aclistas”, para otra función: la promoción de los legítimos intereses de las clases trabajadoras. Es una función que otros, políticos y sindicalistas, ejercen con competencia específica; pero el conocimiento y la formación de los términos concretos de ciertas cuestiones (vuestras encuestas lo demuestran), y de los términos doctrinales y jurídicos de las cuestiones mismas, pueden ser, en provecho de todos, vuestros también, y el estímulo que parte de vuestro sector, que debería estar caracterizado por la serenidad de quien juzga las cosas sin estar implicado en ellas por intereses peculiares y directos, puede ser beneficioso y consolador, como servicio de vigilancia y diligencia en la tutela y en la promoción de la causa de los trabajadores.

Por tanto, queridos “aclistas”, aunque considerando muy sumariamente vuestra ciudadanía en el campo católico, reconocemos gustosos que tenéis una gran misión que realizar en pro del verdadero bien de las clases trabajadoras, e indirectamente en bien de la sociedad y de la Iglesia.

El momento actual es para vosotros, ciertamente, una ocasión propicia, y quizá decisiva, para ejercer esta misión. Conocéis bien las nuevas condiciones de la vida política y social de Italia, y sabéis que no requieren una pasiva aquiescencia a la evolución de la sociedad moderna y un ilusorio irenismo que renuncia a las afirmaciones ideales y morales, sino una conciencia más vigilante y activa de los valores, que vosotros poseéis y representáis; una actividad más animosa y apostólica para inmunizar vuestras filas del contagio subrepticio de concepciones fundamentalmente erróneas y peligrosas, especialmente en el aspecto religioso y moral, y para ofrecer a las escuadras de trabajadores, entre los que vivís, y que ahora quizá Con más facilidad abordáis, el don de vuestra fe y de vuestra concepción cristiana de la vida. Nos parece ver surgir, precisamente donde vemos hostilidad y peligros, algunas posibilidades de bien, algunas nuevas esperanzas, que vosotros sabréis ciertamente identificar y valorar. Nos parece descubrir una incertidumbre latente, pero quizá próxima a hacerse consciente, en muchos honestos trabajadores, dudosos por fin de si es digno de ellos y útil a su causa entregarse inconsideradamente a las sugerencias insinuantes y alborotadoras del marxismo ateo y subversivo, como si tuviera verdadera capacidad de representar eficazmente sus aspiraciones, y pensando si deben buscar hoy algún otro camino mejor, menos discutible desde el punto de vista científico y sociológico, menos sistemáticamente negador de la realidad social italiana y opuesto en todos los casos a un sincero espíritu de colaboración y de paz social; otro camino auténticamente dirigido a su bien y al bien ordenado, progresivo y común de toda la sociedad. Hoy podéis llevar a muchos de vuestros compañeros una invitación, persuasiva por vuestra fe y vuestra realidad, para que elijan fórmulas de un desarrollo social y económico más verdaderas y más humanas, y especialmente para que descubran en la religión cristiana, la nuestra, para patrimonio incomparablemente precioso de nuestro pueblo, la única interpretación completa y segura de la vida integral del hombre.

Os decimos toda esto sabiendo que os señalamos metas grandes y difíciles, y os manifestamos, carísimos trabajadores cristianos, nuestro afecto y nuestra confianza; os aseguramos, en cuanto nos es posible, nuestro apoyo cordial; os expresamos nuestro augurio sincero de una feliz Navidad, y os suplicamos que la llevéis a vuestras familias, a vuestras asociaciones y a vuestros compañeros de trabajo, bendiciéndoos cordialmente en Cristo a todos.

 


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